jueves, 16 de diciembre de 2010

Antonio Gamoneda, las palabras sin el tiempo


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar

“En la vida práctica el tiempo es una riqueza de la que somos avaros; en la literatura es una riqueza de la que se dispone con comodidad y desprendimiento”. El concepto es de Italo Calvino en sus memorables “Seis propuestas para el próximo milenio”. Ningún tesoro más preciado que ése cuando leemos: dominar el tiempo. O, mejor, que lo que leemos logre detenerlo, elastizarlo, quitarle todos los componente de tiranía. Claro que no es fácil conseguir autores con semejante poder. El poeta español Antonio Gamoneda es sin dudas uno de ellos.
Gracias a colegas como Jorge Boccanera, tenemos cerca las marcas poéticas de Gamoneda, quien recientemente ha declarado que ve en América Latina el futuro de la poesía. La antología “Lengua y herida”, publicada a través de Colihue, es una aproximación a una obra tan vasta como la propia leyenda del tiempo. Porque esa es la ilusión cuando los versos nos ganan.
Nacido y criado en un barrio de obreros y ferroviarios, el poeta ha llegado a los altos vientos que acariciaran al pastor de Orihuela, Miguel Hernández. Y es de esa rara especie en la que los premios resonantes no han ensombrecido ni iluminado falsamente. Es dueño del Premio Sofía y del Cervantes. Pero son distinciones que se parecen más a un inclinarse de rodillas frente a la evidencia que a otra cosa.
El lenguaje, clara arma imbatible en su poesía, es el que pone la diferencia. Ni bien se posan los ojos en sus primeras palabras descubiertas. A partir de allí surge un pentagrama novedoso. No cómo una música rara, sino como algo que fuera una nueva música:
“Ha venido tu lengua, está en mi boca
como una fruta en la melancolía”.
Gamoneda es de esos poetas que hacen de la poesía la gran pregunta. La eterna pregunta que se va haciendo poesía cuando se hace. En el sentido en que Girri entendió la “intrapoesía”.
Así, con el timón de la velocidad del tiempo y un lenguaje líquido, el poeta imprime otra característica que es esa especie de “no edad”. Pero lo hace desde un lugar extraño: en lugar de convertirse en un niño eterno, se transforma en un viejo más allá de la decrepitud. Todas las miradas irónicas sobre el paso del tiempo están disparadas desde la dulzura de alguien que tiene esperanza al final, no al comienzo.
“Soy el que comienza a no existir
Y el que solloza todavía
Es horrible ser dos inútilmente”.
¿Por qué esperanza aquí? Porque es justamente en esa lucidez de la dualidad cuando se puede decir que el lenguaje y el ritmo marcan una realidad que hace sospechosa a todas las demás cosas que forman el cotillón del vivir.
“Así es la vejez: claridad sin pensamiento”.
Fue antifranquista de fuste, tuvo períodos de silencios de hasta siete años y antes de comenzar a pisar vestido de poesía las calles, estuvo 24 años con el traje de bancario.
Su poesía ha provocado más estudios y monografías casi que su propia obra. Pero siempre lo recomendable es entrar a su palabra cruda. Por cualquiera de sus puertas de todas las épocas: “La tierra y los labios”, “Sublevación inmóvil”, “Blues castellano”, “Descripción de la mentira”, “Libro del frío”, “Libro de los venenos”, “Arden las pérdidas”.
Gamoneda nos hace sentir en serio, pero con placer. Nos ofrece ese desgarro oxidado que siempre tratamos de esconder para saborear con nostálgico silencio de abandonado. Nos descubre en la más propia de las melancolías y nos hace un guiño de supervivencia. No para que nos alegremos banalmente, sino para que cerremos los ojos con más convicción.