domingo, 12 de febrero de 2012

Artaud y la abeja reina



Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
En un jardín invisible pelean ahora Artaud y la abeja reina.
Un viento que destartala deja huecos imposibles dentro del mismo silencio. Una voz ha retrocedido. Y, como diría Bernard Shaw, lo más gracioso es que el Capitán hablaba en serio.
En la antesala del jardín ha quedado abierto el libro más profundo que pudiera hacerse con tiza y rock. Una novela en dos minutos, que se llama Resumen porteño. Una película de ciencia ficción en tres, que se consume como un tango. La expansión de la conciencia en las puertas del durazno.
El Capitán está detrás de la pared. Y ahora mira el jardín desde el otro lado. Por fin ha penetrado en su propia creación.
Ahora pelean Artaud y la abeja reina, como el toro con Sánchez Mejía.
El Capitán lleva el casco del Quijote. Es igual.
Qué extraño jardín le tocó intentar descifrar. ¿Cómo se verá ahora desde el otro lado? ¿Se verá desde allá que ya no somos chiquitos? ¿Se galvanizará el tiempo antes de que veamos llegar la aurora?
Qué extraño era el jardín a descifrar. Ni siquiera poseía senderos que se bifurcan para hacerlo a la manera del laberinto. En qué extraño jardín le tocó meter mano en tierra al Capitán hecho lonja. A este “hombre delgado que no flaqueó jamás”.
Ahora en el jardín luchan Artaud y la abeja reina y se ordenan solas las palabras del Capitán. El lío estaba hecho para este momento. Para que cada uno agarre su montoncito. Hay para todos.
Ahora se enfrentan, en un jardín invisible, Artaud y la abeja reina, mientras cada cual buscamos nuestro rincón y preparamos el limo. El Capitán dejó para todos.
Todas las notas, todas las palabras, todos los silencios a punto de quebrarse. Como quien marca un escarbadientes para que estalle. Así dejaba las cosas el Capitán sobre la mesa del jardín. Porque su misión en el periplo terrenal era recordar que nada estaba terminado y bien. Mañana es mejor.
Los puentes amarillos de Kafka lo dejaron del otro lado del muro. Quizás sólo un rato. Es el ojo que enfurece a la abeja ahora. Y el oráculo que le pide a Artaud que no pare de molestar.
Ahora, huérfanos, en un jardín invisible, luchan Artaud y la abeja reina.
Ahora, la ciudad es un cuento.
(A propósito de la muerte de Luis Alberto Spinetta)

martes, 7 de febrero de 2012

Henry Miller y Rey Lagarto y nueva poesía en el Circo


El viernes 24 de febrero se realizará un nuevo Circo de Poesía en la Alianza Francesa (Dorrego 3161). En esta oportunidad se realizará el rescate de Henry Miller, subtitulado “La vigencia de un maldito”, con textos de y sobre el autor de “Trópico de cáncer”. Además habrá un avance del nuevo libro de poesía de Alberto Sánchez Graf “El ojo desnudo”. También habrá música en vivo con la actuación de Rey Lagarto, la banda que lidera “Chimango” García.
Los textos estarán a cargo de Guillermo Del Zotto y Alberto Sánchez Graf y también habrá secciones como el “atril abierto”, “Cadáver exquisito” y el “I ching del diablo”. Con servicio de cantina, la entrada es “al sombrero”.

lunes, 6 de febrero de 2012

Correcciones bestiarias II


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Según Isidoro de Sevilla, el pelícano es un ave egipcia que vive en soledad y que mata a su propia cría y luego del tercer día se hiere a sí misma en su pecho y la sangre vertida de su herida logra resucitar a sus hijos.
Para Charles Baudelaire, el albatros es una metáfora del poeta: sus alas de gigante le impiden caminar.
En principio no habría comprobaciones científicas que unan a estas dos especies con un antepasado común. Sin embargo las actitudes observadas por el etimólogo en un caso y por el poeta en el otro, podrían tener el mismo origen.
El albatros, señor de los mares, es un buceador nato. La oscuridad del mar, por encima y por dentro, es su mayor devoción. Al punto que alimentación y reproducción son prioridades a esperar si de un vuelo sin posibilidad de retorno se trata. No vuela en pareja. No enseña a volar. No hace destrezas de seducción. Su mirada y su tercer ojo sólo están puestos en la perfección del vuelo individual y solitario.
El pelícano, durante siglos de playa y de muelles, guardó brasas encendidas de pasión y envidia viendo a su competidor más allá de las grandes olas. Volando furtivo por nidos donde, además, podía ver el acercamiento de hembras de otras especies tratando de al menos vivir cerca de la majestuosidad del albatros.
Colonizado y maldiciendo su innata preocupación familiar, el pelícano se reproducía con una constancia macerada de falta de orgullo. Las mismas brasas de su instinto de superación eran la causa del filicidio. Y luego, ave grupal al fin, de la propia herida de su orgullo extraía la sangre para resucitar a las crías. La gula fue otro de sus intentos de superar la frustración. Y lo llevó a generar un segundo estómago.
Sin embargo, a pesar de su ambición de profundidades, el albatros ha sostenido sus flaquezas añorando la suerte del albatros de poder regresar al mismo lugar.
Hubo un tiempo en que la pelea fue monstruosa y a muerte. En la aridez de un planeta poco poblado, ambas especies se enfrentaron con sus prehistóricas y monumentales dimensiones. Guerras aéreas de la que fue testigo esa línea del mar que separa el riesgo de lo predecible.
Más cercana a nuestros días y a nuestra estancia, tenemos a la austera y espigada garza blanca, frecuentando arroyos tranquilos. Se estudia la posibilidad de que sea la mutación resultante de esta pelea de los cielos y el mar. Con su cuello inclinado a abismos cotidianos, con unas reverencias previas antes del vuelo, como un piloto que solicita permiso a la torre, sus vuelos cortos representan el pálido arco iris de la alianza entre pelícanos y albatros.

domingo, 29 de enero de 2012

La taza de café que pedía una historia de amor



Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
La primera vez que sucedió Esteban tranquilamente podría haber pedido la cordura. Aunque ya había experimentado algo similar con una de las latas de la alacena, donde un dibujo casi naif de un conejo cierta vez había saltado literalmente a la mesa. El animalito había quedado allí corporizado unos segundos, como solicitando algo desesperadamente. Luego se evaporó. Ahora lo que dominaba desde hacía un tiempo los nervios de Esteban era su habitual taza de café.
Los objetos animados que solemos reconocer en algunos relatos fantásticos, con toda su carga de simbolismo (la mayoría de las veces sexuales), no servirían ahora para describir el tipo de magnetismo que la taza tenía sobre Esteban. Era un extraño caso, mezcla de metafísica con concreciones asombrosas: cuando Esteban se levantaba a desayunar, la taza estaba misteriosamente cargada de café caliente. Esparciendo el hipnótico aroma que casi ninguna sustancia logra en esta tierra.
¿Cómo y qué era lo que pedía esa taza cada mañana? Lo primero que logró en la voluntad de Esteban fue hacerle entender que ella debía protagonizar una historia. Cada vez que tomaba un trago o pasaba pensativo la yema de sus dedos por su boca, le hacía sentir un estremecimiento sólo comparable a la electricidad del amor.
Fue descartando las interpretaciones psicoanalíticas de sus propias fantasías cuando vio que ese objeto no pedía ninguna historia inmortal ni mucho menos. El objeto, sin simbolismo, sólo pretendía ser la protagonista. Pasase lo que pasase, la taza debía ser lo más importante de la historia.
Durante el sueño y durante la vigilia, Esteban sintió el mismo acoso que Luigi Pirandello sufrió con sus personajes hasta exorcizarlos en “Seis personajes en busca de un autor”. Pero a eso se unían escalofríos similares a los sufridos por Poe, Maupassant, Lovecraf, Saki… e infinidad de casos en que objetos encantados parecen no sólo dominar su propia existencia sino que logran una unidad gravitacional en las cosas y seres que los rodean.
Esteban, creyéndose curado de drogas y regresiones, intentó un último recurso. Había aprendido un método de meditación que le permitía “viajar” o mejor “correrse” del tiempo. El resultado era despertarse y sentir que nuestra obsesión simplemente no estaba más allí. Como si se hubiese encapsulado en otro espacio tiempo para “siempre”. Logró pasar toda una noche en ese trance. Cuando se levantó, la taza, como cada día, dominaba todo el paisaje mental de Esteban desde la pequeña barra para desayunar.
El miró en el fondo oscuro y antes de tomar el último sorbo, vio un abismo que lo atraía con una fatal y reciente familiaridad. Para no volverse loco, o volverse aún más, salió en busca de una historia de amor teniendo el corazón ocupado.

sábado, 28 de enero de 2012

En busca del personaje perfecto



Dibujo: El Quijote, según Rep.
Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Hay personajes universales cuya presencia en el imaginario es más fuerte aún que la de sus autores o incluso de las tramas que le dieron vida. Basta con mencionar a madame Bovary o al Quijote. Más de uno alguna vez hemos mencionado lo “quijotesco” para descifrar una situación, convencidos de que ese término es el que la define, a pesar de que no haber leído una sola línea de las desventuras del hidalgo caballero. Lo mismo ocurre con el término “bovarysmo” en boca de aquellos que nunca espiaron la vida de la femme creada por Flaubert.
Lo cierto es que sin recetas ni presagios, algunos héroes o antihéroes suelen salirse del camino de papel que tienen trazados y terminan sentándose a la mesa con más familiaridad que los seres de carne y hueso. En un principio se podría pensar en que el mérito sobreviene de la creación de una compleja trama novelística que los hace en tercera dimensión a costa del refinado estilo o de las miles de páginas que lo describen. Pero es probable, genialidad mediante, lograr esto en los pocos metros llanos que significan un cuento. Tomando por caso a Jorge Luis Borges y su Funes el memorioso o, mejor, “El proveedor de iniquidades Monk Eastman” que con sus pocas y geniales líneas le sirvió al mismísimo Martin Scorsese para la creación de uno de los protagonistas de “Pandillas de Nueva York”.
Pero ¿qué sucede con los escritores universales frente a los personajes creados por sus pares? Tomemos el ejemplo de Dostoievski y Shakespeare. El inmortal novelista ruso, mientras escribe “El idiota”, anota en su “Diario de un escritor”: “La idea fundamental es la representación de un hombre verdaderamente perfecto y bello. Y esto es más difícil que todo, especialmente hoy”. Dejando de lado a Cristo, una de las obsesiones de Dostoievski, lo que el autor admite luego es la búsqueda de perfección de la figura del Quijote: “Sólo quería decir que de cuantas figuras hay en la literatura, la de Don Quijote se me antoja la más perfecta. Pero Don Quijote sólo es bello por ser al mismo tiempo ridículo”. Con estas bases, comienza a delinear al príncipe Muichkine. El resultado, a pesar de que el autor lo toma como un “fiasco” en la primera edición, es una novela para amar toda la vida. Aunque obviamente el nombre del héroe se opaque si se lo compara con la popularidad del creado por Cervantes. Dostoievski no alcanzó a conocer al Barón rampante, ese entrañable niño llamado Cósimo creado por Italo Calivno. Construido quizás sin tantos recaudos como los dos anteriores, pero si tan logrado que no sería disparatado apuntar que es el exacto promedio de ambos.
La galería de personajes que se elevaron por encima de las cenizas de las hojas que le dieron vida es casi infinita. Muchos fueron buscados con la obcecación de un Frankestein. Otros tuvieron una mayor vida a pesar de los pronósticos reservados. Tampoco se trata de personajes con identificaciones filiales ajustadas. Allí está el caso, por ejemplo, de La Madre, de Máximo Gorki. Es muy difícil recordar que estamos hablando de Pelagia Vlasova. Es y será siempre “La madre, de Gorki”.

jueves, 26 de enero de 2012

Escapar jugando


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
“A veces es fácil, como hacer girar una llave que anda bien. Otras veces se complica y hay que pensar que Dios también puede pisar una cáscara de banana”. Así pensaba Esteban cada vez que le tocaba eludir algo, acción que según había averiguado en un buen diccionario significa “esquivar jugando”.
Esta vez se trataba de esquivar un último tramo de su vida que se le había convertido en un estrecho callejón mental. No era un drama exclusivo pero había logrado enquistarse. Decidió entonces unas vacaciones en soledad. Y el juego que se propuso fue no pensar.
¿De qué somos turistas cuando estamos en un lugar desconocido? Probablemente sólo de lo desconocido. Quizás por eso fue que a poco de andar, descubrió que la plataforma de comportamientos humanos tiene una variación muy limitada. Decidió entonces quedarse con la mirada del vendedor de playa como modelo. Una mirada que permite, al mismo tiempo, ver lo que se pisa mientras se registran los gestos de veinte caras a la redonda. Fue como vendedor de playa, tratando de dejar de a pedazos un dolor que ya estaba convirtiéndose en costumbre.
Esteban descubrió entonces que lo suyo era cansancio. Las expectativas de frivolidad que se había hecho fueron dando lugar a un aburrimiento más doloroso que el dolor a diluir.
Le quedaban algunos recursos aún: una peatonal con espectáculos deprimentes, gula moderada por los precios altos, leer el diario a orillas del mar deteniéndose con indignidad ante el hambre y la corrupción, crucigramas sin completar, un lugar en una larga cola que no se sabe para qué es.
Se dejó envolver por esas capas. Fue entonces como un personaje de una fábula de Perrault, pero invertido: como un príncipe buscando que le den el don de la idiotez. Y del anonimato para poder disfrutarla. Una estatua viviente ya no le pareció una burla milenaria sino el arte de una síntesis asombrosa.
Esteban disfrutó varios días de este último descubrimiento. Pero el dolor que había traído para abandonar en los médanos lo había esperado pacientemente en los pasillos de la terminal para subirse al bolso del regreso. Así volvió creyendo haber malgastado las vacaciones. Pero en realidad, su dolor no era el mismo. Era uno nuevo disfrazado, cuya misión es ahora distraer a Esteban de otra verdadera tragedia: descubrir que también hay cansancio en el no pensar.

domingo, 8 de enero de 2012

Correcciones bestiarias


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Hubo un tiempo en el que no solamente en los libros y catálogos, sino también en la naturaleza, convivieron animales fabulosos, dudosos y reales. La “corrección” de las especies en la que hoy creen nuestros ojos tiene diversos motivos. La resultante no es lineal ya que para la actual convención que a todos nos tranquiliza intervienen factores que no son sólo de supervivencia. Las características actuales de varias especies terminaron siendo, además de su forma concreta, las características en las que cada día todos nos ponemos de acuerdo tácitamente para hacer soportable el horror.
Así, la perdiz tuvo que pasar por largos siglos de paciencia para quitarse de encima su status diabólico: siempre apareció catalogada como ave embustera que empolla huevos de otras aves. Machos resueltos en orgías del mismo sexo y hembras lujuriosas alas que les alcanzaba el soplido del macho para quedar embarazadas. Y en pareja, desaprensivos con sus hijos hasta llegar a taparlos de tierra para que no molesten. Quizás hoy sus características sigan siendo las mismas, pero ya el contexto no las expulsa.
Un caso que se desdibuja es el del onocentauro. Bestia que tiene mitad de parte humana y mitad de parte en forma de asno. Varias descripciones no se ponen de acuerdo en que parte es la inferior y cuál la superior. Y también hay algunas versiones que sostienen que esas partes van mutando según sus acciones. Las definiciones se van perdiendo en la historia. O se van semejando y confundiendo con las que caracterizan a la especie hombre.
Pero la historia más triste quizás sea la de la extinción del ave Fénix. De gran popularidad y artificio, sus características admirables fueron deleite de todos. Su preparación para la fogata, su batir de alas hasta el incendio, la espectacular desaparición y la metafórica resurrección desde las cenizas, lo hacían imbatible en el ranking de los catálogos.
Ave sumamente aventurera, el Fénix conoció muchos lugares y especies en su desarrollo. Curioso e inteligente, fue adaptándose y aprehendiendo lo que le servía. Pero al conocer al pterodáctilo y al hipocampo, obtuvo como ellos la característica de monógamo hasta lo más profundo de la locura. Fue así que alguien se tuvo que apiadar de aquellos machos majestuosos que ardían en anaranjadas galas para, una y otra vez, resurgir de sus cenizas con la mirada más esperanzadora que creó la naturaleza. Y comprobar así que su pareja muerta ya no estaría más con él. Alguien debió acabar con tan insoportable y triste horror.

martes, 27 de diciembre de 2011

“La inauguración”, de María Inés Krimer: Una increíble atmósfera de encierro a campo abierto


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
María Inés Krimer, con “La inauguración”, parece haber encontrado la forma de lograr ese cross a la mandíbula que Roberto Arlt pide para una narración. Claro que en estos tiempos ese golpe cuesta mucho más que en la época del autor de Los siete locos. Y más si se tiene en cuenta los temas rodeados de precipicios que eligió la autora, quien con esta novela obtuvo el Premio Internacional Letra Sur.
Como acostumbra a hacerlo en sus novelas, Krimer coloca de telón de fondo fuertes sacudidas sociales. En este caso el conflicto del campo con el gobierno y la trata de personas. Pero al mejor estilo Máximo Gorki en “La Madre”, lo particular va deshaciendo lo general para que uno sólo quiera saber qué va a pasar con esta adolescente que cuenta en primera persona lo que le sucede tan sólo en pocos días y que equivale a muchas vidas. A través de ella conoceremos a Buby y a Nina. Entonces, los estereotipos caerán cómo máscaras y nunca más veremos de la misma manera una camioneta Toyota, las botas de carpincho o a la regente de un cabaret rural.
María Inés Krimer logra una increíble atmósfera de encierro a campo abierto a partir de la voz de la víctima. Pone una lupa al mismo tiempo seria pero enternecedora de las conductas humanas. Revisa y propone nuevas miradas de eso que llamamos “ser argentino”. Pero, por sobre todas las cosas, deja que sea el lector quien se encargue de los rótulos.
Sin dejar de lado las estrictas normas de un policial negro, la novela avanza con ironías sobre la literatura “seria”, se permite metáforas escuetas y aisladas como un molino con agua fresca en medio de tanto campo devastador y también recurre a escenas que por momentos corren riesgos de inverosimilitud y al segundo se rearman en el tono que tenían. Todo eso de la mano de lugares y olores que uno reconoce inmediatamente si ha nacido por aquí.
Los personajes y el ambiente de La inauguración tienen tal eficacia que el lector no puede evitar la conmoción, aun conociendo previamente los planes de la autora (Krimer en una nota por este medio adelantó que se trataba de un personaje-narrador adolescente al que la acción lo pasa por arriba). Porque una cosa es anunciar un golpe y otra es darlo en realidad. Y eso sólo se comprueba cerrando el libro, después del capítulo 38, cuando todavía humean los restos de una descarnada realidad contada magistralmente.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Incongruencias de los refranes


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer (…) cuando de pronto saltó cerca de ella un Conejo Blanco de ojos rosados. A pesar de su evidente apuro por entrar en una madriguera, el conejo miró a Alicia y a su hermana y les dijo:

-Morirse de risa o ahogarse en un mar de lágrimas, al fin y al cabo, son los dos mismos tristes finales: es morirse empantanado en lugares comunes.
Alicia entendió el juego de inmediato y contestó divertida:
-Agua que no has de beber y No hacer leña del árbol caído pasaron de ser pureza humanística a axiomas terroristas antiecológicos.
Sin dejar de hociquear, dijo el conejo:
-Ya las lindas no desean la suerte de las feas. Se operan las dos. Y quedan bastante parecidas.
Alicia, asumiendo un gesto severo, suspiró:
-Con ojo de buen cubero, uno termina confiando en las caras de pocos amigos.
Al conejo le pareció oportuno ser un poco más romántico:
-Pasar todo el tiempo en la luna no garantiza encontrar la entrada a la boca del lobo.
Entonces Alicia recordó otras épocas para contestarle:
-Muchas princesas están dispuestas a besar sapos, siempre y cuando sean de otros pozos.
El conejo, ahora más reflexivo:
-Nunca nadie se puso un sayo, no porque no le quepa, sino porque nadie explica qué es.
Alicia nuevamente se entristeció con una sonrisa de costado:
-Amor con amor se paga. Pero en los recibos figura Andá a cantarle a Gardel.
El conejo ahora quiso levantarle el ánimo:
-El silencio es salud. Pero andá a encontrarlo si no estás en una prepaga.
Caía ya la tarde y Alicia no pudo dejar de imaginar que:
-Estudios del mapa genético están por confirmar que hay males que duran 110 años.
Después quiso justificar un optimismo y agregó:
-Al andar el carro, se suelen acomodar los melones. Pero la gente prefiere las peras que no da el olmo.
El conejo, ya mirando con ansiedad la madriguera, les dejó casi un axioma final:
-Si, como dice Borges, en literatura “hay que evitar todo lo que pueda sugerir la idea de ser convertido en película”, quizás haya que agregar “evitar todo lo que pueda sugerir la idea de ser colgado en Youtube”.
Después, entró en la tierra y la historia continuó como se la conoce.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Consideraciones acerca de la torre de marfil



Foto: “Por el amor de Dios”, de Damien Hirst.

Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar

-“Vivir encerrado en su torre de marfil: se dice del escritor o artista que vive desvinculado de la vida cotidiana…” Pero acaso ¿no se trata nada menos que del cráneo? ¿Quién no vive entonces en su torre de marfil?
-A propósito, hay unos versos de Neruda que me gustan, son de “Oda al cráneo”: “canto/alabo/el cráneo, el tuyo,/el mío,/el cráneo,/la espesura/protectora,/la caja fuerte, el casco/de la vida,/la nuez de la existencia”.
-Mire, yo más bien diría: “escupo/el cráneo, el tuyo,/el mío,/el cráneo,/la desmesura/impropia,/la caja fuerte, el casco/ de la muerte/la nuez de la discordia…”
-Usted es un sacrílego.
-¿Por lo que digo o porque los versos son de Neruda?
-Por las dos cosas. Además, volviendo al inicio de la conversación, ¿qué es eso de traer como tema “la torre de marfil”? Una antigüedad. Hoy con lo único que se lo puede relacionar es con un jueguito de play station.
-Ahí tiene, ve, ¿por qué los que se la pasan con la cara adosada a una pantalla nadie les recrimina que no hacen nada por el mundo? Es lo mismo que el academicismo extremista.
-Qué ignorante es usted. Hoy el mundo ES una pantalla. ¿Dónde quiere ir para modificar algo?
-No sé. No sé. Mire, para mi es lo mismo el marfil que la pantalla. Ahí está la plaza. ¿Quién la está modificando ahora? ¿Un empleado municipal que diseña en power no se qué cómo poner las flores el año que viene o una marcha para que no tape la basura las canteras?
-Su fatalismo aniñado es intolerable. Hay acciones que cambian al mundo. ¿No vio el 11 del 11 cuánta gente se juntó para…
-…todos de blanco, con la mirada perdida. ..Discúlpeme, eso sí me da más miedo que todo lo que nombramos hasta ahora.
-Usted no está bien… y del marfil para adentro, ni hablar…
-Y, no diga he. A veces, como dice Sartre, hay claroscuros que son más luminosos que…
-Bueno, ahí si se está adentrando en el marfil que fue reprochado a esos artistas que se incomunicaban en su regodeo.
-Como todo, bah.
-Al fin y al cabo no le voy a contestar porque en realidad esto es un soliloquio. Y si empezamos de nuevo a descifrar arcaísmos no terminamos más…

domingo, 13 de noviembre de 2011

Tres mundiales


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Durante el Mundial de Alemania ´74, Esteban observa en el patio de su abuelo a tres hombres discutiendo de fútbol. Miran el partido en un televisor en blanco y negro que llegó hasta ahí en una mesita con ruedas, a través de un largo cable coaxial.
Holanda, como La naranja mecánica, apabulla a Argentina 4 a 0, cuando Esteban queda colgado de la parra. Todo su cuerpo pende del anillo de su dedo mayor. El grupo de hombres lo rescata. Y sus inquietudes pasan del fútbol internacional a la salud del chico.
Mientras se repone sentado en un banco de cemento, Esteban observa el contenido de las bolas de residuos antes de ser sacadas a la vereda: un paquete de cigarrillos Shelton hecho un bollo, lonjas de caucho que sobraron de las ruedas del autito “preparado”, una caja vacía de Vascolet, un indio de plástico mordido por el perro, la rejilla de una damajuana repleta de cáscaras de papa, una botella de Narol con el pico roto, una inexplicable cajita con letras doradas, dos mitades de una barra de azufre.
Durante el Mundial ´78, Esteban todavía no puede participar de las discusiones futbolísticas. La concentración de la familia que ve un partido bajo lluvia, los lleva a postergar una salida a pesar de que afuera brilla el sol. Esteban, aburrido, mira por la ventana. Ya han sacado la basura a la calle. Entre las bolsas revueltas por los perros se destacan: la figurita de chapa de García Cambón en Boca, un vaso de plástico rajado con el Topo Gigio, una cajita de fibras secas, cáscaras de ananá, una careta de Carlitos Balá rajada.
Para España ´82, Esteban ya sabe casi todo. Presta atención otra vez al grupo de hombres y no imagina que nunca volverá a escuchar tantas puteadas a Maradona. También hay zapping. En un intervalo de Brasil-Argentina, ve que en un canal pasan a Julio Sosa cantando la marcha peronista. Antes de que empiece el segundo tiempo, le piden a él que saque la basura. En la vereda se le cae –o deja caer- las bolsas. Se desnudan algunas cosas: los restos de un cubo mágico, un miniflipper de plástico destrozado, una regla T partida, un papel de jabón Palmolive, el envase de un chicle jirafa, el inicio de la sospecha de que no existe nada fuera de nuestros pensamientos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Tetráptico urbano


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar

La felicidad del otro
Nada más oscuro que el amor.
Los laberintos iluminados en un mediodía de playa. El fatigoso asunto de nadar en azucarada fantasía. Que lleva a resolverse en fantasma. En cuerpos que se alejan con ademanes adiestrados en pulsiones de muerte. Todo ajustado a las caricias que tajan.
Ella lo supo primero, por eso se calló. El silencio fue la mejor butaca para el espectáculo. Pero él lo vivió de la manera clásica: con las piruetas en remolinos descendentes. Buscando en la profundidad la claridad que opaca lo evidente. Con desesperación quiso ver ternura en la sed salvaje. Ella ya aplaudía el segundo acto.
La caída fue lo mejor. Tanto como para cambiarla por el amor. Ella ya se había levantado y tenía la tabla debajo del brazo y la mirada en el horizonte salado. El, un plan que quedaba en dirección inversa al deseo. Pero pudo imaginarla con exactitud en la escena final:
“Surfear es hundirse en la superficie”.

Samaritano
Nunca fue cartero, a pesar de que llevó ese uniforme durante varios años. La gente le confiaba sus mensajes sin saber que sus cartas nunca llegarían a destino. El las guardó hasta que lo echaron del correo. Ahora publica un libro sin temor a que alguien se reconozca en los nombres de los personajes. Y nada podrá sacarle la convicción profunda de que salvó varias vidas.
Boy scout de la bilis negra
Con una guitarra en permanente serpenteo traza un pretendido plan de trascendencia: “Duele más que no me quieras/Que quererte yo así/Duele más que no me quieras/Que desearte inútilmente/Anochecido el deseo/Sólo queda el terror de no haber sido/De no haber sido así”.
Explora rincones húmedos, sabio de la futilidad. Perfecta experiencia de algo que no sirve para nada. Campeador de penas, que dan pena.
Con barbas en el alma, gira el rostro para dejar una imagen de película deprimente. Y vuelve a mirar el rincón de esa trampa mortal. Es como descubrir la inmortalidad y al punto reconocer que no sirve para nada.
Interstiscio
A veces baja los párpados y guarda la imagen de ella como quien cierra un libro. Otras veces mataría por seguir viviendo en esa ficción. Pero lo que ha ido creciendo es su habilidad de malabarista. Y su tolerancia con los utileros que cambian todo el tiempo los escenarios. Ahora sueña con una transpersonalización con el león en el momento de apoyar la cabeza en sus fauces abiertas.

lunes, 31 de octubre de 2011

Cero chat


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar

Cero chat. Como Ulises amarrados al mástil. Porque el chat son las sirenas.
Unos amigos toman cerveza negra y Bertolt Brecht se filtra en la conversación. La vida con olor a cáscara de maní.
Al bar lo salvaron varias veces las voces que se ponen nostálgicas cuando la situación lo requiere. Gardel está encerrado en una pecera. El lugar parece pasar por el tiempo, no el tiempo por el lugar. Es como si las charlas, en su significación, necesitaran mantener una escenografía acorde. Es raro: que nadie cambie demasiado para poder seguir cambiando. Para que los espejismos y los hechizos choquen infructuosos contra el decorado de la persistencia en la ruta. La ruta misma, la ruta sola, es la persistencia.
Son tres cabezas ligeramente inclinadas a la concordia. Y en la mesa del bar una partida de cartas invisibles.
Pero ¿qué es Itaca? La Cruz. Llegar a casa. Llegar a una conclusión. Itaca quizás sea estar en la ruta.
Por la ventana pasa el modernismo en relucientes arrecifes con ruedas. El viento hace más apurada a un montón de gente.
Uno de los amigos le promete a otro, a media voz y en una actitud que no es femenina ni masculina, que le hará llegar unos versos de Brecht. En realidad los tiene la mente en ese momento pero no se anima a recitarlo. Quizás por miedo a que la actitud se transforme verdaderamente en femenina o verdaderamente en masculina. Los versos se titulan Epitafio y dicen:

“Escapé de los tigres
Alimenté a las chinches
Comido vivo fui
Por las mediocridades”.

La charla continúa con el tema de los epitafios. Cada uno le dice al otro cuál quiere para su tumba. Casi sombríamente se prometen cumplir con los mutuos deseos.
No pasa mucho más adentro de esa tarde. El viento sigue empujando gente “como la mano helada de un policía” (*).
No hay odiseas. Y, como ya dijimos, el viaje es la propia ruta. Se van terminando los temas del encuentro. Los últimos sorbos casi son en silencio. No hay héroes. Sin reconocerlo, ellos tres han realizado una épica que agujerea la tarde de una época que se sigue llamando posmodernidad a falta de definiciones.

El mozo se acerca para cobrar. Los tres son conocidos, casi amigos. Eso esfuma la posibilidad de propina. Sin embargo sabe que algo le queda en la mesa de esos seres cuando se vayan. Da el vuelto y antes de volver al libro que tiene sobre el mostrador los despide en verso:

"Como alma trabajo en la luz, y la oscuridad no puede afectarme.
Permanezco en la luz.
Trabajo, y de allí no me muevo”


(*)Raúl González Tuñón.

martes, 25 de octubre de 2011

Damas y caballeros: con ustedes, el mircorrelato




“Fenómenos de circo”, de Ana María Shua

El nuevo libro de microrrelatos de Ana María Shua aborda el mundo del circo. Los lectores tendrán tantas alternativas como números imaginables -entre el arte y el entretenimiento- de este espectáculo eterno. Shua reafirma una vez más su maestría en el género.
Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Pocas cosas tan atractivas como entrar a un libro y sentir que se está entrando a un circo. Este fenómeno ocurre con el último libro de microrrelatos de Ana María Shua. Que para completar el juego de palabras diremos que se llama “Fenómenos de circo” (Emecé).
El título es la castellanización de la muy usada palabra “Freak”, que para la versión en inglés se ha respetado. Pero si cabe una primera apreciación es la de universalidad de estos textos. Es que el tema elegido lo permite. Nadie queda afuera de un circo: nostálgicos, buscadores de asombros, niños y grandes.
Debemos recordar que el género del cual Shua es una indiscutida maestra, requiere la colaboración del lector. La minificción se construye con el lector. En ese sentido, hay un texto exclusivamente reservado a esa circunstancia. Se titula “¿Quién es la víctima?”: “Los payasos actúan en parejas. Por lo general, uno de ellos es víctima de las bromas, trucos y tramoyas de los otros: el que recibe las bofetadas. Las parejas pueden ser Augusto y Carablanca, Pierrot y Arlequín, Penasar y Kartala, el tonto y el inteligente, el gordo y el flaco, el torpe y el ágil, el autor y el lector”.
El índice indica las secciones “Todo es circo”, “Los oficios”, “Los freaks”, “Los animales”, “Historia del circo” y la irónica aclaración: “Datos fehacientes y comprobables acerca de algunas personas reales y/o famosas mencionadas en este libro”.
En el prólogo, Shua explica que “En el fondo del corazón de cada niño, de cada niño, de cada madre, de todo espectador, anida el deseo secreto de ver caer al trapecista…” Con la habilidad de una maestra del género, como habíamos dicho más arriba, Shua intenta riesgos en esta obra. Bordea (e incluso usa) el chiste, se despista de la arena y luego retoma erguida en un caballo blanco, juega con los límites de la imaginación, del buen o mal gusto e incluso con las posibilidades del género. Pero, como dueña de circo, expone los condicionantes de su habilidad en “Los freaks”: “En el número del trapecista, lo esencial es el riesgo. En el del malabarista, la habilidad. Pero al freak no le basta con ser deforme, la gente se cansa rápido de mirar “. Después de enumerar varios fenómenos humanos aclara: “Yo misma me hamaco con violencia en las palabras y escucho al lector suspirar con alivio cuando evito por milímetros, en cada envión, ser arrojada fuera del límite de veinticinco líneas que los críticos han establecido para este género”. Y lo hace, obviamente, utilizando esa cantidad exacta de líneas.
“Fenómenos de circo” es un libro de casi doscientas páginas, con infinidad de alternativas. Una gran carpa con varias puertas de entrada. Y de salida. Porque se intercomunican. Y como un buen número de circo, por las razones que el lector prefiera, no corre el riesgo de pasar inadvertido.

Circo de Poesía

Un nuevo encuentro denominado “Circo de poesía”, como ocurre cada último viernes de mes, se realizará en la Alianza Francesa (Dorrego 3161). Será el viernes 28 de octubre desde las 21 con la participación musical de La Eskandalosa que realizará un set acústico y se realizará un adelanto de los textos del libro “Colectivo de narradores”, de la Escuela Municipal de Letras. Contará con la participación de María Inés Krimer.
También se adelantó que el viernes 25 de noviembre se realizará un “tablao” en vivo con la participación de Quique Baldini y textos de Federico García Lorca y Miguel Hernández. La entrada es “al sombrero” y participan además Alberto Sánchez Graf, Beto Melendi y Guillermo Del Zotto.

lunes, 10 de octubre de 2011

Sin alas de cera



Si el universo no es un laberinto, estamos perdidos. Jorge Luis Borges.

Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Se advirtieron. Estaban en esquinas enfrentadas. Con ademanes, se dieron muestras de una necesidad de encuentro. Los autos no dejaban de pasar, veloces. Las manos de los dos volaban para decirse: “esperá”, “dejá, yo voy para allá”, “Bueno, bueno”.
En medio de la rotonda reinaba una horrible escultura que, según un mito urbano, se alimentaba de carne humana.
Ariadna entonces desenfundó el celular. “No tengo el mío”, ademanizó Teseo desde el otro lado. Ariadna guardó entonces el teléfono inútil y un camión le borró la cara ante la visión de Teseo.
Ariadna se quitó las sandalias, para ponerse en puntas de pie. Teseo subió y bajó del cordón varias veces como si estuviera haciendo step.
Con la noche, las luces y los bocinazos fueron una combinación atroz. A Ariadna se le ocurrió embanderar su encendedor para ser visualizada. Teseo sonreía. Más controlado, optó por hacer como que empujaba el aire con las manos: “esperá, esperá”.
La primera semana sobrevivieron con las compras que habían hecho aquella primera tarde en el supermercado. Incluso alcanzaron a enviarse mutuamente latas de conservas y de gaseosas por encima de los coches, a esta altura ya un mar bravío, incontrolable.
Teseo, mientras seguía intentando comunicarse, pensó en varias soluciones. Algunas incluían complicados arneses y piruetas por el aire. Ariadna prefirió la paciencia.
Al comenzar el segundo lunes, el tránsito volvió a ser una embestida más desilusionadora aún. Teseo se apoyó contra la pared de la ochava, con evidentes síntomas de mala respiración. Sus cuarenta y cinco y el cigarrillo convocaron a un ineludible paro cardíaco. Los brazos de Ariadna eran aspas de molino mientras veía a la ambulancia retirar a Teseo. Iba a cruzar -a pesar del peligro- el infernal asfalto en dirección a otra de las esquinas, cuando enfrente advirtió la cara de pregunta de Pasífae. Y comenzó así un nuevo diálogo infinito de señas.

lunes, 3 de octubre de 2011

Puntería


No me tires a matar como si tuviese repuesto.( José Sbarra).
Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
A plena tarde, en medio de una bruma de siesta, se colocaron corazones palpitantes en los blancos del Tiro Federal. Los tiradores, absortos, revisaban sus armas: habían sido trastocadas en arco y flechas.
El Ejército de Cazadores de Corazones al Desnudo era una fuerza armada a la sombra de un poderoso culto que pregonaba el felpudismo. Algo así como hacer surf sobre las cabezas de los demás.
La competencia se había puesto brava. Por ese motivo, desde hacía un tiempo, los gurús financieros habían ido preparando un ejército por las dudas. Muchos grupos captaban ya bastante gente con “respiraciones astrales”, “pilates espirituales”, “egocentrismo envasado al vacío”, etc. En su paranoia, los inversores pensaban que todos esos grupos eran en realidad ramificaciones de uno solo. Poderoso y creciente. Y sabían que la materia prima (felicidad estrellada, 500 mg.) no podía alcanzar para todos. Era un simple problema de oferta y demanda. Cuando los números no cierran, hablan las armas. Sostenían.
La ciudad seguía ofreciendo sus calles para un tránsito de tranquilos pueblerinos que se saludaban amablemente. Pero era latente que esas mismas miradas podían quedar, de un momento a otro, enfrentados por una mirilla de ametralladora.
O por la mira de un arco. Como los que ahora se preparaban en el Tiro Federal. Entre los tiradores estaba Esteban. Había ingresado por su novia, que le había hablado de las bondades del grupo con la pasión que masticaba su eterno chicle, que giraba en sus muelas y mordía como si fuese una pequeña masa hecha de las ideas que quería contagiar.
El fundamentalismo amoroso de Esteban duró menos que la goma de mascar. Ella era una chica encantadora pero que se reseteaba ni bien su interior le indicaba que debía seguir atrayendo adeptos.
Sin embargo Esteban duraba en el grupo movido por una curiosidad que todavía no había satisfecho. Se fue enterando de los movimientos internos y su líbido pasó a ese sector de su cuerpo. Ultimamente sostenía la rutina de las reuniones con la pasión de quien hace una tesis. Le faltaban pocos datos para tener la red armada. Cuando fue convocado como tirador intentaba descubrir cómo hacía el grupo para obtener gente a la que vaciaban con el único motivo de conseguir corazones palpitantes
Ahora la bruma pesada de la siesta no lo dejaba seguir pensando en eso. Y se debía concentrar en disimular ser un cazador experto.
Agobiado, Esteban se separó del grupo. Quiso buscar un baño. Entonces advirtió el dato que le hacía falta: todos los donantes eran voluntarios. Se puso en la fila.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Bola de fuego


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
De lejos parecían dos tordos. De los que escandalizan a las clases altas en la plaza del centro. Pero en realidad se trataba de dos cuervos. Avejentados y reflexivos cuervos que no parecían preocupados porque alguien se percatara de que estaban parloteando en idioma humano.
No eran dos cuervos comunes. Uno había sido engendrado por Egard Allan Poe para su célebre poema. Y justamente de eso se quejaba:
-¿No crees que para repetir todo el tiempo ´nunca más´ hubiese sido más práctico que use un loro? Además, con el tiempo, he ido perdiendo también el don de asustar. ¿Quién lee hoy un poema que encima es del género terror?
El otro había hecho pareja nada menos que con el encargado de devorar una y otra vez el hígado de Prometeo. Además de lo insalubre de su labor, se quejaba también:
-Estoy harto de ver versiones del mito donde le adjudican a dos buitres semejante tarea. Si tan sólo viviesen por segundos la experiencia de devorar un hígado humano eternamente reconstituido apenas terminamos el último bocado…
El cuervo de Poe graznó un “nunca más” de compromiso y continuó:
-Yo creo que el error del artista está en querer convencer. Arrojan sus ideas como salmones. Les aventuran una larga lucha contra la corriente. Pero en el fondo pretenden que lleguen de nuevo, sanas y salvas, al ombligo que las engendró.
El otro cuervo escupió sangre y agregó:
-No estoy tan de acuerdo. Para lograr la libertad, de la idea o de lo que sea, siempre hay que tener en cuenta la idea de jaula. Porque sino: ¿libres con respecto a qué?
Los dos eran conscientes de pertenecer a una especie que nunca había sido tratada bien por mitos, artistas o en la literatura. Sin embargo su oscuridad no provenía del resentimiento sino más bien del orgullo. Siguieron farfullando mientras realizaban disimulados picoteos entre sus propias plumas.
Como si se hubiese terminado un descanso, del que fui privilegiado testigo, los dos se prepararon para volver a sus eternas tareas. Y se dispusieron a concluir la conversación:
El cuervo literario dijo:
-Cuando una idea es opinión ya nace con una vejez incurable.
El cuervo mitológico contestó:
-La cuestión es saber que el hambre de pensar no tiene forma de saciarse.
De pronto el diálogo se interrumpió con un chillido acampanado, suave, que también tenía una frase:
-Las ideas que no prosperan son las únicas ideas que están vivas.
Provenía de la estrepitosa rojez de la garganta de un churrinche, que llegó como bola de fuego para encender esa musgosa oscuridad.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Un día de decisiones


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Cuando Gregorio se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama con una réplica exacta de él mismo mirándolo fijamente. Cuerpo que se alejó lentamente para acomodarse en un sillón mientras lo reojeaba como quien abandona a un enfermo irremediable. Era una nueva decisión de Gregorio que tomaba forma propia.
Por la tarde quiso salir a comprar un libro, para cambiar de entretenimiento. Estaba mirando televisión y no podía levantarse. Una parte de su cerebro empezaba a insultarlo, pero siguió haciendo fuerza. Hasta lograr Salir. Como si fuese, otra vez, una serpiente cambiando de piel.
Abrió la puerta del departamento. Alcanzó a ver las dos vidas que dejaba: aquel que dormía ya se levantaba y miraba absorto al que, inmutable, clavaba sus ojos en los dibujos animados de la una de la tarde.
En la librería, de pronto, se dio cuenta de que discutía con alguien por un libro. Al mirar hacia un enorme espejo, seguramente puesto para que nadie robe libros (como si tratase de un delito), descubrió que discutía con él mismo, pero a su lado. Otra decisión había salido de su cuerpo tomando vida propia. En realidad, esta vez tenían varias cosas en común, pero ya era tarde para volver a coexistir. Por ese motivo determinaron acompañarse mutuamente durante la salida.
Al volver al departamento, se atropellaron en la puerta para entrar. Sin dudas eran las personalidades más egoístas de Gregorio. Pero una debía ser peor, seguramente.
Adentro, las otras dos vidas, no se dirigían la palabra. El televidente en realidad no dirigía ni la palabra, ni la mirada, había desaparecido literalmente dentro del aparato. Y el otro en su propio limbo.
Fue un día agotador. Muchas decisiones juntas. Gregorio no terminaba aún de cenar, cuando escuchó las llaves en la puerta. Entró otra vida más. La que se había ido a trabajar bien temprano. Antes aún del despertar que dio inicio a semejante jornada. ¿Cómo había surgido esa decisión a pesar de no nacer en la vigilia?
Lo cierto es que el mal humor fue evidente en su rostro. En el monoambiente había cuatro zánganos devorando las provisiones. El cuerpo más castigado, el del obrero, debía de ahora en más sostener a Gregorio y a dos desvelados oscuros de dudosa melancolía.
Luego de una semana de intentos fallidos para organizar un reglamento de convivencia, Gregorio fue sorprendido por el obrero en el vergonzoso acto de apoyar el caño del revólver en la rugosidad de su paladar, mirándose en el espejo del baño. El disparo, por el silenciador, fue sordo. Pero alcanzó para los dos.
Ahora estamos en silencio. En nuestras miradas se interponen, sobre la mesa, los papeles escritos con esta historia. Uno de los dos tiene que ser el peor.

miércoles, 14 de septiembre de 2011