lunes, 14 de febrero de 2011

domingo, 13 de febrero de 2011

Los talismanes de la pitonisa



Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar

Poco antes de morir, en 1998, Olga Orozco obtuvo algo parecido al reconocimiento que se merecía en vida: el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo”. Si bien quedaron pendientes galardones internacionales que podrían haber puesto a su enorme voz en el lugar correspondiente, el Juan Rulfo fue ajustado a su pampeano origen. A esa ciudad de su génesis llamada Toay, nombre de sonido talismánico que adelantaría el tono que tendría toda su poesía.
Pero los reconocimientos y las justicias poéticas en cuanto a nombres, se sabe que muchas veces llegan post mortem (“Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero”, había adelantado en “Las Muertes”, una serie de elegías en la que ella misma se incluye al final). Y estos reconocimientos muchas veces llegan sin ruido, sin estridencias. Sí con el efectivo silencio de un libro (o varios) que permiten al lector retener a la poeta en su esencia.
El primer caso es la excelente antología “El jardín imposible”, a cargo de la poeta Marisa Negri (Ediciones en Danza). Allí se apunta que “en anotaciones para una autobiografía dice Olga Orozco: ´Con el sol en piscis y ascendente en Acuario, y un horóscopo de estratega en derrota y enamorada trágica, nací en Toay (La Pampa) y salí sollozando al encuentro de temibles cuadraturas y ansiadas conjunciones que aún ignoraba. En cuanto hablo de mí, se insinúa entre los cortinajes interiores un yo que no me gusta: es algo que se asemeja a un fruto leñoso, del tamaño y la contextura de una nuez. Trato de atraerlo hacia afuera por todos los medios aun aspirándolo desde el porvenir. Y en cuanto mi yo se asoma, le aplicoun golpe seco y preciso para evitar crecimientos invasores, pero también inútiles mutilaciones. Entonces ya puedo ser otra. Este sencillo juego me ha impedido ramificarme en el orgullo y también en la humildad. Lo cultivé en Bahía Blanca, junto a un mar discreto y encerrado, hasta los dieciséis años, y seguí creciendo en Buenos Aires, hasta la actualidad, sin llegar jamás a la verdadera maestría…”. La selección de poemas, que ya ha recorrido el mundo y fue traducida a varios idiomas, está a altura de su antóloga la también excelente poeta Marisa Negri.

También se rescata la voz de Juan Gelman en “La indomable y feroz memoria”: “Me pregunto cuánta sangre viva del alma ha vertido Olga para –son sus palabras– hacer talismanes con ´un indefenso corazón enamorado´, entrar en ´las dos caras de los sueños´, conocer ´ese color de invierno deslumbrante que nace donde mueres´, ganar ´cetros de bestia en la intemperie´, comer ´la almendra del misterio´, tener caras sucesivas como ´un muestrario de nieblas, de terrores´, vestir ´de reina, de bruja, de mendiga´, roer los duros huesos de las desapariciones, cocer ´las sustancias de la separación´, resistir ´las invasiones de la oscuridad´, padecer ´las comuniones del contagio, perfeccionar ´penurias como dichas´, confeccionar ´el lujoso inventario de todo lo imposible´, convivir con una ´vocación de abismo”.´
Más reciente es la edición de “La oscuridad es otro sol” (Losada), que trae como novedad las ilustraciones del poeta Enrique Molina a diferencia de su primera publicación en 1967. La obra es “un campo minado por misterios sin resolver y una sucesión de juegos que llevan al desdoblamiento continuo en una transfiguración que alcanza a los personajes y aún a los seres inanimados: Son ´muebles oscuros (que) miran con hambre desde las cerraduras´ y ´ovillos de lana que significan otra cosa, y que caen, rebotan y se deslizan astutamente silenciosos (…) y los cajones de la cómoda que tratan de respirar todavía por última vez”.

Toda esta puesta en la superficie de la obra de Olga Orozco se coronará cuando antes de que termine el 2011, Adriana Hidalgo saque a la calle su “Obra Completa”.


Estos libros son verdaderos talismanes para la memoria de Olga Orozco. Quizás con el poder de alguno de sus ansiados conjuros para detener el tiempo con el que ha “luchado a veces cuerpo a cuerpo”. Por eso, con estas obras, quizás tenga que seguir oyéndole su áspero susurrar pampeano: “No vacíes la bolsa/no exhibas tus trofeos/No relates de nuevo tus hazañas de vergonzoso gladiador en las desmesuradas galerías del eco”.