martes, 27 de diciembre de 2011

“La inauguración”, de María Inés Krimer: Una increíble atmósfera de encierro a campo abierto


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
María Inés Krimer, con “La inauguración”, parece haber encontrado la forma de lograr ese cross a la mandíbula que Roberto Arlt pide para una narración. Claro que en estos tiempos ese golpe cuesta mucho más que en la época del autor de Los siete locos. Y más si se tiene en cuenta los temas rodeados de precipicios que eligió la autora, quien con esta novela obtuvo el Premio Internacional Letra Sur.
Como acostumbra a hacerlo en sus novelas, Krimer coloca de telón de fondo fuertes sacudidas sociales. En este caso el conflicto del campo con el gobierno y la trata de personas. Pero al mejor estilo Máximo Gorki en “La Madre”, lo particular va deshaciendo lo general para que uno sólo quiera saber qué va a pasar con esta adolescente que cuenta en primera persona lo que le sucede tan sólo en pocos días y que equivale a muchas vidas. A través de ella conoceremos a Buby y a Nina. Entonces, los estereotipos caerán cómo máscaras y nunca más veremos de la misma manera una camioneta Toyota, las botas de carpincho o a la regente de un cabaret rural.
María Inés Krimer logra una increíble atmósfera de encierro a campo abierto a partir de la voz de la víctima. Pone una lupa al mismo tiempo seria pero enternecedora de las conductas humanas. Revisa y propone nuevas miradas de eso que llamamos “ser argentino”. Pero, por sobre todas las cosas, deja que sea el lector quien se encargue de los rótulos.
Sin dejar de lado las estrictas normas de un policial negro, la novela avanza con ironías sobre la literatura “seria”, se permite metáforas escuetas y aisladas como un molino con agua fresca en medio de tanto campo devastador y también recurre a escenas que por momentos corren riesgos de inverosimilitud y al segundo se rearman en el tono que tenían. Todo eso de la mano de lugares y olores que uno reconoce inmediatamente si ha nacido por aquí.
Los personajes y el ambiente de La inauguración tienen tal eficacia que el lector no puede evitar la conmoción, aun conociendo previamente los planes de la autora (Krimer en una nota por este medio adelantó que se trataba de un personaje-narrador adolescente al que la acción lo pasa por arriba). Porque una cosa es anunciar un golpe y otra es darlo en realidad. Y eso sólo se comprueba cerrando el libro, después del capítulo 38, cuando todavía humean los restos de una descarnada realidad contada magistralmente.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Incongruencias de los refranes


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer (…) cuando de pronto saltó cerca de ella un Conejo Blanco de ojos rosados. A pesar de su evidente apuro por entrar en una madriguera, el conejo miró a Alicia y a su hermana y les dijo:

-Morirse de risa o ahogarse en un mar de lágrimas, al fin y al cabo, son los dos mismos tristes finales: es morirse empantanado en lugares comunes.
Alicia entendió el juego de inmediato y contestó divertida:
-Agua que no has de beber y No hacer leña del árbol caído pasaron de ser pureza humanística a axiomas terroristas antiecológicos.
Sin dejar de hociquear, dijo el conejo:
-Ya las lindas no desean la suerte de las feas. Se operan las dos. Y quedan bastante parecidas.
Alicia, asumiendo un gesto severo, suspiró:
-Con ojo de buen cubero, uno termina confiando en las caras de pocos amigos.
Al conejo le pareció oportuno ser un poco más romántico:
-Pasar todo el tiempo en la luna no garantiza encontrar la entrada a la boca del lobo.
Entonces Alicia recordó otras épocas para contestarle:
-Muchas princesas están dispuestas a besar sapos, siempre y cuando sean de otros pozos.
El conejo, ahora más reflexivo:
-Nunca nadie se puso un sayo, no porque no le quepa, sino porque nadie explica qué es.
Alicia nuevamente se entristeció con una sonrisa de costado:
-Amor con amor se paga. Pero en los recibos figura Andá a cantarle a Gardel.
El conejo ahora quiso levantarle el ánimo:
-El silencio es salud. Pero andá a encontrarlo si no estás en una prepaga.
Caía ya la tarde y Alicia no pudo dejar de imaginar que:
-Estudios del mapa genético están por confirmar que hay males que duran 110 años.
Después quiso justificar un optimismo y agregó:
-Al andar el carro, se suelen acomodar los melones. Pero la gente prefiere las peras que no da el olmo.
El conejo, ya mirando con ansiedad la madriguera, les dejó casi un axioma final:
-Si, como dice Borges, en literatura “hay que evitar todo lo que pueda sugerir la idea de ser convertido en película”, quizás haya que agregar “evitar todo lo que pueda sugerir la idea de ser colgado en Youtube”.
Después, entró en la tierra y la historia continuó como se la conoce.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Consideraciones acerca de la torre de marfil



Foto: “Por el amor de Dios”, de Damien Hirst.

Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar

-“Vivir encerrado en su torre de marfil: se dice del escritor o artista que vive desvinculado de la vida cotidiana…” Pero acaso ¿no se trata nada menos que del cráneo? ¿Quién no vive entonces en su torre de marfil?
-A propósito, hay unos versos de Neruda que me gustan, son de “Oda al cráneo”: “canto/alabo/el cráneo, el tuyo,/el mío,/el cráneo,/la espesura/protectora,/la caja fuerte, el casco/de la vida,/la nuez de la existencia”.
-Mire, yo más bien diría: “escupo/el cráneo, el tuyo,/el mío,/el cráneo,/la desmesura/impropia,/la caja fuerte, el casco/ de la muerte/la nuez de la discordia…”
-Usted es un sacrílego.
-¿Por lo que digo o porque los versos son de Neruda?
-Por las dos cosas. Además, volviendo al inicio de la conversación, ¿qué es eso de traer como tema “la torre de marfil”? Una antigüedad. Hoy con lo único que se lo puede relacionar es con un jueguito de play station.
-Ahí tiene, ve, ¿por qué los que se la pasan con la cara adosada a una pantalla nadie les recrimina que no hacen nada por el mundo? Es lo mismo que el academicismo extremista.
-Qué ignorante es usted. Hoy el mundo ES una pantalla. ¿Dónde quiere ir para modificar algo?
-No sé. No sé. Mire, para mi es lo mismo el marfil que la pantalla. Ahí está la plaza. ¿Quién la está modificando ahora? ¿Un empleado municipal que diseña en power no se qué cómo poner las flores el año que viene o una marcha para que no tape la basura las canteras?
-Su fatalismo aniñado es intolerable. Hay acciones que cambian al mundo. ¿No vio el 11 del 11 cuánta gente se juntó para…
-…todos de blanco, con la mirada perdida. ..Discúlpeme, eso sí me da más miedo que todo lo que nombramos hasta ahora.
-Usted no está bien… y del marfil para adentro, ni hablar…
-Y, no diga he. A veces, como dice Sartre, hay claroscuros que son más luminosos que…
-Bueno, ahí si se está adentrando en el marfil que fue reprochado a esos artistas que se incomunicaban en su regodeo.
-Como todo, bah.
-Al fin y al cabo no le voy a contestar porque en realidad esto es un soliloquio. Y si empezamos de nuevo a descifrar arcaísmos no terminamos más…

domingo, 13 de noviembre de 2011

Tres mundiales


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Durante el Mundial de Alemania ´74, Esteban observa en el patio de su abuelo a tres hombres discutiendo de fútbol. Miran el partido en un televisor en blanco y negro que llegó hasta ahí en una mesita con ruedas, a través de un largo cable coaxial.
Holanda, como La naranja mecánica, apabulla a Argentina 4 a 0, cuando Esteban queda colgado de la parra. Todo su cuerpo pende del anillo de su dedo mayor. El grupo de hombres lo rescata. Y sus inquietudes pasan del fútbol internacional a la salud del chico.
Mientras se repone sentado en un banco de cemento, Esteban observa el contenido de las bolas de residuos antes de ser sacadas a la vereda: un paquete de cigarrillos Shelton hecho un bollo, lonjas de caucho que sobraron de las ruedas del autito “preparado”, una caja vacía de Vascolet, un indio de plástico mordido por el perro, la rejilla de una damajuana repleta de cáscaras de papa, una botella de Narol con el pico roto, una inexplicable cajita con letras doradas, dos mitades de una barra de azufre.
Durante el Mundial ´78, Esteban todavía no puede participar de las discusiones futbolísticas. La concentración de la familia que ve un partido bajo lluvia, los lleva a postergar una salida a pesar de que afuera brilla el sol. Esteban, aburrido, mira por la ventana. Ya han sacado la basura a la calle. Entre las bolsas revueltas por los perros se destacan: la figurita de chapa de García Cambón en Boca, un vaso de plástico rajado con el Topo Gigio, una cajita de fibras secas, cáscaras de ananá, una careta de Carlitos Balá rajada.
Para España ´82, Esteban ya sabe casi todo. Presta atención otra vez al grupo de hombres y no imagina que nunca volverá a escuchar tantas puteadas a Maradona. También hay zapping. En un intervalo de Brasil-Argentina, ve que en un canal pasan a Julio Sosa cantando la marcha peronista. Antes de que empiece el segundo tiempo, le piden a él que saque la basura. En la vereda se le cae –o deja caer- las bolsas. Se desnudan algunas cosas: los restos de un cubo mágico, un miniflipper de plástico destrozado, una regla T partida, un papel de jabón Palmolive, el envase de un chicle jirafa, el inicio de la sospecha de que no existe nada fuera de nuestros pensamientos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Tetráptico urbano


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar

La felicidad del otro
Nada más oscuro que el amor.
Los laberintos iluminados en un mediodía de playa. El fatigoso asunto de nadar en azucarada fantasía. Que lleva a resolverse en fantasma. En cuerpos que se alejan con ademanes adiestrados en pulsiones de muerte. Todo ajustado a las caricias que tajan.
Ella lo supo primero, por eso se calló. El silencio fue la mejor butaca para el espectáculo. Pero él lo vivió de la manera clásica: con las piruetas en remolinos descendentes. Buscando en la profundidad la claridad que opaca lo evidente. Con desesperación quiso ver ternura en la sed salvaje. Ella ya aplaudía el segundo acto.
La caída fue lo mejor. Tanto como para cambiarla por el amor. Ella ya se había levantado y tenía la tabla debajo del brazo y la mirada en el horizonte salado. El, un plan que quedaba en dirección inversa al deseo. Pero pudo imaginarla con exactitud en la escena final:
“Surfear es hundirse en la superficie”.

Samaritano
Nunca fue cartero, a pesar de que llevó ese uniforme durante varios años. La gente le confiaba sus mensajes sin saber que sus cartas nunca llegarían a destino. El las guardó hasta que lo echaron del correo. Ahora publica un libro sin temor a que alguien se reconozca en los nombres de los personajes. Y nada podrá sacarle la convicción profunda de que salvó varias vidas.
Boy scout de la bilis negra
Con una guitarra en permanente serpenteo traza un pretendido plan de trascendencia: “Duele más que no me quieras/Que quererte yo así/Duele más que no me quieras/Que desearte inútilmente/Anochecido el deseo/Sólo queda el terror de no haber sido/De no haber sido así”.
Explora rincones húmedos, sabio de la futilidad. Perfecta experiencia de algo que no sirve para nada. Campeador de penas, que dan pena.
Con barbas en el alma, gira el rostro para dejar una imagen de película deprimente. Y vuelve a mirar el rincón de esa trampa mortal. Es como descubrir la inmortalidad y al punto reconocer que no sirve para nada.
Interstiscio
A veces baja los párpados y guarda la imagen de ella como quien cierra un libro. Otras veces mataría por seguir viviendo en esa ficción. Pero lo que ha ido creciendo es su habilidad de malabarista. Y su tolerancia con los utileros que cambian todo el tiempo los escenarios. Ahora sueña con una transpersonalización con el león en el momento de apoyar la cabeza en sus fauces abiertas.

lunes, 31 de octubre de 2011

Cero chat


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar

Cero chat. Como Ulises amarrados al mástil. Porque el chat son las sirenas.
Unos amigos toman cerveza negra y Bertolt Brecht se filtra en la conversación. La vida con olor a cáscara de maní.
Al bar lo salvaron varias veces las voces que se ponen nostálgicas cuando la situación lo requiere. Gardel está encerrado en una pecera. El lugar parece pasar por el tiempo, no el tiempo por el lugar. Es como si las charlas, en su significación, necesitaran mantener una escenografía acorde. Es raro: que nadie cambie demasiado para poder seguir cambiando. Para que los espejismos y los hechizos choquen infructuosos contra el decorado de la persistencia en la ruta. La ruta misma, la ruta sola, es la persistencia.
Son tres cabezas ligeramente inclinadas a la concordia. Y en la mesa del bar una partida de cartas invisibles.
Pero ¿qué es Itaca? La Cruz. Llegar a casa. Llegar a una conclusión. Itaca quizás sea estar en la ruta.
Por la ventana pasa el modernismo en relucientes arrecifes con ruedas. El viento hace más apurada a un montón de gente.
Uno de los amigos le promete a otro, a media voz y en una actitud que no es femenina ni masculina, que le hará llegar unos versos de Brecht. En realidad los tiene la mente en ese momento pero no se anima a recitarlo. Quizás por miedo a que la actitud se transforme verdaderamente en femenina o verdaderamente en masculina. Los versos se titulan Epitafio y dicen:

“Escapé de los tigres
Alimenté a las chinches
Comido vivo fui
Por las mediocridades”.

La charla continúa con el tema de los epitafios. Cada uno le dice al otro cuál quiere para su tumba. Casi sombríamente se prometen cumplir con los mutuos deseos.
No pasa mucho más adentro de esa tarde. El viento sigue empujando gente “como la mano helada de un policía” (*).
No hay odiseas. Y, como ya dijimos, el viaje es la propia ruta. Se van terminando los temas del encuentro. Los últimos sorbos casi son en silencio. No hay héroes. Sin reconocerlo, ellos tres han realizado una épica que agujerea la tarde de una época que se sigue llamando posmodernidad a falta de definiciones.

El mozo se acerca para cobrar. Los tres son conocidos, casi amigos. Eso esfuma la posibilidad de propina. Sin embargo sabe que algo le queda en la mesa de esos seres cuando se vayan. Da el vuelto y antes de volver al libro que tiene sobre el mostrador los despide en verso:

"Como alma trabajo en la luz, y la oscuridad no puede afectarme.
Permanezco en la luz.
Trabajo, y de allí no me muevo”


(*)Raúl González Tuñón.

martes, 25 de octubre de 2011

Damas y caballeros: con ustedes, el mircorrelato




“Fenómenos de circo”, de Ana María Shua

El nuevo libro de microrrelatos de Ana María Shua aborda el mundo del circo. Los lectores tendrán tantas alternativas como números imaginables -entre el arte y el entretenimiento- de este espectáculo eterno. Shua reafirma una vez más su maestría en el género.
Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Pocas cosas tan atractivas como entrar a un libro y sentir que se está entrando a un circo. Este fenómeno ocurre con el último libro de microrrelatos de Ana María Shua. Que para completar el juego de palabras diremos que se llama “Fenómenos de circo” (Emecé).
El título es la castellanización de la muy usada palabra “Freak”, que para la versión en inglés se ha respetado. Pero si cabe una primera apreciación es la de universalidad de estos textos. Es que el tema elegido lo permite. Nadie queda afuera de un circo: nostálgicos, buscadores de asombros, niños y grandes.
Debemos recordar que el género del cual Shua es una indiscutida maestra, requiere la colaboración del lector. La minificción se construye con el lector. En ese sentido, hay un texto exclusivamente reservado a esa circunstancia. Se titula “¿Quién es la víctima?”: “Los payasos actúan en parejas. Por lo general, uno de ellos es víctima de las bromas, trucos y tramoyas de los otros: el que recibe las bofetadas. Las parejas pueden ser Augusto y Carablanca, Pierrot y Arlequín, Penasar y Kartala, el tonto y el inteligente, el gordo y el flaco, el torpe y el ágil, el autor y el lector”.
El índice indica las secciones “Todo es circo”, “Los oficios”, “Los freaks”, “Los animales”, “Historia del circo” y la irónica aclaración: “Datos fehacientes y comprobables acerca de algunas personas reales y/o famosas mencionadas en este libro”.
En el prólogo, Shua explica que “En el fondo del corazón de cada niño, de cada niño, de cada madre, de todo espectador, anida el deseo secreto de ver caer al trapecista…” Con la habilidad de una maestra del género, como habíamos dicho más arriba, Shua intenta riesgos en esta obra. Bordea (e incluso usa) el chiste, se despista de la arena y luego retoma erguida en un caballo blanco, juega con los límites de la imaginación, del buen o mal gusto e incluso con las posibilidades del género. Pero, como dueña de circo, expone los condicionantes de su habilidad en “Los freaks”: “En el número del trapecista, lo esencial es el riesgo. En el del malabarista, la habilidad. Pero al freak no le basta con ser deforme, la gente se cansa rápido de mirar “. Después de enumerar varios fenómenos humanos aclara: “Yo misma me hamaco con violencia en las palabras y escucho al lector suspirar con alivio cuando evito por milímetros, en cada envión, ser arrojada fuera del límite de veinticinco líneas que los críticos han establecido para este género”. Y lo hace, obviamente, utilizando esa cantidad exacta de líneas.
“Fenómenos de circo” es un libro de casi doscientas páginas, con infinidad de alternativas. Una gran carpa con varias puertas de entrada. Y de salida. Porque se intercomunican. Y como un buen número de circo, por las razones que el lector prefiera, no corre el riesgo de pasar inadvertido.

Circo de Poesía

Un nuevo encuentro denominado “Circo de poesía”, como ocurre cada último viernes de mes, se realizará en la Alianza Francesa (Dorrego 3161). Será el viernes 28 de octubre desde las 21 con la participación musical de La Eskandalosa que realizará un set acústico y se realizará un adelanto de los textos del libro “Colectivo de narradores”, de la Escuela Municipal de Letras. Contará con la participación de María Inés Krimer.
También se adelantó que el viernes 25 de noviembre se realizará un “tablao” en vivo con la participación de Quique Baldini y textos de Federico García Lorca y Miguel Hernández. La entrada es “al sombrero” y participan además Alberto Sánchez Graf, Beto Melendi y Guillermo Del Zotto.

lunes, 10 de octubre de 2011

Sin alas de cera



Si el universo no es un laberinto, estamos perdidos. Jorge Luis Borges.

Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Se advirtieron. Estaban en esquinas enfrentadas. Con ademanes, se dieron muestras de una necesidad de encuentro. Los autos no dejaban de pasar, veloces. Las manos de los dos volaban para decirse: “esperá”, “dejá, yo voy para allá”, “Bueno, bueno”.
En medio de la rotonda reinaba una horrible escultura que, según un mito urbano, se alimentaba de carne humana.
Ariadna entonces desenfundó el celular. “No tengo el mío”, ademanizó Teseo desde el otro lado. Ariadna guardó entonces el teléfono inútil y un camión le borró la cara ante la visión de Teseo.
Ariadna se quitó las sandalias, para ponerse en puntas de pie. Teseo subió y bajó del cordón varias veces como si estuviera haciendo step.
Con la noche, las luces y los bocinazos fueron una combinación atroz. A Ariadna se le ocurrió embanderar su encendedor para ser visualizada. Teseo sonreía. Más controlado, optó por hacer como que empujaba el aire con las manos: “esperá, esperá”.
La primera semana sobrevivieron con las compras que habían hecho aquella primera tarde en el supermercado. Incluso alcanzaron a enviarse mutuamente latas de conservas y de gaseosas por encima de los coches, a esta altura ya un mar bravío, incontrolable.
Teseo, mientras seguía intentando comunicarse, pensó en varias soluciones. Algunas incluían complicados arneses y piruetas por el aire. Ariadna prefirió la paciencia.
Al comenzar el segundo lunes, el tránsito volvió a ser una embestida más desilusionadora aún. Teseo se apoyó contra la pared de la ochava, con evidentes síntomas de mala respiración. Sus cuarenta y cinco y el cigarrillo convocaron a un ineludible paro cardíaco. Los brazos de Ariadna eran aspas de molino mientras veía a la ambulancia retirar a Teseo. Iba a cruzar -a pesar del peligro- el infernal asfalto en dirección a otra de las esquinas, cuando enfrente advirtió la cara de pregunta de Pasífae. Y comenzó así un nuevo diálogo infinito de señas.

lunes, 3 de octubre de 2011

Puntería


No me tires a matar como si tuviese repuesto.( José Sbarra).
Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
A plena tarde, en medio de una bruma de siesta, se colocaron corazones palpitantes en los blancos del Tiro Federal. Los tiradores, absortos, revisaban sus armas: habían sido trastocadas en arco y flechas.
El Ejército de Cazadores de Corazones al Desnudo era una fuerza armada a la sombra de un poderoso culto que pregonaba el felpudismo. Algo así como hacer surf sobre las cabezas de los demás.
La competencia se había puesto brava. Por ese motivo, desde hacía un tiempo, los gurús financieros habían ido preparando un ejército por las dudas. Muchos grupos captaban ya bastante gente con “respiraciones astrales”, “pilates espirituales”, “egocentrismo envasado al vacío”, etc. En su paranoia, los inversores pensaban que todos esos grupos eran en realidad ramificaciones de uno solo. Poderoso y creciente. Y sabían que la materia prima (felicidad estrellada, 500 mg.) no podía alcanzar para todos. Era un simple problema de oferta y demanda. Cuando los números no cierran, hablan las armas. Sostenían.
La ciudad seguía ofreciendo sus calles para un tránsito de tranquilos pueblerinos que se saludaban amablemente. Pero era latente que esas mismas miradas podían quedar, de un momento a otro, enfrentados por una mirilla de ametralladora.
O por la mira de un arco. Como los que ahora se preparaban en el Tiro Federal. Entre los tiradores estaba Esteban. Había ingresado por su novia, que le había hablado de las bondades del grupo con la pasión que masticaba su eterno chicle, que giraba en sus muelas y mordía como si fuese una pequeña masa hecha de las ideas que quería contagiar.
El fundamentalismo amoroso de Esteban duró menos que la goma de mascar. Ella era una chica encantadora pero que se reseteaba ni bien su interior le indicaba que debía seguir atrayendo adeptos.
Sin embargo Esteban duraba en el grupo movido por una curiosidad que todavía no había satisfecho. Se fue enterando de los movimientos internos y su líbido pasó a ese sector de su cuerpo. Ultimamente sostenía la rutina de las reuniones con la pasión de quien hace una tesis. Le faltaban pocos datos para tener la red armada. Cuando fue convocado como tirador intentaba descubrir cómo hacía el grupo para obtener gente a la que vaciaban con el único motivo de conseguir corazones palpitantes
Ahora la bruma pesada de la siesta no lo dejaba seguir pensando en eso. Y se debía concentrar en disimular ser un cazador experto.
Agobiado, Esteban se separó del grupo. Quiso buscar un baño. Entonces advirtió el dato que le hacía falta: todos los donantes eran voluntarios. Se puso en la fila.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Bola de fuego


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
De lejos parecían dos tordos. De los que escandalizan a las clases altas en la plaza del centro. Pero en realidad se trataba de dos cuervos. Avejentados y reflexivos cuervos que no parecían preocupados porque alguien se percatara de que estaban parloteando en idioma humano.
No eran dos cuervos comunes. Uno había sido engendrado por Egard Allan Poe para su célebre poema. Y justamente de eso se quejaba:
-¿No crees que para repetir todo el tiempo ´nunca más´ hubiese sido más práctico que use un loro? Además, con el tiempo, he ido perdiendo también el don de asustar. ¿Quién lee hoy un poema que encima es del género terror?
El otro había hecho pareja nada menos que con el encargado de devorar una y otra vez el hígado de Prometeo. Además de lo insalubre de su labor, se quejaba también:
-Estoy harto de ver versiones del mito donde le adjudican a dos buitres semejante tarea. Si tan sólo viviesen por segundos la experiencia de devorar un hígado humano eternamente reconstituido apenas terminamos el último bocado…
El cuervo de Poe graznó un “nunca más” de compromiso y continuó:
-Yo creo que el error del artista está en querer convencer. Arrojan sus ideas como salmones. Les aventuran una larga lucha contra la corriente. Pero en el fondo pretenden que lleguen de nuevo, sanas y salvas, al ombligo que las engendró.
El otro cuervo escupió sangre y agregó:
-No estoy tan de acuerdo. Para lograr la libertad, de la idea o de lo que sea, siempre hay que tener en cuenta la idea de jaula. Porque sino: ¿libres con respecto a qué?
Los dos eran conscientes de pertenecer a una especie que nunca había sido tratada bien por mitos, artistas o en la literatura. Sin embargo su oscuridad no provenía del resentimiento sino más bien del orgullo. Siguieron farfullando mientras realizaban disimulados picoteos entre sus propias plumas.
Como si se hubiese terminado un descanso, del que fui privilegiado testigo, los dos se prepararon para volver a sus eternas tareas. Y se dispusieron a concluir la conversación:
El cuervo literario dijo:
-Cuando una idea es opinión ya nace con una vejez incurable.
El cuervo mitológico contestó:
-La cuestión es saber que el hambre de pensar no tiene forma de saciarse.
De pronto el diálogo se interrumpió con un chillido acampanado, suave, que también tenía una frase:
-Las ideas que no prosperan son las únicas ideas que están vivas.
Provenía de la estrepitosa rojez de la garganta de un churrinche, que llegó como bola de fuego para encender esa musgosa oscuridad.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Un día de decisiones


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Cuando Gregorio se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama con una réplica exacta de él mismo mirándolo fijamente. Cuerpo que se alejó lentamente para acomodarse en un sillón mientras lo reojeaba como quien abandona a un enfermo irremediable. Era una nueva decisión de Gregorio que tomaba forma propia.
Por la tarde quiso salir a comprar un libro, para cambiar de entretenimiento. Estaba mirando televisión y no podía levantarse. Una parte de su cerebro empezaba a insultarlo, pero siguió haciendo fuerza. Hasta lograr Salir. Como si fuese, otra vez, una serpiente cambiando de piel.
Abrió la puerta del departamento. Alcanzó a ver las dos vidas que dejaba: aquel que dormía ya se levantaba y miraba absorto al que, inmutable, clavaba sus ojos en los dibujos animados de la una de la tarde.
En la librería, de pronto, se dio cuenta de que discutía con alguien por un libro. Al mirar hacia un enorme espejo, seguramente puesto para que nadie robe libros (como si tratase de un delito), descubrió que discutía con él mismo, pero a su lado. Otra decisión había salido de su cuerpo tomando vida propia. En realidad, esta vez tenían varias cosas en común, pero ya era tarde para volver a coexistir. Por ese motivo determinaron acompañarse mutuamente durante la salida.
Al volver al departamento, se atropellaron en la puerta para entrar. Sin dudas eran las personalidades más egoístas de Gregorio. Pero una debía ser peor, seguramente.
Adentro, las otras dos vidas, no se dirigían la palabra. El televidente en realidad no dirigía ni la palabra, ni la mirada, había desaparecido literalmente dentro del aparato. Y el otro en su propio limbo.
Fue un día agotador. Muchas decisiones juntas. Gregorio no terminaba aún de cenar, cuando escuchó las llaves en la puerta. Entró otra vida más. La que se había ido a trabajar bien temprano. Antes aún del despertar que dio inicio a semejante jornada. ¿Cómo había surgido esa decisión a pesar de no nacer en la vigilia?
Lo cierto es que el mal humor fue evidente en su rostro. En el monoambiente había cuatro zánganos devorando las provisiones. El cuerpo más castigado, el del obrero, debía de ahora en más sostener a Gregorio y a dos desvelados oscuros de dudosa melancolía.
Luego de una semana de intentos fallidos para organizar un reglamento de convivencia, Gregorio fue sorprendido por el obrero en el vergonzoso acto de apoyar el caño del revólver en la rugosidad de su paladar, mirándose en el espejo del baño. El disparo, por el silenciador, fue sordo. Pero alcanzó para los dos.
Ahora estamos en silencio. En nuestras miradas se interponen, sobre la mesa, los papeles escritos con esta historia. Uno de los dos tiene que ser el peor.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

domingo, 21 de agosto de 2011

En el lugar de las manzanas


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
En invierno se refugia en el galpón de su abuelo. A pesar de que en el vaho tiene preponderancia el olor a grasa y a los trastos, la tibieza de ese aire lo hace irresistiblemente protector.
“¡Tu abuelo!” -siempre se lo recordaban con signos de admiración. Y la mayoría de las veces agregaban: “era un improvisador notable”.
Lo importante es la construcción que él había hecho de su abuelo, al que alguna vez le dedicó un poema sobre un pentagrama, con figuritas y palabras recortadas de una revista. En ese poema-historia, su abuelo terminaba mágicamente convertido en perro.
“Fijate en el lugar de las manzanas”, le había dicho varias veces cuando de muy chico lo alcanzó a conocer doblándose frente a un banco de carpintero. Nunca supo qué hacía durante horas el viejo ahí. Nadie en la familia hablaba de él como inventor, ni como reparador, ni carpintero. Y cuando decía “fijate en el lugar de las manzanas”, sabía que se refería a los cajones que tenían cualquier porquería menos las manzanas que desbordaban en otros cajones.
Así comenzó a intuir que en realidad la magia provenía del mismísimo galpón. La alquimia con objetos, animales o personas eran atributos de ese lugar. Su abuelo nunca se lo dijo directamente, dejó que él lo vaya descubriendo.
Y cuyo caso más significativo quizás fuera el de ese magnífico ejemplar de Latrodectus mactans, que él llama Anita y observa en su rincón cada vez que va al galpón. Está seguro de que una vez Anita se enamoró. Como todas las de su especie, Anita era tímida, sedentaria, solitaria, caníbal y nocturna. Y así debió enfrentar el enamoramiento. El macho en cuestión, treinta veces más liviano que ella, ignoraba que el desaire de Anita había sido para evitar que muriera al consumar la atracción. Parece entonces que Anita ideó el plan: cierta noche se acercó a su amante y le susurró que luego del apareamiento se haga el muerto. El accedió, también por amor, y lo hizo tan bien que todas las demás arañas lo creyeron. Así logró un rincón donde hoy nadie lo advierte y ella lo visita dos veces a la semana. Anita consumó un matrimonio feliz sin perjuicio de su reputación.



Leonardo Oyola presentará su última novela y una charla en Olavarría


En su última novela, “Kryptonita”, Leonardo Oyola construye un policial a su estilo y agrega este juego: ¿qué hubiera pasado si Superman nacía en La Matanza? El autor, que publica en la colección Negro Absoluto y en Mondadori, realizará una charla sobre el género en nuestra ciudad convocado por la Escuela Municipal de Letras.
Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Discípulo y reivindicador de Alberto Laiseca, Leonardo Oyola ha logrado construir su propio altar kitsch. Sus premios nacionales e internacionales como novelista y su colaboración en artículos cinematográficos para Rolling Stones le ha permitido una “legión” de lectores que ahora conocen a una autor como define Sasturain en uno de sus prólogos: “fantástico narrador de raza. De raza Arlt –de raza perro quiero decir–: sin collar ni papeles ni vacuna, como debe ser y como se necesita”.
El sábado 27 de agosto, a las 15.30, Leonardo Oyola dictará una charla abierta sobre el género policial en el Centro Cultural Hogar “San José”, convocado por la Escuela Municipal de Letras. Y a las 21 presentará fragmentos de “Kryptonita” y se leerán textos policiales “al atril”.
-¿Cómo sintetizarías el método para poder unir lo esotérico o la visión bizarra sobre los ovnis, sosteniendo una intriga policial al tiempo que se renueva el género?
-Es todo una cuestión de fe. Por parte del escritor en una primera instancia. Y después obviamente por parte de los lectores. El verbo es creer. Y de ahí en adelante. Me parece que desde siempre existió un bienvenido mestizaje del género. No creo que calificarlo como híbrido sea una mala palabra. Lo que pasa es que para ciertos círculos el policial es considerado literatura menor. El policial y otros géneros. Cuando se empieza a revindicar, los estudiosos hablan de las escuelas inglesa y norteamericana; de Poe, Conan Doyle, Hammett, Chandler… y en el camino dejan de lado a muchos autores provenientes del pulp como Frederick Davis o David Keller dueños de una imaginación desbordante y un sentido del timming que aún hoy resisten. Se puede afirmar que los coqueteos con el fantástico, el terror y la ciencia ficción han hecho evolucionar al policial y al género negro. Autores extranjeros actuales como Stephen Woodworth, Michael Marshall y John Connoly son la mejor prueba de eso.
-¿Vas a hablar de esos autores que nombrás en la clínica sobre el género policial que venís a dar en Olavarría?
¡Por supuesto! Ando recopado con los weird menace y los shudder pulps que son esos relatos sangrientos en los que también pueden aparecer monstruos y extraterrestres. Ver como de esas historias llegamos al policial tramontina local. Compartir lo que pueda dar desde el oficio. Lecturas, anécdotas… que la pasemos bien. Dejarles algunas historias y escuchar las que me quieran contar ustedes.
-¿Qué cambios puede advertir en “Kryptonita” el lector que te conoce por “Hacé que la noche venga” o “Gólgota”?
“Gólgota” es mi única novela en la que no coqueteo con el fantástico ni con otro género. Es un policial bastante heavy metal porque así lo requería la historia y no había lugar para el delirio. “Kryptonita” está en esa senda; pero al entrar el registro de después de hora –el narrador es un médico de guardia drogado que hace tres días que no duerme- me permito el juego de que es real y que no. Además de partir de una consigna propia del cómic como lo es el elseworld: otro mundo para una historia que conocemos todos. Yo en esta quise contar como hubiera sido Superman si en lugar de criarse en Estados Unidos lo hubiera hecho en un barrio de La Matanza. “Kryptonita” en eso es tan juguetona como “Hacé que la noche venga”.
-¿Qué ventajas y desventajas ves en este momento personal donde se te presenta como referente de una nueva generación de narradores?
No pienso en eso. Si me siento honrado que me lean. Tanto lectores como colegas. Y que comenten lo que hago. Es muy fuerte. Por eso quiero ser muy cuidadoso y poder devolver más de lo que recibo. No perder el hambre. Morir en esta.
-¿Cuál es tu opinión sobre la literatura como oficio?
Elegí ser escritor tiempo completo porque se muy bien que soy mejor persona mientras escribo. Y que así soy feliz. Puse mi fe en dedicarme a esto sabiendo muy bien de que voy a prescindir. Yo, Leo Oyola. ¿Que es un trabajo mal pago? Sí. Lo es. Como la albañilería, ponele. Pero a mi me pagan por escribir ficciones y, poco o mucho, eso lo agradezco. Soy un tipo afortunado. ¿Conocés una canción de Kiss que se llama Dios te dio el rocanrol? Los locos se ponen medio evangelistas y te proclaman que Dios puso el rock en el alma de todos. Y que si vos sentís un malestar es porque no estás largando eso que tenés adentro. También dicen que nunca va a ser tarde para trabajar de nueve a cinco. Bueno, yo el traje y la corbata no los quiero más. Al principio es fulero formatear el disco rígido y dejar de cobrar el cinco de cada mes. Meterte la mano en los bolsillos y solo sentir el forro del pantalón. Pero esto es así. Esfuerzo y dejar todo en la cancha. Es lo que me funciona a mí. No podría estar pensando en mis mundos si hiciera otra cosa que no tuviera que ver con la escritura. Dios nos dio el rocanrol y a cada uno la canción que va a cantar. Como yo no te canto ni en la ducha entonces bailo. Que se yo. Me gusta este baile, amigo.

domingo, 7 de agosto de 2011

Vita nova


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Comenzó a desmantelar el Parque de Emociones de su cabeza. El viento hacía flapear las fajas de estafa pegadas en las rejas de entrada de cada juego.
Lo primero que desarmó fue el stand de pelotas de trapo y latas vacías. Sólo una vez había volteado la torre con un solo golpe. El premio habían sido unas insufribles pantuflas de peluche que cada noche sentía arrastrar por las galerías de su corazón.
Las ráfagas, de cuando en cuando, hacían chillar un juego mecánico. El lo miraba como a una montaña de hierro que dejaba para después.
En las sillas voladoras procuró recuperar una foto carnet adherida por el tiempo en uno de los asientos. Ahí sí había tenido buenos momentos. Pero eran los de peor resaca. Quiso rápidamente eliminar el mástil y la noria para deshacerse de los deseos consumados y sus insoportables consecuencias.
No le costó mucho trabajo continuar con el tren fantasma. Siempre le pareció de construcción básica y de miedos sobreactuados. Con la psicóloga había entendido que los traumas eran su devoción más que una carencia edípica.
En la galería de espejos que deforman se detuvo nostálgicamente. Los malos entendidos eran de su predilección. Siempre supo que lo más costoso iba a ser soportarse con pasos seguros. Y enfrentarse a la imagen real de su ser. Pero la orden de clausura no se podía evitar. Continuó.
El Parque, en poco tiempo, volvió a ser casi una pradera.
Sólo la vuelta al mundo desafiaba el paisaje con música ventosa.
Fue cuando a su tarea se sumó el ingrediente policial.
Un chico acomodado silenciosamente en el asiento más alto comenzó a girar como único ocupante del enorme aro.
No era él. Estaba seguro. De pronto sintió un roce en su pierna. Miró hacia abajo y, tan silencioso como el ocupante de la vuelta al mundo, un perro se sentó alzando la cabeza hacia el chico. ¡El perro sí era de él! Mejor dicho había sido. Su más grande pérdida de la infancia. Se inclinó a la altura de la ternura y, hocico contra nariz, recuperó una parte de su ser que no era fisiológica ni espiritual.
A su espalda ¿el niño giraba muerto en el aparato mecánico? ¿Si desmantelaba el juego desaparecería el chico como una pieza más? ¿Debía dejar funcionando la vuelta al mundo para siempre?
El inconfundible chillido del freno le anunció que había terminado de girar el aparato. Se dio vuelta y vio cómo el niño descendía con un gesto de tranquila satisfacción. Siempre en silencio, se fue caminando. El perro lo siguió.
Fue entonces que por los megáfonos oxidados que aún estaban de pie, escuchó la orden de seguir. De apurarse con la vuelta al mundo y de que pasase al Laberinto de los Sueños. Todo debía quedar terminado esa misma mañana.
Rápidamente desarticuló el último juego y emprendió el mismo camino del chico y del perro.

domingo, 31 de julio de 2011

Virtuosismo


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Es músico. El instrumento no importa. Ha logrado ejecutarlo como un simple transporte de lo que quiere decir con la música. Así como un golfista sabe que debe olvidarse de la pelotita cuando realiza el swing, él cree en la música como prolongación de sus sentimientos. Y el instrumento se hace así invisible.
Llega cada quince días a la estación de ferrocarril en la que debe esperar la hora de su clase particular. Durante cuatro años ha viajado para perfeccionarse. Sólo conoce del pueblo la estación y la casona donde estudia.
Su golosa curiosidad lo llevó a investigar otras artes para enriquecer su camino al virtuosismo. Así, leyendo sobre las Bellas Letras, ha encontrado un párrafo de los formalistas que ahora relee mientras hace tiempo hasta la hora de la clase: “A ama a B, B no ama a A; cuando B comienza a amar a A, A no ama más a B”. Esa falta de coincidencia hace girar al mundo, a las óperas, a las novelas, al cine.
La tarde de diciembre ahora declina. Hoy es una clase especial. De composición. El se encamina hacia la casona.
El verano redondea la belleza de su profesora. Como siempre, casi sin hablarse, comienza a ejecutar las notas. Esta vez con carácter de examen final.
Entre ejecutante y examinadora se entabla el diálogo:
El dice:
-“Hace cuatro años que sólo respiro cuando te veo”
Ella escucha en clave de sol:
-sol, sol, la, si, si, do, re, mi, si, re, do, si, la, do, si, la, sol.
El siente en la yema de los dedos:
-“Esta música me acercó a la pasión y hoy me aleja de vos al rozar la perfección”.
Ella oye:
-sol, sol, la, si, si, do, re, mi, re, si, re, do, si, la, si, la, sol.
El incorpora una variación:
-“¿Por qué sólo puedo besarte con el alma sin lograr que nuestros cuerpos se hagan uno?”
Ella percibe:
-sol, re, sol, la, si, re, si, do, re, re, mi, re, si, re, re, re, re, re, do, si, la, re, re, re, do, re, si, la, sol, re, re, re.
Termina la última clase del año. Se despiden para siempre con los ojos humedecidos, cada uno por motivos diferentes.

sábado, 30 de julio de 2011

Del infierno al cielo




Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
“!El orgullo de Rimbaud! Un satanismo que lo lanza a lo angélico”. Define Julio Cortázar. La opción final por el delirio místico de muchos autores que ahora una mirada postmoderna analiza simplificando como esquizofrenia. Lo cierto es que detrás de las grandes obras universales hubo almas que pasaron del infierno al cielo. Quizás como exagerado costo.
El caso del poeta francés Arthur Rimbaud es tomado como el gesto absoluto. En el sentido que utilizó un par de años de su casi adolescencia para la revulsión completa de la poesía. Para luego emprender el viaje que lo llevó a traficar esclavos y no acercarse nunca más a la palabra escrita. Ajusticia Cortázar: “¿Por qué no se mató Rimbaud? Es que, en realidad, se mató. Lo que queda de él es una costumbre de vivir, de viajar; un recuerdo corporizado, un retrato vivo”.
Más allá de este gesto que se completa, hay muchos casos en los que la metamorfosis continuó desarrollándose en los cuerpos que a su vez creaban el cuerpo de la obra.
Nicolai Gogol, el gran novelista ruso, sufre el cambio tan intensamente cuando revisa la segunda parte de “Almas muertas”, que “sus preocupaciones y autorreproches con ansiedades hipocondriformes y místicas” lo lleva a “un arrebato de autoexecración” por lo que decide quemar los originales de la segunda parte de su novela. Y muere “finalmente tras continuado ayuno y rechazo de cualquier alimento”. ¿Depresión psicótica? Es una síntesis científica e injusta quizás.
Por su parte, la transformación de Hermann Hesse de “Demian” a “La ruta interior” sucede sobre una ruta más suave y armoniosa. Por suerte dejó una extensa autobiografía y es mejor remitirse a las fuentes: “Cuando empezó a manifestarse el nuevo cambio en mis escritos y en mi vida, muchos de mis amigos sacudieron la cabeza. Muchos también me dejaron. Esto formaba parte de la imagen cambiada de mi vida, igual que la pérdida de mi casa, de mi familia y de otros bienes y comodidades. Fue una época en la que cada día me despedía, y cada día me asombraba de poder soportar también lo que me seguía pasando y seguir viviendo, y de seguir amando siempre algo de esta extraña vida que sólo parecía traerme dolor, decepciones y pérdidas”.
Alguien que decidió ser evidente en sus cambios a través de sus poemas y dibujos fue William Blake. Como un Rimbaud interesado en que los demás se enteren. Quizás por eso ya en 1793 declara casualmente en “Las bodas del cielo y el infierno”: “Si las puertas de la percepción se depurasen,/todo aparecería a los hombre como realmente es: infinito./Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver/todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna”.
Dostoievski, otro atormentado cambiante, alguna vez ayudo a su propio vértigo esgrimiendo que “el corazón del hombre es el campo de batalla entre Dios y el Diablo”. Todo parece indicar que lo único que cambian son los recaudos y que permanece inexorable el camino.

martes, 26 de julio de 2011

Navigare necesse est, vivere non necesse




Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Horas muertas en una terminal. Situación que a nadie le gusta atravesar y menos en viajes de placer. Como si el placer fuese una sustancia con fecha de vencimiento que late en el lugar de destino y comenzara a diluirse a partir del aviso de la mecánica voz que anuncia la cancelación de un servicio.
Uno de los viajeros se separó de la fila fastidiada que acaba de recibir la noticia de un atraso de dos horas. Era visiblemente el más irritado y, además, con el gesto permanente de quienes no aguantan demasiado tiempo sumergidos entre la gente. Por eso buscó lugar lejos de los bancos llenos de personas negadas a un hogar y que tienen junto con sus frazadas un atado de oportunidades perdidas.
En la otra punta de la fila que encontró más desocupada, alguien lo observó desde que abandonó al contingente. Se acercó y le dijo secamente:
-Entiendo su enojo. Yo tampoco soporto este tipo de interrupciones. ¿Adónde va?
Dudó en entablar la típica conversación de circunstancia. Pero ciertas marcas de viajero en el rostro del interrogador lo llevó a contestar:
-Mendoza.
-Es el mejor momento, después de la fiesta de la vendimia. Los hoteles Vechia Roma, Nutibara o el Solaz de los Andes tienen un servicio ideal y al mejor precio- le dijo casi sin esperar a que termina la respuesta.
-Conoce mucho, parece…
-Vivo viajando. Le repito que estas demoras son como un paréntesis insoportable para mí. Si sigue para el norte le recomiendo Cataratas del lado brasilero y el hotel Dom Pedro, con piscina climatizada incluida en el precio por noche.
-¿Usted dónde va? ¿Qué demoras tiene?
-Lo mío es un poco más complicado. Me quedó la billetera en el micro que seguía para Bariloche. Me dijeron que la recuperarían. Pero debo esperar al menos veinticuatro horas. Si al menos pudiera llegar a Bahía Blanca esta noche. Ahí me esperarían con la billetera y podría terminar el periplo. Hice Carlos Paz clásico, Merlo, pasé por Mendoza y me esperan los glaciares…
Hizo una pausa con la que pareció cargarse de angustia, para luego decir:
-No debería contarle, pero es muy probable que sea mi último viaje. Mis últimos análisis de artrosis dieron bastante mal.
Algo hipnótico en la mirada del narrador había logrado que se le alejara un poco el fastidio. Y sin darse cuenta preguntó:
-¿Cuánto sale el pasaje a Bahía Blanca?
-Ciento treinta pesos.
Y dio otro paso:
-Tome. Tenga el dinero. Yo llevo reservas y usted me devolvió el entusiasmo. Quedamos a mano. Aproveche a llegar cuanto antes.
-Juro que se lo voy a devolver. Deme sus datos. Es usted un viajero ideal. Verá que estos gestos siempre se devuelven.
Hubo un apretón de manos. El megáfono anunció que el servicio a Mendoza había sido restituido. Se despidieron en el andén y los demás los confundieron con dos amigos que se ven de cuando en cuando.
Cuando el micro se sumergió en la noche, el narrador pidió en el bar un suculento café con leche y medialunas. Calculó que con el resto del dinero podría repetir ese placer en los próximos tres días. Antes de comenzar a hojear el último folleto de turismo, miró alrededor y alzó un suspiro.
De alguna manera ama ese lugar de ochocientos metros cuadrados del que nunca salió.

domingo, 17 de julio de 2011

Amigos que dan la palabra




Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Eramos cinco. Las diferencias de edades habían operado en la sobremesa de la cena como bálsamo para que los temas fueran confluyendo en una calidez armoniosa. “No hablamos de mujeres, ¿te diste cuenta?” había bromeado días después uno del grupo.
Había en la reunión dos que no se conocían entre ellos y uno que sólo conocía al dueño de casa. Situación que sólo duró los escasos minutos de la picada. El aire fresco de afuera congelaba una luna remota por el frío. Pero brillante como la lámpara de un cuento de las mil y una noches. Se diría que en ella rebotaba la luz de un encuentro placentero donde la charla avanzaba como una canoa en un río del Amazonas.
Sin embargo, cada traje de piel guardaba debajo sus revoltosas corrientes. A veces se escapaba, disfrazado de frase tanguera, algún achaque. O, según la edad, una urgencia existencial, una pasión incumplida. Cada problema mencionado era atendido por el resto en una especie de cofradía sobreentendida. Eran salvatajes menores hasta que a uno se le ocurrió insinuar las dolencias de un mal de amores. Sin nombres ni protagonistas. Fue cuando la lámpara pareció enfriarse de respuestas. Como si esa dolencia no figurara en el vademecum de la amistad.
Entonces, quien menos había hablado en toda la noche, pronunció la palabra que a su entender produciría la cura. Una palabra que cayó en la mesa como si hubiera derruido agua fresca, nueva, esperada. Agua con la fuerza de un buen vino. Las demás palabras ya dichas comenzaron a pudrirse instantáneamente. Y las que aún no habían sido dichas emprendieron camino gargantas adentro. Avergonzadas. Pude ver en las bocas de todos una extraña forma de cerradura carnosa. No se dijo mucho más. Y nos despedimos.
La palabra era brillosa y a su vez raspaba al pronunciarla. Tenía once letras y era muy bonito decirla. Había causado efecto en los demás, aunque nadie supiera bien el significado.
El enloquecido de amor fue quien más se dedicó a rastrearla. Era un término de la psicología que se refiere a una capacidad para sobreponerse de las dolencias emocionales. El grupo no continúo, o al menos no se sigue reuniendo con todos los integrantes.
El loco de amor está mucho mejor. Pero entendió que la cura no proviene del arte de sobreponerse psíquicamente de la dolencia emocional. Ni de la continuidad de un grupo de enamorados anónimos. Sino de dar la palabra. La que sirve en el momento que hace falta. Ahora calla en las reuniones, hasta que alguien la necesita. Entonces la pronuncia ensayada, impostada, pero efectiva.

miércoles, 29 de junio de 2011

Historia de una confesión



Discépolo, artesano de antihéroes

Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Como en una buena película o en una buena novela, en la canción también existen recursos –muchas veces sólo intuidos por sus autores- que logran su inmortalidad. Está claro que Enrique Santos Discépolo lo logró en varias oportunidades. Pero en el caso del tango “Confesión” hay parámetros de construcción que la colocan en un podio imbatible.
Se debe tener en cuenta que este tango canción, estrenado el 16 de octubre de 1930 como pieza de una revista que protagonizó Tania, fue cantado luego por Carlos Gardel, Julio Sosa, Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche. Los tres con su propia impronta. Y no son muchos los tangos con el destino privilegiado de haber pasado por esas cuatro gargantas.
Más allá de la ruptura musical que el especialista Sergio Pujol explica muy bien en su excelente biografía sobre Discépolo, “Confesión” cuenta una historia como un cuento perfecto y además la letra gira en círculos como una eterna escena final de película memorable.
En la palabra abnegación quizás resida parte del secreto. Este valor imposible de encontrar ya en gestos humanos reales, es sin embargo una figura literaria a la que se le puede sacar jugo: alguien hace algo por otro y luego cuida que no se entere nunca. Entonces el espectador/lector se convierte en el único cómplice de esa altísima ofrenda. De ahí también el gran acierto en el título del tango de Discépolo.
Sería casi una traición explicar la letra aquí sin antes recomendar buscar en youtube cualquiera de las cuatros versiones que mencionamos antes. Como casi todos saben, el tango habla de alguien que se hace odiar por la mujer que más ama. Esquizofrénico, si se quiere, la golpea y luego “me arrincono para llorarte”. El punto es que ella nunca sabrá que fue para salvarla de su propio rodar cuesta abajo. Y sigue: un año después la ve “linda como un sol”. Se muerde para no llamarla. Y, pleonasmo de la abnegación, se alegra de quien la puede disfrutar así porque se la merece (“me justifica el verte hecha una reina”).
Dice Sergio Pujol: “obviamente, la confesión no tiene destinatario (…) Y en la imposibilidad de comunicación reside el efecto teatral de Discépolo (…) como mostrar (al público, aclara) una carta que nunca llegará a destino”. Está muy bien esto de definir como “efecto teatral” el gesto de Discépolo. Pero no es sólo una demagogia sentimental lo que está en juego. Así como Roberto Arlt nos enseñó que Dostoievski podía reencarnarse en la avenida Corrientes con un porteño nihilismo a estrenar, Discépolo también bebedor de esas aguas (junto con Nietzche), sabe usar sus lecturas de manera magistral. Tanto como para encerrar en dos minutos una historia con todos los ingredientes de una novela de amor y de ideas.
Pujol compara a este personaje de “Confesión” con otros de Discépolo y explica: “Nuevamente, la conciencia es lo único que queda, el amuleto al que se aferran los fracasados, una paradójica moral que no está dispuesto a entregar fácilmente”.
La conciencia. Sin ese tesoro está claro que no existe la abnegación. Que destila un placer líquido (se supone que debe haber placer) como el de una venganza pero al revés. Con esa certeza en medio de la perdición comienza la letra del tango:
“Fue a conciencia pura que perdí tu amor”.

miércoles, 8 de junio de 2011

La balada del oficinista


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Nunca sabremos si la oficina es un invento de Franz Kafka para urdir sus tramas o una derivación natural del progreso de la burocracia. Lo cierto es que con obras como “Ante la ley”, el autor de “La metamorfosis” logra con una brevedad admirable una definición para el bronce de ese laberinto cotidiano que alguna vez padecimos todos. De ambos lados del mostrador.
Si la oficina fuese de origen divino, podríamos conjeturar que es el adelanto en cuotas del purgatorio. Pero en un largo recorrido por los grandes escritores universales, podemos ver que en realidad ha sido una de las fuentes inagotables de inspiración. Y también estamos hablando de ambos lados del mostrador, ya que un gran número de ellos fue oficinista hasta que pudo (mal) vivir de la escritura.
El oficinista poeta por antonomasia es Fernando Pessoa. No sólo por su monumental obra sino porque además fue oficinista hasta las últimas consecuencias. No se puede concebir el desangrado de sus poemas sin mezclarlo con la tinta que usaba junto al patrón Vasques.
Pessoa, a pesar del efecto de sus múltiples personalidades poéticas, logra conmover más con su tarea habitual, rutinaria. Nosotros queremos que ése que nos cuenta los desgarros del Libro del desasosiego sea un oficinista al que apenas le quedan horas a la noche para escribir. Lo mandamos como un minero a la oscuridad y lo esperamos a la vuelta para que nos tire cachetazos de barro con luz. La locura irreal y cotidiana que enfrenta Pessoa en Portugal es lo que hace creíble y única a su literatura.
Hay un relato titulado “El cocodrilo” de Fedor Dostoievski que marca un quiebre en su obra, hasta para los más estudiosos. Pero más allá de sus características de un adelantado surrealismo, la trama propone el interior hueco de un cocodrilo para refugio de un oficinista cuando rumbo a su trabajo es tragado por el animal. La burocracia, gran tema ruso, sin duda ha llegado a su esplendor en una de las mejores novelas de todos los tiempos: “Las alma muertas” de Nicolás Gogol. Pero del relato de Dostoievski, dice el poeta argentino Aldo Pellegrini que el autor busca “poner de manifiesto la voluntad que lo anima a salvar por vía del humor sarcástico la posibilidad misma de ser hombre en plenitud. (…) esa criatura humana encerrada en el vientre del cocodrilo sigue razonando (…) un alegato ideológico, la necesidad de restituir a su condición a todos los hombres en todos los aspectos de la existencia”.
Guy deMaupassant, sólo por mencionar uno más de la gran lista de oficinistas conversos, marca con su nouvelle “La herencia”, el camino de salvación al salir de ese hormiguero que es el Ministerio de Marina. Sale de allí en primera persona y utiliza todo el material: hipocresía, cinismos y traiciones. Que suele anidar en aquellos rincones en estado puro.
Roberto Arlt, podríamos decir que hizo un giro metafísico al término oficina. Lo instaló como el lugar que no deja trabajar en paz pero que al mismo tiempo hace ese “ruido de fondo” necesario para que lo que uno escribe realmente respire. Trasladó el concepto de oficina nada menos que a la redacción de un diario protestando en sus prólogos por tener que escribir en medio de tanto ruido.
Hay quizás un “oficinismo” histérico cuando los escritores construyen ese ambiente-excusa que no les permite crear pero que al mismo tiempo los motiva para la letra rebelada. De todas maneras el lugar ideal no existe. Lo dice Bukowski en su poema cuando cuenta que al fin tiene “luz, espacio y tiempo” para escribir. Pero no qué.

jueves, 28 de abril de 2011

Jornada Ferial de Microficción

Por tercer año consecutivo, se realizará la Jornada Ferial de Microficción en el marco de la 37a. Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, coordinada por el escritor y antólogo Raúl Brasca. Será el día 3 de mayo, de 18:30 hs. a 22:00 hs, en la sala Roberto Arlt.
Como novedad, este año habrá un invitado especial extranjero, don Agustín Monsreal, que llegará especialmente desde México para participar en la Jornada. Además de los altos méritos que ostenta como cuentista y microficcionista, Monsreal formó parte del consejo de redacción de la legendaria revista El Cuento que también integraron Juan Rulfo y otros próceres de la literatura mexicana. El Cuento reconoció de hecho la microficción antes de que lo hiciera la Academia, y sus páginas dan cuenta de su desarrollo.
Además, junto con algunos autores emergentes, participarán Ana María Shua, María Rosa Lojo y Eugenio Mandrini. También hará su presentación en sociedad la flamante Asociación literaria Dr. David Lagmanovich.
Una vez más, la Internacional Microcuentista estará cubriendo el evento para traerles toda la información relacionada al género. A continuación, detallamos el programa completo de la Jornada:


* 18.30 hs.
Presentación
* 18:40 a 18:45 hs
Lectura del texto de presentación de la Asociación Literaria Dr. David Lagmanovich
* 18:45 hs
Mesa de Lectura: María Rosa Lojo (Pcia. de Buenos Aires), Mariángeles Abelli Bonardi (Neuquén), Horacio de Azevedo (Ciudad de Buenos Aires), Guillermo Del Zotto (Pcia de Buenos Aires). Coordina: María Rosa Lojo.
* 19:30 hs
Entrevista con Agustín Monsreal. Entrevistadores: Ana María Shua y Raúl Brasca
*20:05 hs.
Receso
*20:25 hs
Mesa de Lectura: Nélida Cañas (Córdoba – Jujuy), Julio Estefan (Tucumán), César Antonio Alurralde (Salta). Coordina: Julio Estefan
*21:00 hs
Mesa de lectura: Eugenio Mandrini (Ciudad de Buenos Aires), Eduardo Gotthelf (Neuquén), Monica Cazón (Tucumán). Coordina: Mónica Cazón
*21:35 hs
Mesa de Lectura: Agustín Monsreal, Ana María Shua
*22:00
Cierre

miércoles, 27 de abril de 2011

Obras de Daniel Fitte en Azul




Como un artista de preguntas lo definió Héctor Joaquín García a Daniel Fitte cuando allá por el 2001 expuso su obra en el Museo López Claro de Azul. Era una etapa que promediaba su madurez con la pintura y comenzaba a asomar fuertemente su tendencia al arte conceptual, sobre todo basado en objetos. Hay muchas nuevas miradas desde entonces. Y el próximo domingo 1 de mayo, en el azuleño Espacio de Arte Oliva Drys, será inaugurada una muestra con sus últimas pinturas.
Después de varias muestras en la ciudad de Buenos Aires, Daniel Fitte fue dándole forma a nuevas obras personales en medio de dos trabajos de gran exposición: el monumento homenaje al Trabajador del Cemento en Sierras Bayas y la obra Sendero de la Memoria que será inaugurado en los próximos días en el campus universitario de nuestra ciudad.
“Puedo decir que Sierras Bayas es a Fitte lo que a Quinquela Martin La Boca”, expresa el profesor Silvio Oliva Drys para de alguna manera dar la bienvenida a esta nueva exposición que tendrá justamente una base de paisajes y cardos de la ciudad natal del artista. Precisamente de esa mirada agrega: “Fitte evoca y nos presenta con luces y sombras las silenciosas presencias del paisaje a los que rinde homenaje. En sus cardos y piedras arremete desde las vísceras sobre el soporte, fuertes y seguros trazos marcan su impronta, los da quien ya conoce el oficio, la técnica y así su pintura adquiere la dimensión de obra plástica, de la pintura-pintura”.
En esta muestra que se desarrollará durante todo el mes de mayo seguramente se podrá apreciar el espíritu de obra que Oliva Drys sigue sintetizando así: “una diversa producción –dibujos, instalaciones, pinturas o ensambles- donde es frecuente encontrar un ´cierto clima metafísico´ que subyace y así nos introduce a una experiencia de memoria, del acontecer y devenir de la existencia humana. Del trabajo, del obrero, de los vestigios, de la piedra convertida en hombre y el hombre convertido en piedra, del alma de los cardos y todo lo que su sensibilidad aborda”.
Una mención merece también el catálogo que se realizó para esta ocasión. Con una delicada mirada que incluye sutilezas y blancos propios de la obra de Fitte, la publicación recoge la observación de colegas y críticos con textos que van dibujando la búsqueda del artista y la encierran en una síntesis que no por parcial deja de reflejar una justa apreciación. Con certezas pero también con preguntas que insinúan lo más importante: se trata de una obra que está viva.

lunes, 18 de abril de 2011

“Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo”



Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
La mujer quizás sea el ser que más capacidad tiene para ofrecer variantes de compañía. Las múltiples formas que domina para hacerse necesaria son difíciles de lograr en otro rango de humanidad. Y más allá del traslado de complejos y debilidades que podamos hacer cuando esa necesidad es de una sed insoportable, también hay modos de representación que no requieren el cuerpo, disimulan distancias e ignoran idiomas. Uno de esos casos es Wislawa Szymborska. Claro que al pronunciar ese nombre, viene con él su poesía.
¿Por qué nombrar a la poeta y no a su obra como necesaria? Precisamente porque al leerla se lee su rostro y al mirar una fotografía suya se ve su poesía en los dulces surcos de la cara.
Nació en Polonia en 1923. Con esa feminidad que destacamos, atravesó esa porción del siglo, en esa porción de la Tierra. Cuando faltaban cuatro años para comienzo de este milenio disparado como un torpedo, en 1996, ganó el Premio Nobel de Literatura. Y llega a nuestros días para todavía ofrecer sus pasos sobre la Tierra, en la que deja como semillas de eternidad sus versos naturales.
Wislawa, con las características que mencionamos al principio, es una mujer que no necesita presentarse más que con dos versos. Y con el tercero ya sostener nuestra atención para leerla con la concentración que requiere un sombrero para ser sostenido mientras arrecia el viento. Ya en el tercer verso, o al segundo poema, sabremos que no hace falta leer nada más. O que al hacerlo estaremos conociendo un poco más el abanico de sus caricias universales.
Así nos invita, por ejemplo, a pensar la poesía como un sabor: “A algunos les gusta la poesía. /
A algunos/es decir, no a todos./Ni siquiera a los más, sino a los menos. /Sin contar las escuelas, donde es obligatoria, /y a los mismo poetas,/serán dos de cada mil personas./ Les gusta,
como también les gusta la sopa de fideos, /como les gustan los cumplidos y el color azul,
como les gusta la vieja bufanda, /como les gusta salirse con la suya,/como les gusta acariciar al perro.//La poesía,/pero qué es la poesía./Más de una insegura respuesta/se ha dado a esta pregunta./Y yo no sé, y sigo sin saber, y a esto me aferro/como a un oportuno pasamanos”.
Pero además de su poesía y de su prosa, desde 1996 brilla también el discurso que ofreció al recibir el máximo galardón para quienes escriben. Wislawa, como “mina piola” que uno quiere de compañía, tiene un dominio de la ironía que es el de usar el bisturí escondido en la manga. Por eso habla en el discurso de la dificultad del poeta para presentarse ante la sociedad cuando le preguntan ¿qué hace, a qué se dedica? De cómo la estructura actual de representaciones impide, por ejemplo, una película biográfica de un poeta (“uno permanece sentado a la mesa o acostado en un sofá, con la vista inmóvil, fija en un punto de la pared o en el techo; de vez en cuando escribe siete versos, de los cuales, después que transcurre un cuarto de hora, va a quitar uno y de nuevo pasa una hora en la que no ocurrirá nada, ¿Qué clase de espectador podría soportar una cosa semejante?”). De la imposibilidad de mostrar al poeta como alguien con un oficio tan “explicable” como cualquier otro. Claro, parece que el mundo está muy seguro de no querer preguntas. Por eso también rescata el “no sé” como una gimnasia totalmente necesaria para construir la obra, la de cualquier artista.
A esta “artista”, ebanista de las palabras mundanas y contemporáneas a las que seca las cáscaras hasta descubrir lo imprescindible, se la puede empezar a conocer con la obra “Poesía no completa” editada por el Fondo de Cultura Económica. Y tener esa voz y esa sonrisa que supo imaginarse, por ejemplo, al bebito Adolfo en el poema “La primera foto de Hitler”.
Wislawa, nombre con sonido de manantial, dijo también que durante un siglo no ocurren más que dos o tres cosas importantes. Que nazcan poetas como ella debe ser una de esas cosas. Y muy necesarias si tenemos en cuentas las palabras finales de su discurso del Nobel: “De acuerdo, en el habla cotidiana, la cual no recapacita sobre cada palabra, usamos expresiones como ´la vida común´, ´los acontecimientos comunes´... Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo. Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo."

domingo, 10 de abril de 2011

“Los mitos griegos no son políticamente correctos”


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
“Les propongo entrar al más extraño y oscuro de los laberintos: el de la imaginación humana”. Ese es el desafío y convite que hace Ana María Shua en su última producción, editada por Alfaguara y pensada para hacer conocer los mitos griegos al público infantil.
Shua, quien además de novelista y autora especialista de minificción (prepara un nuevo libro del género para setiembre), también tiene un gran camino recorrido en la mente del lector pequeño. En este caso con “Dioses y héroes de la mitología griega”, la idea es precisamente abordarlos dese su experiencia en la “traducción” al lenguaje de esos consumidores especiales. Dice también en el prólogo justificar ese “otra vez” de los mitos porque “son extraños y maravillosos, pero también familiares y cercanos. Porque están vivos”.
-Teniendo en cuenta la invitación que haces en el prólogo , “¿considerás que es el miedo el primer disparador de la imaginación?
-No, en absoluto. La imaginación humana es un extraño y oscuro laberinto en el que hay jardines y selvas, cuartos iluminados, mares insondables, pelusas, rocas y torres de petróleo. No todo es terrorífico, no todo es feliz, pero todo es imprevisible. Los mitos griegos son tan intensos que consiguen hacernos vibrar cruzando el tiempo y el espacio con su carga de asombro y maravilla.
-¿Cómo fue esa experiencia de lectura de “El tesoro de la juventud” que explicás como disparador de esta obra y cómo fue revivirla de adulto para elaborar los textos?
-“El Tesoro de la Juventud” era un libro que yo adoraba. Lo desee mucho y finalmente me regalaron en una noche de Reyes, como a los nueve o diez años. Traía su propio mueblecito, porque eran veinte tomos, era un libro ya muy anticuado para mi época. Pero además de “El libro de los Por qué” y el “El libro de las narraciones interesantes”, “El Tesoro de la Juventud” incluía muchas historias de mitología griega y romana, que yo disfrutaba enormemente. Mis padres se divertían con mi interés por los dioses y los héroes, y a veces me tomaban lección (con el libro abierto, porque ellos no sabían tanto) para ver si realmente me había aprendido esos nombres raros y lo que querían decir. Fue enormemente placentero releer varias versiones de los mitos para revivirlos una vez más.
-¿Cuál es el poder de los mitos griegos para seguir hoy vivos, como decís, y seguir representados con distintas variantes pero el mismo trasfondo?
-Los mitos griegos cuentan historias humanas, llenas de calor, de emoción. No son políticamente correctos, no tienen explicaciones para todo, no son moralistas. Nos hablan de los malos y los buenos sentimientos. Los dioses y los héroes son buenos y malos al mismo tiempo, son valientes pero codiciosos, son generosos pero imprudentes, son alegres pero egoístas. Muchas veces no hay una explicación razonable para sus actos, como le puede pasar a cualquiera, ni ellos mismos saben por qué se están comportando así. Por eso, y por la loca imaginación que los anima, porque tres ancianas marchitas pueden compartir un ojo y un diente, porque hay monstruos que tienen cincuenta cabezas y cien brazos, porque una mujer con cabellos de serpiente puede convertirte en piedra con la mirada, por todas esas razones seguirán estando siempre vivos y al acecho, listos para lanzarse sobre el lector y atraparlo una vez más.
-Alguna vez has opinado que las fronteras entre literatura para adultos y para niños son difusas. ¿Cómo experimentaste este concepto a la hora de armar estos textos? ¿Qué voz narradora elegís para hablarle a los más chicos?
-Las diferencias son muy claras cuando uno se encuentra en mitad del país. Un cuento para un chico de seis años no es para adultos, punto. Pero cuando uno se acerca a las fronteras, diez, once, doce años, no hay tantas diferencias. Un libro para chicos es un libro que también le interesa a los chicos. No tuve que pensar mucho cómo contar estas historias, me guié por mi intuición como escritora. Cuando un autor dice que escribe para sí mismo, no quiere decir que no le interese publicar, sino que uno mismo es su primer lector. Yo traté de escribir los mitos griegos como a mí me hubiera gustado leerlos cuando era chica.
-¿Qué podés adelantar del libro “Fenómenos de circo” que se publicará en setiembre?
-Es un libro de cuentos brevísimos, no más de una página cada uno. Todos tratan de diversos modos sobre el tema del circo y muchos están basados en historias reales. Tanto que decidí incorporar una sección en la que aparecen minibiografías de las personas reales mencionadas en el libro. Quiero que se distingan de los personajes que yo inventé. Estoy muy contenta, lo estoy terminando ahora, después de muchos años de trabajo y me gusta cómo quedó.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Más allá de los 18 whiskies






Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Hay frases inoportunas. Y más inoportunas se convierten sin son las últimas que se dicen. Claro que depende mucho sobre que traje caerá esa mancha. No miraremos aquí aquellas que realmente superaron a la persona o al personaje. Sino, por el contrario, las que por misteriosas razones del tiempo y sus caprichosos sellos, minimizaron figuras. Vale decir que, en muchos casos, las frases fueron buscadas en su efecto. Actitud que se podría sintetizar con una frase hecha: “se cavaron su propia tumba”. Pero en muchos casos, los autores de las frases que hoy siguen con sus ecos, son víctimas de lo que quedó en el tamiz.
Seguramente la mayoría de los autores que citaremos, de haber tenido como última voluntad elegir la frase con la que recordarlos, no hubieran elegido la que hoy subyace.
¿Sabía el poeta Dylan Thomas que iba a morir inmediatamente después de decir “He bebido 18 vasos de Whisky, creo que es todo un récord”? Sin ser médico, probablemente haya tenido una idea de que podía pasar. Pero el caso es que su frase no sólo lo conserva sino que fue (o es) por ejemplo, el título de una revista literaria. Bien. ¿Eso es lo mejor que dijo Thomas para quedar plasmado? ¿Y dónde quedan versos suyos como “Y la muerte perderá su dominio./Los muertos desnudos serán un solo muerto./(…)/Y aunque los amantes se extravíen perdurará el amor/Y la muerte perderá su dominio”
Algo similar ocurre con la tan mal citada “He cometido el peor de los pecados, no he sido feliz”, de Jorge Luis Borges. Mal citada en el sentido de que forma parte de un poema que no es de los mejores de Borges, pero que además corresponde, obviamente, al “personaje” de ese poema. Justamente Borges, quien hizo declaraciones con la precisión de un ebanista, podría tener hoy otros recuerdos.
Hay otras que son evidente búsqueda de efecto: “Madame Bovary soy yo”, de Gustave Flaubert. Claro que es sonora. Pero no todos la leen pensando que en realidad se refiere a que verdaderamente en esa novela dejó toda su sangre de obsesivo prosista. Madame Bovary soy yo en el sentido de “es todo lo que tenía para dar”.
Roberto Arlt, muy enojado con los críticos y por su situación particular de periodista tiempo completo, pone en el final de un prólogo: “Y que bufen los eunucos”. Es el caso de propiedad arrebatada, ya que nos podemos sorprender con que en realidad se trata de un verso de un poema de Rubén Darío. ¿Fue citada sin permiso? ¿Rubén Darío también la tomo cual antorcha de lugares ancestrales?
En ese sentido marketinero, quizás descolle la célebre: “Soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio”. Frase de Truman Capote que reemplaza a la adolescente “sexo, drogas y rock and roll”. Y que dio también pie a una falsa etimología del ser escritor. Claro que tuvo sus sucesores.
Pero hay que separar intenciones, como cuando desde una convicción profunda y antes de escribir su mejor obra, el gran Henry Miller declara:“Gracias a Dios no hay más libros que escribir”. Su gran lector crítico, Charles Bukowski, se caracterizó por ser un “frasero” permanente. Pero quizás la que más brillo obtuvo fue “Lo que más me gusta es rascarme los sobacos”, que terminó siendo el título de su biografía más leída. Y a decir verdad, bien elegida porque sintetiza los golpes de efectos de sus otras frases.
Las frases deben tener un comercio con el tiempo y con el medio en que se dice. Evidentemente hay muchas que podrían haber provocado verdaderos cataclismos y no lo hicieron por un error en las coordenadas. Otras hicieron más humo que revolución. De todas maneras hay un ente invisible que las eleva y las torna perennes. Muchas veces encierran en un buen traje al que las dijo. A veces las alcanza a pronunciar en voz alta, como para citar una reciente de José Saramago :“No es que es yo sea pesimista, es que el mundo es pésimo”.
Otras veces son escritas casi sin intención de trascendencia en el medio de un poema. Y se convierten en una belleza abarcativa, como núcleo de los demás sistemas planetarios: “Menos tu vientre, todo es confuso”. (Miguel Hernández).

domingo, 20 de marzo de 2011

La improvisación como estilo





Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Julio Cortázar, Woody Allen y Charlie Parker podrían denominarse como la máxima trinidad de la relación del jazz con la literatura. El primero por su constante admiración en voz alta por el género, el segundo por su inmersión imposible de pasar inadvertida en ambos rubros y el tercero porque, además de la música, ofreció una vida capaz de llenar libros biográficos para todos los gustos y morbos.
Pero, al igual que muchos géneros (literarios o musicales), el jazz no tuvo un patrón genético en la Argentina hasta que el escritor e investigador Sergio Pujol editará “Jazz al sur”. El primer intento de mapa de jazz legítimamente rioplatense.
Pujol, con la vida y obra de músicos como Oscar Alemán, Gato Barbieri, Lalo Schifrin y Enrique "Mono" Villegas descifró los genes que hoy continúan en músicos como Adrián Iaies o Luis Salinas. Es más, quizás fue el generador de una definitiva mirada hacia adentro para elevar a la superficie lo que hoy se denominan “músicas” argentinas. Y que a nosotros en lo local nos toca tan de cerca como la excelente carrera de Andrés Beeuwsaert (quien en su último disco incluye thankas de Borges).
¿Cómo impacta la literatura en el jazz hecho acá? Podemos citar dos ejemplos. El primero si se quiere arrebatando el dilema tanguero de Piazzolla y llevándolo al plano de lo experimental. En este caso junto con la figura in crescendo de Piazzolla se ha creado un rumor en voz baja que es que sus grandes composiciones musicales (incluso en los tangos “puros”) nunca tuvieron letras a su altura. Nunca se le igualó la “poesía” como suele decirse de las letras.
El otro ejemplo tiene que ver con el jazz y el rock. Y aquí literatura y jazz-rock llegan a su máxima combinación con Luis Alberto Spinetta. Incluso los excelentes músicos de jazz actuales recurren a versiones y reversiones de él para sacar brillo a sus Cds.
Pujol, que humildemente dice que “con ´Jazz al sur´ tuve la suerte de contar con una historia que no estaba publicada”, no ha dejado descuidado el fenómeno. Ha confesado que “una nueva generación de solistas ha subido a escena. Quienes la integran no son parricidas, pero comparten entre ellos algunos rasgos ´epocales´, por decirlo de algún modo: componen lo que tocan - o mejor dicho, improvisan a partir de originales-han estudiado rigurosamente la mecánica de sus instrumentos”.
Y de este “viento a favor” del nuevo jazz dice “ojalá dure toda la vida. Lamentablemente, algunos nubarrones asoman en el horizonte: pocos lugares para tocar, escaso apoyo estatal y una sobreabundancia de oferta cultural, a punto tal que hasta el crítico más informado carece de tiempo y espacio para dar cuenta de todo. De cualquier modo, confiemos en el vigor de un arte libre y testarudo, acaso la única música de nuestro tiempo capaz de seguir creciendo sin los créditos del mercado. Finalmente, tres o cuatro tipos tocando sin red y sin mayores cálculos ya son un hecho jazzístico”.
Ahora bien, ¿cuántos autores tomaron las páginas en blanco para pegarle a las teclas como si hicieran jazz? Quizás podemos apoyarnos en Allen Ginsberg cuando habla de su colega Kerouac: “sabía de espontaneidad y jazz, no tener miedo y ser amable. Sus Blues and Haikus permanecen para mí como la grabación clásica de toda la era de la poesía jazz beat: pronunciación enérgica, profundo color de las vocales y dentellada consonante, exquisita inteligencia consciente en cruzar la lengua contra los dientes con labios abiertos. Su dicción maravillosa, aprendida a primera vista de Shakespeare, el color de su festiva, sofisticada, mundana, ´indulgente y amplia inflexión poética´, como él anotó que era la mente de Charlie Parker”.
Y no podemos terminar sin descubrir los genes propios en este tipo de intentos. En Argentina existió Néstor Sánchez, el autor de Siberia Blues que “hizo jazz” intentando por medio de sus ejercicios de improvisación “procurar que la prosa fuera nada más que una excusa para llegar a la poesía”.
Un recurso que no pasó inadvertido en otros autores, considerando esta declaración de Enrique Vila Matas: “en realidad, imitaba a Néstor Sánchez, que salía un poco de Cortázar o, al menos, escribía parecido. Sí, lo más exacto sería decir que yo empecé a escribir imitando el estilo de Néstor”. Como en el jazz…