domingo, 30 de enero de 2011

Mentime que me asusta



Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Tomar una cerveza con Alberto Laiseca es una extraña clase de literatura. Con el tiempo uno descubre que en ese encuentro se construyeron momentos inolvidables. Sentencias que se maceran y certifican. Por ejemplo, la certeza del autor de “Los Sorias” al asegurar que una de las mejores escenas de terror escritas es unos de los capítulos de Pinocho en su versión original.
Sus cigarrillos negros y la espuma de una cerveza al natural jugando en los bigotes logran que su imagen de oráculo no de decaiga a plena luz del día. Su cambio de humor repentino le asegura el carácter de mito viviente en construcción. Y luego, en acción, a media luz narrando a Poe, la confirmación absoluta del poder que solo ostenta quien mejor cuenta la historia.
Alberto Laiseca hipnotizó alguna vez al público del Circo de Poesía, en la Alizanza Francesa, durante unos cincuenta minutos con “La caída de la casa Usher”. Anécdota mediante: en el momento de mayor tensión, con el dorso de la mano Laiseca volcó el vaso de whiski que lo acompañaba con fidelidad. Silencio, tensión y la salida magistral al decirle al público con la mejor cara de tragedia: “como verán, el más perjudicado con esto soy yo”. Y enseguida, con el vaso recargado al instante, la continuidad del relato como si nada lo hubiese interrumpido.
Esta sagacidad va sumada a una larga pasión entrenada por narrar con un profesionalismo admirable. Todas estas armas ahora Laiseca las presenta aceitadas para el ciclo “Noches de luna y misterio”, en distintos espacios porteños, con relatos de Edgard Allan Poe, H. P. Lovecraft, Horacio Quiroga y otros de su autoría.
Sería interesante asumir la decadencia del género, sobre todo en lo cinematográfico donde ya no alcanzan las ideas lovecraftianas de enterrar a alguien vivo y esperar que esa trama aguante los eternos minutos de un largometraje. Pero con Laiseca es distinto. Si bien la enseñanza puede ser que no podemos huir de los clásicos (Poe, Quiroga), lo que su particular forma de narrar hace es lograr aquello que pedía Fontanarrosa: “tengo un montón de cosas para hacer, pero no me puedo ir hasta que termines de contar la historia”.
Fontanarrosa en el humor y Laiseca en el terror, son ejemplos de cómo una mesa de bar y un vaso de cualquier líquido, son todos los efectos especiales que necesita el que sabe contar.
Para este nuevo ciclo, que pone a Laiseca en acción después de los recordados cuentos por I-Sat,a declarado algunos de sus secretos: "A mí la literatura de terror, que mamé desde niño, me hizo muy bien. Me daba mucho miedo, no podía dormir de noche, pero era el precio que tenía que pagar para crecer”.
Ese monstruo ficcional que impone él mismo como figura, se hace un tierno y consejero abuelo para quien lo quiera escuchar tomando cerveza natural a la luz del día. Sus manos huesudas, que tanto jugo dieron en el film “El artista”, van construyendo en el aire un imaginario castillos de naipes. Como quien muestra un truco pero al mismo tiempo guiña el ojo como diciendo: “te digo cómo se hace, pero al único que le sale es a mí”.

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