miércoles, 23 de marzo de 2011

Más allá de los 18 whiskies






Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Hay frases inoportunas. Y más inoportunas se convierten sin son las últimas que se dicen. Claro que depende mucho sobre que traje caerá esa mancha. No miraremos aquí aquellas que realmente superaron a la persona o al personaje. Sino, por el contrario, las que por misteriosas razones del tiempo y sus caprichosos sellos, minimizaron figuras. Vale decir que, en muchos casos, las frases fueron buscadas en su efecto. Actitud que se podría sintetizar con una frase hecha: “se cavaron su propia tumba”. Pero en muchos casos, los autores de las frases que hoy siguen con sus ecos, son víctimas de lo que quedó en el tamiz.
Seguramente la mayoría de los autores que citaremos, de haber tenido como última voluntad elegir la frase con la que recordarlos, no hubieran elegido la que hoy subyace.
¿Sabía el poeta Dylan Thomas que iba a morir inmediatamente después de decir “He bebido 18 vasos de Whisky, creo que es todo un récord”? Sin ser médico, probablemente haya tenido una idea de que podía pasar. Pero el caso es que su frase no sólo lo conserva sino que fue (o es) por ejemplo, el título de una revista literaria. Bien. ¿Eso es lo mejor que dijo Thomas para quedar plasmado? ¿Y dónde quedan versos suyos como “Y la muerte perderá su dominio./Los muertos desnudos serán un solo muerto./(…)/Y aunque los amantes se extravíen perdurará el amor/Y la muerte perderá su dominio”
Algo similar ocurre con la tan mal citada “He cometido el peor de los pecados, no he sido feliz”, de Jorge Luis Borges. Mal citada en el sentido de que forma parte de un poema que no es de los mejores de Borges, pero que además corresponde, obviamente, al “personaje” de ese poema. Justamente Borges, quien hizo declaraciones con la precisión de un ebanista, podría tener hoy otros recuerdos.
Hay otras que son evidente búsqueda de efecto: “Madame Bovary soy yo”, de Gustave Flaubert. Claro que es sonora. Pero no todos la leen pensando que en realidad se refiere a que verdaderamente en esa novela dejó toda su sangre de obsesivo prosista. Madame Bovary soy yo en el sentido de “es todo lo que tenía para dar”.
Roberto Arlt, muy enojado con los críticos y por su situación particular de periodista tiempo completo, pone en el final de un prólogo: “Y que bufen los eunucos”. Es el caso de propiedad arrebatada, ya que nos podemos sorprender con que en realidad se trata de un verso de un poema de Rubén Darío. ¿Fue citada sin permiso? ¿Rubén Darío también la tomo cual antorcha de lugares ancestrales?
En ese sentido marketinero, quizás descolle la célebre: “Soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio”. Frase de Truman Capote que reemplaza a la adolescente “sexo, drogas y rock and roll”. Y que dio también pie a una falsa etimología del ser escritor. Claro que tuvo sus sucesores.
Pero hay que separar intenciones, como cuando desde una convicción profunda y antes de escribir su mejor obra, el gran Henry Miller declara:“Gracias a Dios no hay más libros que escribir”. Su gran lector crítico, Charles Bukowski, se caracterizó por ser un “frasero” permanente. Pero quizás la que más brillo obtuvo fue “Lo que más me gusta es rascarme los sobacos”, que terminó siendo el título de su biografía más leída. Y a decir verdad, bien elegida porque sintetiza los golpes de efectos de sus otras frases.
Las frases deben tener un comercio con el tiempo y con el medio en que se dice. Evidentemente hay muchas que podrían haber provocado verdaderos cataclismos y no lo hicieron por un error en las coordenadas. Otras hicieron más humo que revolución. De todas maneras hay un ente invisible que las eleva y las torna perennes. Muchas veces encierran en un buen traje al que las dijo. A veces las alcanza a pronunciar en voz alta, como para citar una reciente de José Saramago :“No es que es yo sea pesimista, es que el mundo es pésimo”.
Otras veces son escritas casi sin intención de trascendencia en el medio de un poema. Y se convierten en una belleza abarcativa, como núcleo de los demás sistemas planetarios: “Menos tu vientre, todo es confuso”. (Miguel Hernández).

domingo, 20 de marzo de 2011

La improvisación como estilo





Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Julio Cortázar, Woody Allen y Charlie Parker podrían denominarse como la máxima trinidad de la relación del jazz con la literatura. El primero por su constante admiración en voz alta por el género, el segundo por su inmersión imposible de pasar inadvertida en ambos rubros y el tercero porque, además de la música, ofreció una vida capaz de llenar libros biográficos para todos los gustos y morbos.
Pero, al igual que muchos géneros (literarios o musicales), el jazz no tuvo un patrón genético en la Argentina hasta que el escritor e investigador Sergio Pujol editará “Jazz al sur”. El primer intento de mapa de jazz legítimamente rioplatense.
Pujol, con la vida y obra de músicos como Oscar Alemán, Gato Barbieri, Lalo Schifrin y Enrique "Mono" Villegas descifró los genes que hoy continúan en músicos como Adrián Iaies o Luis Salinas. Es más, quizás fue el generador de una definitiva mirada hacia adentro para elevar a la superficie lo que hoy se denominan “músicas” argentinas. Y que a nosotros en lo local nos toca tan de cerca como la excelente carrera de Andrés Beeuwsaert (quien en su último disco incluye thankas de Borges).
¿Cómo impacta la literatura en el jazz hecho acá? Podemos citar dos ejemplos. El primero si se quiere arrebatando el dilema tanguero de Piazzolla y llevándolo al plano de lo experimental. En este caso junto con la figura in crescendo de Piazzolla se ha creado un rumor en voz baja que es que sus grandes composiciones musicales (incluso en los tangos “puros”) nunca tuvieron letras a su altura. Nunca se le igualó la “poesía” como suele decirse de las letras.
El otro ejemplo tiene que ver con el jazz y el rock. Y aquí literatura y jazz-rock llegan a su máxima combinación con Luis Alberto Spinetta. Incluso los excelentes músicos de jazz actuales recurren a versiones y reversiones de él para sacar brillo a sus Cds.
Pujol, que humildemente dice que “con ´Jazz al sur´ tuve la suerte de contar con una historia que no estaba publicada”, no ha dejado descuidado el fenómeno. Ha confesado que “una nueva generación de solistas ha subido a escena. Quienes la integran no son parricidas, pero comparten entre ellos algunos rasgos ´epocales´, por decirlo de algún modo: componen lo que tocan - o mejor dicho, improvisan a partir de originales-han estudiado rigurosamente la mecánica de sus instrumentos”.
Y de este “viento a favor” del nuevo jazz dice “ojalá dure toda la vida. Lamentablemente, algunos nubarrones asoman en el horizonte: pocos lugares para tocar, escaso apoyo estatal y una sobreabundancia de oferta cultural, a punto tal que hasta el crítico más informado carece de tiempo y espacio para dar cuenta de todo. De cualquier modo, confiemos en el vigor de un arte libre y testarudo, acaso la única música de nuestro tiempo capaz de seguir creciendo sin los créditos del mercado. Finalmente, tres o cuatro tipos tocando sin red y sin mayores cálculos ya son un hecho jazzístico”.
Ahora bien, ¿cuántos autores tomaron las páginas en blanco para pegarle a las teclas como si hicieran jazz? Quizás podemos apoyarnos en Allen Ginsberg cuando habla de su colega Kerouac: “sabía de espontaneidad y jazz, no tener miedo y ser amable. Sus Blues and Haikus permanecen para mí como la grabación clásica de toda la era de la poesía jazz beat: pronunciación enérgica, profundo color de las vocales y dentellada consonante, exquisita inteligencia consciente en cruzar la lengua contra los dientes con labios abiertos. Su dicción maravillosa, aprendida a primera vista de Shakespeare, el color de su festiva, sofisticada, mundana, ´indulgente y amplia inflexión poética´, como él anotó que era la mente de Charlie Parker”.
Y no podemos terminar sin descubrir los genes propios en este tipo de intentos. En Argentina existió Néstor Sánchez, el autor de Siberia Blues que “hizo jazz” intentando por medio de sus ejercicios de improvisación “procurar que la prosa fuera nada más que una excusa para llegar a la poesía”.
Un recurso que no pasó inadvertido en otros autores, considerando esta declaración de Enrique Vila Matas: “en realidad, imitaba a Néstor Sánchez, que salía un poco de Cortázar o, al menos, escribía parecido. Sí, lo más exacto sería decir que yo empecé a escribir imitando el estilo de Néstor”. Como en el jazz…