lunes, 26 de septiembre de 2011

Bola de fuego


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
De lejos parecían dos tordos. De los que escandalizan a las clases altas en la plaza del centro. Pero en realidad se trataba de dos cuervos. Avejentados y reflexivos cuervos que no parecían preocupados porque alguien se percatara de que estaban parloteando en idioma humano.
No eran dos cuervos comunes. Uno había sido engendrado por Egard Allan Poe para su célebre poema. Y justamente de eso se quejaba:
-¿No crees que para repetir todo el tiempo ´nunca más´ hubiese sido más práctico que use un loro? Además, con el tiempo, he ido perdiendo también el don de asustar. ¿Quién lee hoy un poema que encima es del género terror?
El otro había hecho pareja nada menos que con el encargado de devorar una y otra vez el hígado de Prometeo. Además de lo insalubre de su labor, se quejaba también:
-Estoy harto de ver versiones del mito donde le adjudican a dos buitres semejante tarea. Si tan sólo viviesen por segundos la experiencia de devorar un hígado humano eternamente reconstituido apenas terminamos el último bocado…
El cuervo de Poe graznó un “nunca más” de compromiso y continuó:
-Yo creo que el error del artista está en querer convencer. Arrojan sus ideas como salmones. Les aventuran una larga lucha contra la corriente. Pero en el fondo pretenden que lleguen de nuevo, sanas y salvas, al ombligo que las engendró.
El otro cuervo escupió sangre y agregó:
-No estoy tan de acuerdo. Para lograr la libertad, de la idea o de lo que sea, siempre hay que tener en cuenta la idea de jaula. Porque sino: ¿libres con respecto a qué?
Los dos eran conscientes de pertenecer a una especie que nunca había sido tratada bien por mitos, artistas o en la literatura. Sin embargo su oscuridad no provenía del resentimiento sino más bien del orgullo. Siguieron farfullando mientras realizaban disimulados picoteos entre sus propias plumas.
Como si se hubiese terminado un descanso, del que fui privilegiado testigo, los dos se prepararon para volver a sus eternas tareas. Y se dispusieron a concluir la conversación:
El cuervo literario dijo:
-Cuando una idea es opinión ya nace con una vejez incurable.
El cuervo mitológico contestó:
-La cuestión es saber que el hambre de pensar no tiene forma de saciarse.
De pronto el diálogo se interrumpió con un chillido acampanado, suave, que también tenía una frase:
-Las ideas que no prosperan son las únicas ideas que están vivas.
Provenía de la estrepitosa rojez de la garganta de un churrinche, que llegó como bola de fuego para encender esa musgosa oscuridad.