domingo, 9 de marzo de 2008

La fábrica de hombres bomba y la venganza del lanzallamas

¿Qué quereis de mí? ¿Es mi alma o mi dinero? Si de uno carezco y la otra es una anomalía en esta vida... Nacho Vegas.

Volar desparramando fragmentos de humanidad luego de rodearse el cuerpo con explosivos no es una hermosa costumbre privada solo al fundamentalismo islámico. Es muy común, aunque no tan vistoso, que se preparen bombas humanas en otros lares. Pero con la diferencia de que los detonadores son ajenos y se accionan sin la voluntad del detonado.
Hay personas, grupos, modas, que van ingenierizando de manera arácnida la estructura para provocar el estallido de los que se destacan. E incluso esos estrategas tienen seguidores que continúan buscando dónde colocar una nueva mecha a los pedazos de quien ya no está más.
Un caso de la literatura argentina podría ser Roberto Arlt. A la situación de hombre - bomba, en este caso, habría que agregar un poco de gusto propio de Godofredo por los kamikazes y un poco de paranoia propia de la época. Arlt tuvo y tiene personas y personajes alrededor que en apariencia lo fortalecen y que muchas veces dinamitan por dentro. Entre críticos y protectores, él siempre sacaba la misma conclusión: seguir tirando cross a las mandíbulas. Es lógico que quien escribe como peleando, se canse o explote. El resultado es una maravillosa supernova que rara vez se ve por los cielos literarios.
En una mezcla de ayuda y perjuicios, Arlt tuvo a Botana, a Carlos Muzio Sáenz Peña (director de El Mundo que se afanaba en disimular los errores ortográficos del autor de Los siete locos), también a Julio Cortázar con unos "apuntes de reelectura" que fueron utilizados como arrogante prefacio para sus obras completas, a Beatriz Sarlo, a Ricardo Piglia (rescatador mayor) y Silvia Saitta, una investigadora del Conicet que está dando las pinceladas más nuevas al reeditar su "El escritor en el bosque de ladrillos".
Cortázar, por ejemplo, tiene esta cruel ternura en su prefacio: "Cuando tenía catorce años, me inició en los deleites y afanes de la literatura bandolesca un viejo zapatero andaluz..." -cita de El juguete rabioso-, y luego se pregunta: "¿Qué leíamos Jorge Luis Borges y yo a los catorce años?" No solo tratando de explicar la supuesta marginalidad de Arlt, sino componiendo un podio nacional en el que él estaría, por lo menos, en el cubo número 3.
Es extraño, por otra parte, que un escritor periodista (o el inventor quizás de una conjunción de las dos cosas como todavía no había) y que escribió tanto y de manera tan biográfica y realista, necesite hoy tantas biografías analíticas. No es para atentar contra el mercado editorial y este tipo de género. Siempre ayuda una investigación seria. Pero leerlas debería ser un paso posterior al de conocer las obras completas del biografiado.
"Pensá que yo puedo ser Erdosain, pensá que ese dolor no se inventa ni tampoco es literatura" (cita Saitta de una carta de Arlt a su hermana). Y no sabemos a esta altura si esa cita a lo Flaubert ("Madame Bovary soy yo") es genuina o surge porque ya empezaban a dar resultados los planes de los armadores de bombas en su cabeza.
Roberto Arlt -que murió de una tortura invisible a los cuarenta- era un lanzallamas. Y a un lanzallamas parado en una esquina de la literatura le gusta que miren su espectacular chorro de fuego, no la forma cómo está parado o el color de los pantalones.

(Publicado en EL SUBSUELO el 9/3/08)