jueves, 3 de febrero de 2011

La condesa sangrienta tiene rostro


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
En 1965 Alejandra Pizarnik utiliza la prosa para relatar uno de sus textos más recordados: “La condesa sangrienta”, basada en el registro poético de Valentine Penrose sobre la historia de Erzébet Báthory, acusada del asesinato de 650 muchachas.
Esta versión, que fue publicada en el libro “La extracción de la piedra de la locura y otros poemas”, tiene ahora una flamante edición ilustrada. Es a partir de la editorial El Zorro Rojo que promete la reedición de relatos ilustres e ilustrados.
¿Cómo es conocer el rostro de la condesa sangrienta? Justamente Pizarnik, en esa misma antología, anota en uno de sus memorables poemas titulado “Sólo un nombre”: “Alejandra, Alejandra/debajo estoy yo/Alejandra”. Más de una biografía habla del autodesencanto físico que tenía la poeta. Y, por otro lado, el registro de la condesa Báthory no deja de respirar esa fascinación por el accionar sangriento de su protagonista. No por nada Pizarnik elije la frase de Sartre para iniciarlo: “El criminal no hace la belleza; él mismo es la auténtica belleza”.
El ilustrador es un joven talento, Santiago Caruso. Sus figuras rozan la historieta. No deja de impactar en la visión del lector su mirada sobre el relato. Pero también se hace difícil tratar de encajar las piezas que alguna vez nos puso a girar en la imaginación este texto al que la misma Pizarnik promocionaba como de lo mejor que había escrito.
Es que se torna difícil dejar que otro imagine por nosotros, por ejemplo cuando Pizarnik describe: “El aposento de la condesa, frío y mal alumbrado por una lámpara de aceite de jazmín, olía a sangre así como el subsuelo a cadáver. De haberlo querido, hubiera podido realizar su ´gran obra´ a la luz del día y diezmar muchachas al sol, pero la fascinaban las tinieblas del laberinto que tan bien acordaban a su terrible erotismo de piedra, de nieve y de murallas”.
Apartándonos de lo más importante, que es la creación literaria, diremos que la biografía habla de una condesa que nació el 7 de agosto de 1560 y murió el 21 de agosto de 1614. Fue acusada y condenada por la muerte de más de 630 muchachas y también existe otra versión: que los crímenes fueron un invento para destronarla y destruirla.
De todos modos Erzsébet tiene el récord Guinness como la mujer que más ha asesinado en la historia de la humanidad.
Pero, basándonos por ejemplo en el caso del torero Sánchez Mejía, donde podemos decir que es Lorca quien verdaderamente le da vida en su poema, lo mismo sucede con la condesa gracias a Pizarnik. Hay una pequeña biografía con sus dudas o no y hay también el texto “La condesa sangrienta”, donde verdaderamente brilla la anécdota. Pizarnik termina el relato con datos reales. La condesa nunca se arrepintió y más bien mostró incomprensión hacia las acusaciones que le hacían. ¿Porque lo negaba o porque no entendía como crimen su particular erotismo?
Báthory, que ahora entra en la categoría de historieta, ha tenido en estos años muchas películas homenajeando su figura, muchos poster en salas sadomasoquistas y varios grupos heavy metal con su nombre. Pero el relato de Pizarnik, que, hay que decirlo, concluye con un alegato moral, se adelantó en belleza descriptiva. En voluntad autoral por dejar la impronta que tales hechos, consumados o no, merecían en magnitud.

domingo, 30 de enero de 2011

Mentime que me asusta



Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Tomar una cerveza con Alberto Laiseca es una extraña clase de literatura. Con el tiempo uno descubre que en ese encuentro se construyeron momentos inolvidables. Sentencias que se maceran y certifican. Por ejemplo, la certeza del autor de “Los Sorias” al asegurar que una de las mejores escenas de terror escritas es unos de los capítulos de Pinocho en su versión original.
Sus cigarrillos negros y la espuma de una cerveza al natural jugando en los bigotes logran que su imagen de oráculo no de decaiga a plena luz del día. Su cambio de humor repentino le asegura el carácter de mito viviente en construcción. Y luego, en acción, a media luz narrando a Poe, la confirmación absoluta del poder que solo ostenta quien mejor cuenta la historia.
Alberto Laiseca hipnotizó alguna vez al público del Circo de Poesía, en la Alizanza Francesa, durante unos cincuenta minutos con “La caída de la casa Usher”. Anécdota mediante: en el momento de mayor tensión, con el dorso de la mano Laiseca volcó el vaso de whiski que lo acompañaba con fidelidad. Silencio, tensión y la salida magistral al decirle al público con la mejor cara de tragedia: “como verán, el más perjudicado con esto soy yo”. Y enseguida, con el vaso recargado al instante, la continuidad del relato como si nada lo hubiese interrumpido.
Esta sagacidad va sumada a una larga pasión entrenada por narrar con un profesionalismo admirable. Todas estas armas ahora Laiseca las presenta aceitadas para el ciclo “Noches de luna y misterio”, en distintos espacios porteños, con relatos de Edgard Allan Poe, H. P. Lovecraft, Horacio Quiroga y otros de su autoría.
Sería interesante asumir la decadencia del género, sobre todo en lo cinematográfico donde ya no alcanzan las ideas lovecraftianas de enterrar a alguien vivo y esperar que esa trama aguante los eternos minutos de un largometraje. Pero con Laiseca es distinto. Si bien la enseñanza puede ser que no podemos huir de los clásicos (Poe, Quiroga), lo que su particular forma de narrar hace es lograr aquello que pedía Fontanarrosa: “tengo un montón de cosas para hacer, pero no me puedo ir hasta que termines de contar la historia”.
Fontanarrosa en el humor y Laiseca en el terror, son ejemplos de cómo una mesa de bar y un vaso de cualquier líquido, son todos los efectos especiales que necesita el que sabe contar.
Para este nuevo ciclo, que pone a Laiseca en acción después de los recordados cuentos por I-Sat,a declarado algunos de sus secretos: "A mí la literatura de terror, que mamé desde niño, me hizo muy bien. Me daba mucho miedo, no podía dormir de noche, pero era el precio que tenía que pagar para crecer”.
Ese monstruo ficcional que impone él mismo como figura, se hace un tierno y consejero abuelo para quien lo quiera escuchar tomando cerveza natural a la luz del día. Sus manos huesudas, que tanto jugo dieron en el film “El artista”, van construyendo en el aire un imaginario castillos de naipes. Como quien muestra un truco pero al mismo tiempo guiña el ojo como diciendo: “te digo cómo se hace, pero al único que le sale es a mí”.