lunes, 31 de octubre de 2011

Cero chat


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar

Cero chat. Como Ulises amarrados al mástil. Porque el chat son las sirenas.
Unos amigos toman cerveza negra y Bertolt Brecht se filtra en la conversación. La vida con olor a cáscara de maní.
Al bar lo salvaron varias veces las voces que se ponen nostálgicas cuando la situación lo requiere. Gardel está encerrado en una pecera. El lugar parece pasar por el tiempo, no el tiempo por el lugar. Es como si las charlas, en su significación, necesitaran mantener una escenografía acorde. Es raro: que nadie cambie demasiado para poder seguir cambiando. Para que los espejismos y los hechizos choquen infructuosos contra el decorado de la persistencia en la ruta. La ruta misma, la ruta sola, es la persistencia.
Son tres cabezas ligeramente inclinadas a la concordia. Y en la mesa del bar una partida de cartas invisibles.
Pero ¿qué es Itaca? La Cruz. Llegar a casa. Llegar a una conclusión. Itaca quizás sea estar en la ruta.
Por la ventana pasa el modernismo en relucientes arrecifes con ruedas. El viento hace más apurada a un montón de gente.
Uno de los amigos le promete a otro, a media voz y en una actitud que no es femenina ni masculina, que le hará llegar unos versos de Brecht. En realidad los tiene la mente en ese momento pero no se anima a recitarlo. Quizás por miedo a que la actitud se transforme verdaderamente en femenina o verdaderamente en masculina. Los versos se titulan Epitafio y dicen:

“Escapé de los tigres
Alimenté a las chinches
Comido vivo fui
Por las mediocridades”.

La charla continúa con el tema de los epitafios. Cada uno le dice al otro cuál quiere para su tumba. Casi sombríamente se prometen cumplir con los mutuos deseos.
No pasa mucho más adentro de esa tarde. El viento sigue empujando gente “como la mano helada de un policía” (*).
No hay odiseas. Y, como ya dijimos, el viaje es la propia ruta. Se van terminando los temas del encuentro. Los últimos sorbos casi son en silencio. No hay héroes. Sin reconocerlo, ellos tres han realizado una épica que agujerea la tarde de una época que se sigue llamando posmodernidad a falta de definiciones.

El mozo se acerca para cobrar. Los tres son conocidos, casi amigos. Eso esfuma la posibilidad de propina. Sin embargo sabe que algo le queda en la mesa de esos seres cuando se vayan. Da el vuelto y antes de volver al libro que tiene sobre el mostrador los despide en verso:

"Como alma trabajo en la luz, y la oscuridad no puede afectarme.
Permanezco en la luz.
Trabajo, y de allí no me muevo”


(*)Raúl González Tuñón.