domingo, 20 de marzo de 2011

La improvisación como estilo





Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Julio Cortázar, Woody Allen y Charlie Parker podrían denominarse como la máxima trinidad de la relación del jazz con la literatura. El primero por su constante admiración en voz alta por el género, el segundo por su inmersión imposible de pasar inadvertida en ambos rubros y el tercero porque, además de la música, ofreció una vida capaz de llenar libros biográficos para todos los gustos y morbos.
Pero, al igual que muchos géneros (literarios o musicales), el jazz no tuvo un patrón genético en la Argentina hasta que el escritor e investigador Sergio Pujol editará “Jazz al sur”. El primer intento de mapa de jazz legítimamente rioplatense.
Pujol, con la vida y obra de músicos como Oscar Alemán, Gato Barbieri, Lalo Schifrin y Enrique "Mono" Villegas descifró los genes que hoy continúan en músicos como Adrián Iaies o Luis Salinas. Es más, quizás fue el generador de una definitiva mirada hacia adentro para elevar a la superficie lo que hoy se denominan “músicas” argentinas. Y que a nosotros en lo local nos toca tan de cerca como la excelente carrera de Andrés Beeuwsaert (quien en su último disco incluye thankas de Borges).
¿Cómo impacta la literatura en el jazz hecho acá? Podemos citar dos ejemplos. El primero si se quiere arrebatando el dilema tanguero de Piazzolla y llevándolo al plano de lo experimental. En este caso junto con la figura in crescendo de Piazzolla se ha creado un rumor en voz baja que es que sus grandes composiciones musicales (incluso en los tangos “puros”) nunca tuvieron letras a su altura. Nunca se le igualó la “poesía” como suele decirse de las letras.
El otro ejemplo tiene que ver con el jazz y el rock. Y aquí literatura y jazz-rock llegan a su máxima combinación con Luis Alberto Spinetta. Incluso los excelentes músicos de jazz actuales recurren a versiones y reversiones de él para sacar brillo a sus Cds.
Pujol, que humildemente dice que “con ´Jazz al sur´ tuve la suerte de contar con una historia que no estaba publicada”, no ha dejado descuidado el fenómeno. Ha confesado que “una nueva generación de solistas ha subido a escena. Quienes la integran no son parricidas, pero comparten entre ellos algunos rasgos ´epocales´, por decirlo de algún modo: componen lo que tocan - o mejor dicho, improvisan a partir de originales-han estudiado rigurosamente la mecánica de sus instrumentos”.
Y de este “viento a favor” del nuevo jazz dice “ojalá dure toda la vida. Lamentablemente, algunos nubarrones asoman en el horizonte: pocos lugares para tocar, escaso apoyo estatal y una sobreabundancia de oferta cultural, a punto tal que hasta el crítico más informado carece de tiempo y espacio para dar cuenta de todo. De cualquier modo, confiemos en el vigor de un arte libre y testarudo, acaso la única música de nuestro tiempo capaz de seguir creciendo sin los créditos del mercado. Finalmente, tres o cuatro tipos tocando sin red y sin mayores cálculos ya son un hecho jazzístico”.
Ahora bien, ¿cuántos autores tomaron las páginas en blanco para pegarle a las teclas como si hicieran jazz? Quizás podemos apoyarnos en Allen Ginsberg cuando habla de su colega Kerouac: “sabía de espontaneidad y jazz, no tener miedo y ser amable. Sus Blues and Haikus permanecen para mí como la grabación clásica de toda la era de la poesía jazz beat: pronunciación enérgica, profundo color de las vocales y dentellada consonante, exquisita inteligencia consciente en cruzar la lengua contra los dientes con labios abiertos. Su dicción maravillosa, aprendida a primera vista de Shakespeare, el color de su festiva, sofisticada, mundana, ´indulgente y amplia inflexión poética´, como él anotó que era la mente de Charlie Parker”.
Y no podemos terminar sin descubrir los genes propios en este tipo de intentos. En Argentina existió Néstor Sánchez, el autor de Siberia Blues que “hizo jazz” intentando por medio de sus ejercicios de improvisación “procurar que la prosa fuera nada más que una excusa para llegar a la poesía”.
Un recurso que no pasó inadvertido en otros autores, considerando esta declaración de Enrique Vila Matas: “en realidad, imitaba a Néstor Sánchez, que salía un poco de Cortázar o, al menos, escribía parecido. Sí, lo más exacto sería decir que yo empecé a escribir imitando el estilo de Néstor”. Como en el jazz…

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