lunes, 18 de abril de 2011

“Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo”



Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
La mujer quizás sea el ser que más capacidad tiene para ofrecer variantes de compañía. Las múltiples formas que domina para hacerse necesaria son difíciles de lograr en otro rango de humanidad. Y más allá del traslado de complejos y debilidades que podamos hacer cuando esa necesidad es de una sed insoportable, también hay modos de representación que no requieren el cuerpo, disimulan distancias e ignoran idiomas. Uno de esos casos es Wislawa Szymborska. Claro que al pronunciar ese nombre, viene con él su poesía.
¿Por qué nombrar a la poeta y no a su obra como necesaria? Precisamente porque al leerla se lee su rostro y al mirar una fotografía suya se ve su poesía en los dulces surcos de la cara.
Nació en Polonia en 1923. Con esa feminidad que destacamos, atravesó esa porción del siglo, en esa porción de la Tierra. Cuando faltaban cuatro años para comienzo de este milenio disparado como un torpedo, en 1996, ganó el Premio Nobel de Literatura. Y llega a nuestros días para todavía ofrecer sus pasos sobre la Tierra, en la que deja como semillas de eternidad sus versos naturales.
Wislawa, con las características que mencionamos al principio, es una mujer que no necesita presentarse más que con dos versos. Y con el tercero ya sostener nuestra atención para leerla con la concentración que requiere un sombrero para ser sostenido mientras arrecia el viento. Ya en el tercer verso, o al segundo poema, sabremos que no hace falta leer nada más. O que al hacerlo estaremos conociendo un poco más el abanico de sus caricias universales.
Así nos invita, por ejemplo, a pensar la poesía como un sabor: “A algunos les gusta la poesía. /
A algunos/es decir, no a todos./Ni siquiera a los más, sino a los menos. /Sin contar las escuelas, donde es obligatoria, /y a los mismo poetas,/serán dos de cada mil personas./ Les gusta,
como también les gusta la sopa de fideos, /como les gustan los cumplidos y el color azul,
como les gusta la vieja bufanda, /como les gusta salirse con la suya,/como les gusta acariciar al perro.//La poesía,/pero qué es la poesía./Más de una insegura respuesta/se ha dado a esta pregunta./Y yo no sé, y sigo sin saber, y a esto me aferro/como a un oportuno pasamanos”.
Pero además de su poesía y de su prosa, desde 1996 brilla también el discurso que ofreció al recibir el máximo galardón para quienes escriben. Wislawa, como “mina piola” que uno quiere de compañía, tiene un dominio de la ironía que es el de usar el bisturí escondido en la manga. Por eso habla en el discurso de la dificultad del poeta para presentarse ante la sociedad cuando le preguntan ¿qué hace, a qué se dedica? De cómo la estructura actual de representaciones impide, por ejemplo, una película biográfica de un poeta (“uno permanece sentado a la mesa o acostado en un sofá, con la vista inmóvil, fija en un punto de la pared o en el techo; de vez en cuando escribe siete versos, de los cuales, después que transcurre un cuarto de hora, va a quitar uno y de nuevo pasa una hora en la que no ocurrirá nada, ¿Qué clase de espectador podría soportar una cosa semejante?”). De la imposibilidad de mostrar al poeta como alguien con un oficio tan “explicable” como cualquier otro. Claro, parece que el mundo está muy seguro de no querer preguntas. Por eso también rescata el “no sé” como una gimnasia totalmente necesaria para construir la obra, la de cualquier artista.
A esta “artista”, ebanista de las palabras mundanas y contemporáneas a las que seca las cáscaras hasta descubrir lo imprescindible, se la puede empezar a conocer con la obra “Poesía no completa” editada por el Fondo de Cultura Económica. Y tener esa voz y esa sonrisa que supo imaginarse, por ejemplo, al bebito Adolfo en el poema “La primera foto de Hitler”.
Wislawa, nombre con sonido de manantial, dijo también que durante un siglo no ocurren más que dos o tres cosas importantes. Que nazcan poetas como ella debe ser una de esas cosas. Y muy necesarias si tenemos en cuentas las palabras finales de su discurso del Nobel: “De acuerdo, en el habla cotidiana, la cual no recapacita sobre cada palabra, usamos expresiones como ´la vida común´, ´los acontecimientos comunes´... Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo. Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo."