lunes, 18 de febrero de 2008

A los rayones

Subrayar libros es la marca del lector ideal, sostiene Alberto Manguel en su larga lista de condiciones para transformarse en ese cómplice perfecto que todo autor busca para su obra.
En esta actividad, que hoy tiene franca decadencia, vapuleada sobre todo por el más cómodo e incandescente copiar-pegar, hay todo un trabajo de reescritura. Y de revalorización de los fragmentos. Un libro personal, confeccionado por todos los párrafos que alguna vez señalamos con flúo, con doble rayado en el renglón o con desprolijos corchetes en los márgenes, sería una tarea reconfortante. Empresa similar han encarado autores importantes como Bioy Casares con su conocido “De jardines ajenos”.
Pero a la hora de salvar del naufragio de polvo a los libros, ¿cuáles son los parámetros para medir la importancia de los párrafos que merecen botes salvavidas? Seguramente nos podríamos avergonzar de muchas marcas hechas en el pasado, discutir con algunas otras que ahora se empapan del rocío del presente y, lo mejor, encontrar otras que recién ahora tienen sentido. Frases o párrafos que alguna vez subrayamos sin saber bien por qué y que al redescubrirlas hoy nos hablan más claramente. Como si hubiésemos sido autoprofetas de nuestra necesidad intelectual del futuro.
Un valor importante para tener en cuenta a la hora de este rescate, es lo afectivo. El de las lecturas hechas con el corazón bombeando más ruidosamente que el muchas veces desconsiderado cerebro.
Así, Daniel Penac en “Los derechos imprescindibles del lector” nos seduce afirmando que “es prudente reconciliarnos con nuestra propia adolescencia; odiar, despreciar, negar o simplemente olvidar al adolescente que fuimos es en sí misma una actitud adolescente, una concepción de la adolescencia como una enfermedad mortal. De allí la necesidad de que recordemos nuestras primeras emociones como lectores y de que le levantemos un pequeño altar a nuestras viejas lecturas, incluyendo las más ´tontas´. Desempeñan ellas un papel inestimable: emocionarnos por lo que fuimos al tiempo que nos hacen reír de lo que nos emocionaba”.
Qué diferente es, sin embargo, subrayar para estudiar. Se trata de cápsulas para digerir y, en su momento, descartar del organismo. Por más pasional que sea el estudio, estamos buscando la forma de sintetizar lo incómodo.
Pero a la hora de registrar con líneas torcidas por el apuro del goce, estamos armando un mapa endeble y al mismo tiempo maravillosamente misterioso. Con los trazos de lo que seremos en el futuro, aunque a veces tengamos que volver a mirar bien para reconocernos en esa olvidada tarea de cartógrafos.

(Publicado en EL SUBSUELO el 17/2/08)

Cuarenta

La vida pasa/y el corazón está listo./Fatigado/Y la noche de nuevo llega/(...) Y raramente recordamos/que fuimos incendio. (Interpretación libre de Alexandr Block)


El sistema nervioso central como comando radioeléctrico.
Ya no buscamos señales en los árboles en el codo de la edad.
Somos la mitad de lo que pudo ser.
Llagas adentro, auspiciamos la ruta de los buscadores de opio.
Descorchamos el placer de reserva.
A algunos deseos le crecen pequeños retoños de muletas.
Y buscamos superficies aterciopeladas para posar el gusto y el olfato.
Eso que antes se deslizaba piel con piel, ahora debe raspar.
Sólo nos apetece lo que tiene gusto a haber vivido.
Hemos saltado a un costado del incendio.
El invierno viene cada vez con más secretos.
Compramos noches premoldeadas.
Vemos los impulsos en DVDs de archivos.
Y después de los túneles
de las arterias semiabandonadas
de la exaltación ensayada
tragamos saliva como si fuese licor
y sonreímos con todos los cascabeles del disimulo.

(Publicado en EL SUBSUELO el 10/2/08)