lunes, 21 de mayo de 2012

Heridas de agua

Guillermo Del Zotto gdelzotto@elpopular.com.ar Llueve siempre sobre las mismas cosas. Y la lluvia viene para decir, haciéndolas brillar, que esas son las cosas de siempre. Es contradictorio: hay como un apagar pasiones mientras el agua cae y al mismo tiempo un encender pasiones en ese brillar fugaz. Como si fuesen sogas de agua, la lluvia, sobre la terraza llena de trastos, sujeta a Esteban en el presente. Se imprime este tramo de su vida igual que emerge la imagen de una fotografía según el antiguo proceso de revelado. No muy lejos de la terraza, en la misma cuadra, conviven una viuda a la que le mataron el marido para robarle 60 pesos y un músico que toca el piano como nadie y nadie se dio cuenta. Esteban mete adentro de sus pensamientos estas dos realidades. Y le hubiese gustado que la lluvia también pudiese lavarlas y emparejarlas un poco. Pero la lluvia es ruidosamente silenciosa. Como un muy buen texto escrito para siempre, la lluvia no opina. Hace opinar. Hay algo de implacable en esto de mojar realidades duras y ensoñaciones lúdicas por igual. Esteban entonces huele a dictadura natural. Huele el mismo aire que el de la caverna del primitivo solitario. Porque la lluvia pone en evidencia ese tul de venir desde el fondo de los tiempos. Se hace madre del tiempo. Y con una conducta matriarcal y asesina empapa de calostro todo lo que ha parido: recuerdos, presente y realidad social. La lluvia es mujer. Y Esteban, un hombre. Se para. Se endereza e inspira a través de una branquia que le ha crecido espontáneamente. Ha mutado hacia la punzante melancolía consciente.