lunes, 21 de mayo de 2012

Heridas de agua

Guillermo Del Zotto gdelzotto@elpopular.com.ar Llueve siempre sobre las mismas cosas. Y la lluvia viene para decir, haciéndolas brillar, que esas son las cosas de siempre. Es contradictorio: hay como un apagar pasiones mientras el agua cae y al mismo tiempo un encender pasiones en ese brillar fugaz. Como si fuesen sogas de agua, la lluvia, sobre la terraza llena de trastos, sujeta a Esteban en el presente. Se imprime este tramo de su vida igual que emerge la imagen de una fotografía según el antiguo proceso de revelado. No muy lejos de la terraza, en la misma cuadra, conviven una viuda a la que le mataron el marido para robarle 60 pesos y un músico que toca el piano como nadie y nadie se dio cuenta. Esteban mete adentro de sus pensamientos estas dos realidades. Y le hubiese gustado que la lluvia también pudiese lavarlas y emparejarlas un poco. Pero la lluvia es ruidosamente silenciosa. Como un muy buen texto escrito para siempre, la lluvia no opina. Hace opinar. Hay algo de implacable en esto de mojar realidades duras y ensoñaciones lúdicas por igual. Esteban entonces huele a dictadura natural. Huele el mismo aire que el de la caverna del primitivo solitario. Porque la lluvia pone en evidencia ese tul de venir desde el fondo de los tiempos. Se hace madre del tiempo. Y con una conducta matriarcal y asesina empapa de calostro todo lo que ha parido: recuerdos, presente y realidad social. La lluvia es mujer. Y Esteban, un hombre. Se para. Se endereza e inspira a través de una branquia que le ha crecido espontáneamente. Ha mutado hacia la punzante melancolía consciente.

lunes, 7 de mayo de 2012

Correcciones bestiarias III

Guillermo Del Zotto gdelzotto@elpopular.com.ar Debemos a Mijail Bulgakov imaginar que Rusia, en 1925, estuvo a punto de sucumbir bajo un ejército de gallinas modificadas genéticamente y transformadas en poderosos reptiles. En la obra “Huevos fatales”, el estado soviético se salva por un final que al modo de los antiguos Bulgakov denominó “deus ex machina”. Esto es el frío intenso y prolongado de Moscú que mata a las criaturas amenazantes. Los análisis sociólogicos hablan de una parodia al régimen y una ironía sobre el pronunciado abdomen de la burocracia. Pero lo más cierto es que creó una sátira en el género ciencia ficción que se adelantó a todas las épocas. Del mismo modo Dostoievski utilizó el estómago vacío de un cocodrilo para sintetizar el estado aletargado de un funcionario público que allí adentro podía vivir cómodamente. Dino Buzzati le dio vida en “El perro que vio a Dios” a un ser tan conmovedor como revelador de toda la miseria humana que un pueblo chico puede albergar hasta límites insospechados. Pero en estos dos últimos casos, además del “personaje-herramienta”, también lo que más cuenta es la creación de una especie. La de los animales reveladores. Seres que superan las condiciones de su genealogía escapando del darwinismo (el original, no el paródico “social”). Hay reveladoras sospechas acerca de que estos seres (y otros tantos que sería largo citar: el cuervo de Poe, el gato de Chesire), existieron antes de que sus autores los imagen. Al estilo Pirandello, ellos eran los que estaban esperando al autor para ser revelados. Así como después de ser presentados en el bestiario medieval tuvieron que soportar luego la censura de ser definidos en las ediciones subsiguientes con descripciones más acorde al pensamiento racionalista, también hubo sub-especies que no se dejaron encasillar. Las mismas abejas, en algún momento hicieron huelga bajo el lema “¿cuál es el problema de creer que nosotras nacemos en el lomo del buey?” Pero la tecnocracia fue acabando con casi todas estas reivindicaciones aisladas. “Claro”- me dice por último la perdiz pelada y ya con sal que un amigo me trajo recién de un campo que está pasando Colonia Hinojo- “todo esto que te cuento no es para que te des aires vos. A ver si te crees capaz de ponerte a la altura de los demás autores usándome a mí”. “Por supuesto que no” – le contesto yo que soy un fracasado. Pero como todavía no sé en qué fracasé tengo la ventaja de guardar la esperanza de encontrar algo verdaderamente grande para luego decir que fue en eso que fracasé. Y a los vecinos del barrio no les quedará otra que anunciar que conocieron a ése que no dio pie con bola pero que casi fue…

lunes, 23 de abril de 2012

Es mucho trabajo

Guillermo Del Zotto guillermo.delzotto@elpopular.com.ar Primero hay que nacer del aire. Luego conocer vibraciones y sustancias pegajosas que ponen en duda la estructura, el volumen. Pensar que eso es recién tomar impulso. Porque después hay que salir y es ahí donde se conocen los conductos. Al principio parecen autopistas al éxito. Pero después te das cuenta de la traición que rodea toda esa concesión corrupta. Si hubiera sabido que ese canal donde te parece que vas suave, como en un sueño, tiene una conexión secreta con Eustaquio… Por entonces vamos recién por la mitad de la salida. Antes de volver a ser aire, tenés que compartir secreciones que se usan para cosas asquerosas. Y ni hablar del trabajo glandular, musculoso, ruidoso si se quiere. Que golpea por todos lados. Además, es como si te miraran para decir “che, pasa rápido, no ves que acá estamos trabajando”. Una vez que estás afuera de vuelta, en el aire ya para marcharte, es cuando comienza la verdadera odisea. Te ponen como una especie cucarda y te dicen: “saltá, andá, tenés que penetrar en ese magnífico mecanismo de precisión”. En ese momento abismal es donde uno debiera renunciar. Caer en el vacío. Pero no, algo ya nos ha captado. Entramos por aire entonces a ese pabellón que al principio parece un hall de recepción de la puta madre. Es todo cartón pintado. Porque enseguida, otra vez los canales. Esta vez uno finito, como una estafa de folleto. Puro frente. Y ahí, otra vez a vibrar. Esta vez con un campanazo terrible que te avisa que vas por la mitad de ese famoso “mecanismo de precisión”. Entonces pasás a la verdadera sala de torturas. Hueso sobre hueso, yunque, martillo y estribo, choque rechinante que debe ser lo más parecido al purgatorio. Te dejan macerado y volvés a ser vibración. Ahí te abren una ventana oval y te ponen de nuevo como si fueras huésped en un hotel de lujo. Por suerte llegan refrescos también. Un líquido que te mete de nuevo en canales más lisérgicos. Y viajás como en un verdadero sueño. Una vez que entrás al lugar donde pensaste que ibas a ser interpretado, te das cuenta de que sos pura electricidad. Un impulso pequeño mezclándose con toda las autopistas que te puedas imaginar. Ahí sí que te llevan puesto. Pero, suponiendo que yo entro ahí y paso a ser significante, no hay garantías de que todo termine como en la leyenda. Se dicen cosas terribles. Por ejemplo que buscando órganos abajo no es que caés en el que bombea, sino que muchas veces te alojan en una más grande, más abajo y que patea. Es como que se cumple esa creencia antigua de que el mundo es sostenido por tortugas. Es mucho trabajo para un viaje sin garantías. Entonces, para que te lo voy a decir…

domingo, 15 de abril de 2012

Un perro sin historia



Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Cerbero, el perro con tres cabezas cuidando el infierno, era al que más envidiaba. En la lista seguían hazañas de congéneres que habían salvado a reyes e imperios. El se sabía sólo heredero de curarse a sí mismo lamiendo las heridas. También había convivido con pequeños que hablaban maravilla de la perra Lassie. Conocía la fidelidad de Argos, el perro de Ulises durante la Odisea. El protagonismo de canes kafkianos o quijotescos. Pero en la noche en la que creía que moriría sin historia propia, fue que se apareció en el puente ese sujeto seguido por una danza de hojas muertas.
El tipo parecía mirar con ternura el oscuro fondo del arroyo. Luego de unos minutos advirtió la presencia de él. Echado en redondo, su figura semejaba a la de un borracho tumbado. Y la cabeza, inclinada en clara expresión humana, fue una tentación a la confesión para el recién llegado.
El sujeto se inclinó y le empezó a soltar sus palabras. El lo escuchaba atento y sólo apartaba la vista del agua cuando el tipo hacía silencio. El hombre se acomodó mejor para seguir hablando y hasta, intuitivamente, le ofreció un cigarrillo. El le contestó con el hocico frío sobre la mano. El tipo siguió hablando, hasta contarle todo.
Cuando terminó de hablar, cruzaron una mirada que no era ni humana ni animal.
Entonces fue que, en un chispazo de locura, mientras él trataba de incorporarse, el tipo lo imaginó reuniéndose con otros perros para contarles lo que acababa de escuchar. Lo pensó con miles de perros divulgando por toda la ciudad los detalles del crimen que recién había cometido.
Sus cuatro patas no alcanzaron a cruzar el puente. El sujeto lo tomó por el cuello, le abrió el estómago con la misma cuchilla que había usado horas atrás. Mientras la sangre canina se mezclaba con la humana, un grito atravesó el parque.
Un aullido más triste que el asfalto.

domingo, 1 de abril de 2012

Hasta la última nota



Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Hace cuatro que el sueño se transformó en el entierro de una ternura. Cuatro años de dormirte con el regusto a tierra negra en el paladar. Crees que ni 500 páginas de papel bíblico pueden contener a todos los personajes que fuiste desde entonces. Decido que uno de ellos quede como definitivo. Se trata de uno de los primeros, que había descartado, pero ahora vuelve para convencerme de que es mejor así.
Ahora recordás la última vez que viste el violín, en la valija, entre las ropas de ella. Lo cargó un tiempo durante el viaje. Luego lo arrojó al costado de las vías. Un pordiosero fantasma encontró la valija y te la trajo hasta tu ventana. Desde esa tarde no uso más el desgarro como patético llamado. Soy el sepulturero que molestó noche tras noche en el jardín. Ella y su instrumento, la ternura enterrada.
Has procurado convertirte en un ser maligno, pudiendo haber elegido cualquiera de los otros. Un poco porque sentís el desafío. Otro poco porque sí. Te resta la mitad de una vida para dedicarte a la tarea. Al pecado que, asumido, sentís que comienza a ser destino. Debo admitir que llego a esta decisión luego de estar en el lado opuesto.
Cuando ella se fue, retomaste inmediatamente las clases en el Conservatorio. Creías que la desesperación tiene dos posibilidades: convertirte en despojo o en fiera. Optaste por una permeabilidad tal que en poco tiempo lograste sentir en el aire el aliento de Bach y de Tchaikovski envidiándote. Alcanzaste a dirigir una orquesta y sentir que cada vez que elevabas la batuta ponías en orden al Universo. Que todo lo vivo giraba en el tempus que ordenabas. Entiendo ahora, por medio de un rayo semifuso, que el dolor estaba en las notas.
Con las mismas manos que lograste hacer llorar a los concertinos más transparentes, comenzaste la destrucción. Te valés de internet, de los museos, de coleccionistas de partituras originales, instrumentos, alumnos ingenuos y seguirás hasta el final. Hasta que no quede ni una miga de ese pan envenenado. Porque yo, querida mía, voy a matar a la música.

martes, 27 de marzo de 2012

Entrevista


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar

-La única democracia que conozco es la lluvia.
-Bueno, pero díganos algo más para que lo conozcamos mejor.
-No creo que sirva. Igual inutilidad doy a los diccionarios.
-¿Por?
-Porque cada uno tenemos una idea propia de cada palabra que se emite. Entonces el empeño de querer agruparlas en significados y encima pretender que eso haga blanco en concordancias humanas me parece descabellado.
-Sin embargo ahora usted está usando esa combinación de símbolos para decir algo.
-Sí. Pero no me importa.
-Un verdadero nihilista…
-Eso es tan antiguo que ni siquiera sé qué significa.
-Le pediría que elaboremos algo que pueda ser tenido en cuenta por algún editor o medio escrito de comunicación…
-Bueno, si le interesa. Lo primero que recuerdo es que ella hizo señales de luces de angustia con sus ojos. Para seguir con la historia habría que volver a reunir los objetos congregados aquella vez. Pero tengo miedo que se junten para torturarnos con una parodia infernal. Quizás la esquina se las arregle para transformarse en laberinto. Seguramente la paloma de aquella ventana no quiera declarar o lo haga a favor del temporal y no de nosotros.
-Es importante establecer el orden real de los hechos…
-¿Le parece? Yo no sé ni siquiera si estoy agrupado molecularmente en este momento. ¿Usted cómo me ve?
-Continúe por favor.
-Ahora me confunde. Esto pasó a ser un interrogatorio. El caso es que luego de ese encuentro que ni los objetos querrán testimoniar, fuimos caballitos épicos. Hipocampos a veces. A veces de madera en una desvencijada calesita.
-Alguna descripción de un hecho concreto por favor.
-Usted me decepciona una vez más, como diría un amigo mío. Tampoco creo en los diccionarios de gestos.
-Al menos díganos cómo se le ocurrió hacer lo que hizo.
-Otro error. Hace mucho tiempo que cuando me levanto el mundo ya está ocurrido. Pero si quiere le digo como fue que no la pude ver más.
-Por favor…
-Ella hacía muy bien de estatua viviente. Tan bien que nadie se detenía a verla. Entonces prefirió dejar de respirar antes de revelar el éxito de su fracaso.
-Bueno, eso ya es algo. Un final trágico.
-Mire, nómbrelo como quiera, ya a esta altura usted dice cada cosa extravagante que no lo puedo seguir.
-Como sea, tendríamos que buscar una imagen que represente la historia.
-El hombre de la bolsa. Adentro de la bolsa estamos nosotros dos.

lunes, 19 de marzo de 2012

Una poética de la imaginación



Las “evasivas” del género fantástico



Atravesando el tiempo, el género fantástico y sus grandes autores se imponen a críticas y modas. También suele pasar por el tamiz de quienes no creen que el talento es el principal compromiso.





Guillermo Del Zotto

gdelzotto@elpopular.com.ar

“Partamos de la base de que en este mundo nada se entiende”, dicen que dijo Chejov a la hora de reprogramar las bases del cuento moderno. Tirando así paladas de desordenada realidad sobre las formas del relato para que se parezcan más a la vida. Pero sin dejar de crear la más pura (y excelente) ficción.

¿Cómo sería hablar hoy de lo que alguna vez se llamó “literatura de evasión”? Dejando de lado los libros lastimosos que siempre se promocionan en el top ten, en todos los tiempos hubo críticas hacia el desarrollo de la ficción “no comprometida” por más calidad que ella tuviese. Y en realidad el compromiso siempre fue y debería ser con la literatura. Nada menos. En cualquier rincón de intelectuales exiliados que conozcamos, nos enteraremos de que el deseo más ferviente era “hablemos de literatura” o “hablemos de arte, por favor”.

Cuando uno habla de exilio debe remitirse a épocas que no son para extrañar pero sí para respetar. Hoy se consume una “realidad” de tan poca calidad que es una evasión en sí misma. Entonces, cualquier idea que nade como lo pedía Flaubert (estirada desde la punta de los pies a la punta de la cabeza, sin chapotear) es fácil de convertirse en necesaria. Se suma un individualismo que no es todo lo negativo que los gurúes quieren hacer notar, pero que logra que los terrenos del exilio estén ahora en el interior humano.

El género fantástico, con sus cultores más reconocidos, es el que más tempestades ha enfrentado a la hora de definir un compromiso. Tiene la inmensa carga de una estructura de confección que realmente es rigurosa. Muy por encima de la leve sensación que puede llevarse el lector al que le impacta el relato. Y, además, debe ganarse espacio en medio de una batalla de señales que desde un poder invisible hacen de cortina confusa para que pueda llegar a destino. La pelea final: sortear su tiempo y llegar lejos con impecable efecto.

Chejov, sabemos, no es el autor de la revolución rusa (no al menos un integrante del podio). Sin embargo está hoy acá. En un teatro de la calle Corrientes, en un festival de teatro del interior. Maupassant no es el símbolo de la revolución francesa. Pero con “Bola de sebo” tenemos el compendio más conmovedor de la invasión prusiana. Borges, con sus homenajes y des-homenajes, es quien ha dejado el poema más conmovedor acerca de la guerra de Malvinas: “Juan López y John Ward”, que hasta quedaría muy bien narrado por Roger Waters en uno de sus recitales.

A veces lo “fantástico” (y la poesía) son el propio exilio esperando que las recepciones se acomoden. Que el ruido deje de ensordecer. Pensemos sino en otra gran tierra de exiliados y de refugio de exiliados: México. ¿Cuál es legado actual?, la impresionante lista de autores del género fantástico que encabeza Juan Rulfo y sigue con Juan José Arreola, Augusto Monterroso (naturalizado), etc.

Abelardo Castillo es el autor argentino de ficción que quizás más haya abierto la boca sobre este tema. Un humanista creador de obras inmortales en lo fantástico que aclara por ejemplo: “Creo que con Sartre se produjo una gran confusión a partir del momento en que dijo: ´Frente a un chico que se muere de hambre, ´La náusea´ no tiene peso´. A partir de ahí vino la adhesión de la mayoría de los intelectuales al compromiso expresado en la propia obra. En verdad no se trataba de que la literatura, las matemáticas y la música no tuvieran peso, sino que su obra, enfrentada a un niño muerto de hambre, no la tenía. Y detrás de esa afirmación lo que había era una posición ética sobre su propia responsabilidad como escritor y no sobre la literatura en general”. Luego añade: "escribir ficciones es ante todo un acto poético".