domingo, 15 de abril de 2012

Un perro sin historia



Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Cerbero, el perro con tres cabezas cuidando el infierno, era al que más envidiaba. En la lista seguían hazañas de congéneres que habían salvado a reyes e imperios. El se sabía sólo heredero de curarse a sí mismo lamiendo las heridas. También había convivido con pequeños que hablaban maravilla de la perra Lassie. Conocía la fidelidad de Argos, el perro de Ulises durante la Odisea. El protagonismo de canes kafkianos o quijotescos. Pero en la noche en la que creía que moriría sin historia propia, fue que se apareció en el puente ese sujeto seguido por una danza de hojas muertas.
El tipo parecía mirar con ternura el oscuro fondo del arroyo. Luego de unos minutos advirtió la presencia de él. Echado en redondo, su figura semejaba a la de un borracho tumbado. Y la cabeza, inclinada en clara expresión humana, fue una tentación a la confesión para el recién llegado.
El sujeto se inclinó y le empezó a soltar sus palabras. El lo escuchaba atento y sólo apartaba la vista del agua cuando el tipo hacía silencio. El hombre se acomodó mejor para seguir hablando y hasta, intuitivamente, le ofreció un cigarrillo. El le contestó con el hocico frío sobre la mano. El tipo siguió hablando, hasta contarle todo.
Cuando terminó de hablar, cruzaron una mirada que no era ni humana ni animal.
Entonces fue que, en un chispazo de locura, mientras él trataba de incorporarse, el tipo lo imaginó reuniéndose con otros perros para contarles lo que acababa de escuchar. Lo pensó con miles de perros divulgando por toda la ciudad los detalles del crimen que recién había cometido.
Sus cuatro patas no alcanzaron a cruzar el puente. El sujeto lo tomó por el cuello, le abrió el estómago con la misma cuchilla que había usado horas atrás. Mientras la sangre canina se mezclaba con la humana, un grito atravesó el parque.
Un aullido más triste que el asfalto.