domingo, 27 de enero de 2008

Perpetuo

¿No notaste que a veces las bombas caen desde adentro?
Cuando la cólera no es mensurable
y el arrebato viene de otros vientos
y el hambre no proviene del estómago
El verso amargo e ineludible
que te obliga a hacer pie sólo para los demás
ese equilibrio que te saca de tu centro
esa barricada contra la discordia
como un decreto que firman encapuchados
en una oficina celestial
Una lluvia en el centro del sol.
Tu problema con la felicidad es de velocidad y de tiempo.
Levantaron las carpas de la caravana mientras desayunabas.
Un silencio pide el retorno de todo.
La claridad te sorprende saciado.
Llegás al fondo del jeroglífico cuando ya a nadie le importa el secreto
Testigo, como en visiones, amontonás las imágenes que salvan de cualquier naufragio.
Pero el corazón pesa más que el ancla.
En remolinos te abandona la razón
Un templo de argumentos queda hecho cenizas
Las palabras se agacelan
Pegan saltos de liebre las definiciones
Y, triste y demencial, abandonás a tu última aliada: la inseguridad.
Te despertás adentro de un sueño para comprobar que nunca serás inconsistente.
¡Ah!, elocuencia de lo inconcluso.
Certeza de indecisión infinita.
Alguien te certifica que se extinguieron los claroscuros.
Boquean los dos últimos peces flacos de la contradicción.
El mar ahora es de arena y quedaste del lado de la playa que se abre en temibles fosas marinas.
El carcelero se acerca con la estocada final: te anuncia que es fácil de sobornar.
Volcás cinco monedas en su palma como quien hace el último gesto de la impredecible.
Te abren la puerta. Cruzás el umbral.
En la cara te golpea la usura de un nuevo y eterno aire.