domingo, 6 de noviembre de 2011

Tetráptico urbano


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar

La felicidad del otro
Nada más oscuro que el amor.
Los laberintos iluminados en un mediodía de playa. El fatigoso asunto de nadar en azucarada fantasía. Que lleva a resolverse en fantasma. En cuerpos que se alejan con ademanes adiestrados en pulsiones de muerte. Todo ajustado a las caricias que tajan.
Ella lo supo primero, por eso se calló. El silencio fue la mejor butaca para el espectáculo. Pero él lo vivió de la manera clásica: con las piruetas en remolinos descendentes. Buscando en la profundidad la claridad que opaca lo evidente. Con desesperación quiso ver ternura en la sed salvaje. Ella ya aplaudía el segundo acto.
La caída fue lo mejor. Tanto como para cambiarla por el amor. Ella ya se había levantado y tenía la tabla debajo del brazo y la mirada en el horizonte salado. El, un plan que quedaba en dirección inversa al deseo. Pero pudo imaginarla con exactitud en la escena final:
“Surfear es hundirse en la superficie”.

Samaritano
Nunca fue cartero, a pesar de que llevó ese uniforme durante varios años. La gente le confiaba sus mensajes sin saber que sus cartas nunca llegarían a destino. El las guardó hasta que lo echaron del correo. Ahora publica un libro sin temor a que alguien se reconozca en los nombres de los personajes. Y nada podrá sacarle la convicción profunda de que salvó varias vidas.
Boy scout de la bilis negra
Con una guitarra en permanente serpenteo traza un pretendido plan de trascendencia: “Duele más que no me quieras/Que quererte yo así/Duele más que no me quieras/Que desearte inútilmente/Anochecido el deseo/Sólo queda el terror de no haber sido/De no haber sido así”.
Explora rincones húmedos, sabio de la futilidad. Perfecta experiencia de algo que no sirve para nada. Campeador de penas, que dan pena.
Con barbas en el alma, gira el rostro para dejar una imagen de película deprimente. Y vuelve a mirar el rincón de esa trampa mortal. Es como descubrir la inmortalidad y al punto reconocer que no sirve para nada.
Interstiscio
A veces baja los párpados y guarda la imagen de ella como quien cierra un libro. Otras veces mataría por seguir viviendo en esa ficción. Pero lo que ha ido creciendo es su habilidad de malabarista. Y su tolerancia con los utileros que cambian todo el tiempo los escenarios. Ahora sueña con una transpersonalización con el león en el momento de apoyar la cabeza en sus fauces abiertas.