domingo, 8 de enero de 2012

Correcciones bestiarias


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Hubo un tiempo en el que no solamente en los libros y catálogos, sino también en la naturaleza, convivieron animales fabulosos, dudosos y reales. La “corrección” de las especies en la que hoy creen nuestros ojos tiene diversos motivos. La resultante no es lineal ya que para la actual convención que a todos nos tranquiliza intervienen factores que no son sólo de supervivencia. Las características actuales de varias especies terminaron siendo, además de su forma concreta, las características en las que cada día todos nos ponemos de acuerdo tácitamente para hacer soportable el horror.
Así, la perdiz tuvo que pasar por largos siglos de paciencia para quitarse de encima su status diabólico: siempre apareció catalogada como ave embustera que empolla huevos de otras aves. Machos resueltos en orgías del mismo sexo y hembras lujuriosas alas que les alcanzaba el soplido del macho para quedar embarazadas. Y en pareja, desaprensivos con sus hijos hasta llegar a taparlos de tierra para que no molesten. Quizás hoy sus características sigan siendo las mismas, pero ya el contexto no las expulsa.
Un caso que se desdibuja es el del onocentauro. Bestia que tiene mitad de parte humana y mitad de parte en forma de asno. Varias descripciones no se ponen de acuerdo en que parte es la inferior y cuál la superior. Y también hay algunas versiones que sostienen que esas partes van mutando según sus acciones. Las definiciones se van perdiendo en la historia. O se van semejando y confundiendo con las que caracterizan a la especie hombre.
Pero la historia más triste quizás sea la de la extinción del ave Fénix. De gran popularidad y artificio, sus características admirables fueron deleite de todos. Su preparación para la fogata, su batir de alas hasta el incendio, la espectacular desaparición y la metafórica resurrección desde las cenizas, lo hacían imbatible en el ranking de los catálogos.
Ave sumamente aventurera, el Fénix conoció muchos lugares y especies en su desarrollo. Curioso e inteligente, fue adaptándose y aprehendiendo lo que le servía. Pero al conocer al pterodáctilo y al hipocampo, obtuvo como ellos la característica de monógamo hasta lo más profundo de la locura. Fue así que alguien se tuvo que apiadar de aquellos machos majestuosos que ardían en anaranjadas galas para, una y otra vez, resurgir de sus cenizas con la mirada más esperanzadora que creó la naturaleza. Y comprobar así que su pareja muerta ya no estaría más con él. Alguien debió acabar con tan insoportable y triste horror.