martes, 27 de diciembre de 2011

“La inauguración”, de María Inés Krimer: Una increíble atmósfera de encierro a campo abierto


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
María Inés Krimer, con “La inauguración”, parece haber encontrado la forma de lograr ese cross a la mandíbula que Roberto Arlt pide para una narración. Claro que en estos tiempos ese golpe cuesta mucho más que en la época del autor de Los siete locos. Y más si se tiene en cuenta los temas rodeados de precipicios que eligió la autora, quien con esta novela obtuvo el Premio Internacional Letra Sur.
Como acostumbra a hacerlo en sus novelas, Krimer coloca de telón de fondo fuertes sacudidas sociales. En este caso el conflicto del campo con el gobierno y la trata de personas. Pero al mejor estilo Máximo Gorki en “La Madre”, lo particular va deshaciendo lo general para que uno sólo quiera saber qué va a pasar con esta adolescente que cuenta en primera persona lo que le sucede tan sólo en pocos días y que equivale a muchas vidas. A través de ella conoceremos a Buby y a Nina. Entonces, los estereotipos caerán cómo máscaras y nunca más veremos de la misma manera una camioneta Toyota, las botas de carpincho o a la regente de un cabaret rural.
María Inés Krimer logra una increíble atmósfera de encierro a campo abierto a partir de la voz de la víctima. Pone una lupa al mismo tiempo seria pero enternecedora de las conductas humanas. Revisa y propone nuevas miradas de eso que llamamos “ser argentino”. Pero, por sobre todas las cosas, deja que sea el lector quien se encargue de los rótulos.
Sin dejar de lado las estrictas normas de un policial negro, la novela avanza con ironías sobre la literatura “seria”, se permite metáforas escuetas y aisladas como un molino con agua fresca en medio de tanto campo devastador y también recurre a escenas que por momentos corren riesgos de inverosimilitud y al segundo se rearman en el tono que tenían. Todo eso de la mano de lugares y olores que uno reconoce inmediatamente si ha nacido por aquí.
Los personajes y el ambiente de La inauguración tienen tal eficacia que el lector no puede evitar la conmoción, aun conociendo previamente los planes de la autora (Krimer en una nota por este medio adelantó que se trataba de un personaje-narrador adolescente al que la acción lo pasa por arriba). Porque una cosa es anunciar un golpe y otra es darlo en realidad. Y eso sólo se comprueba cerrando el libro, después del capítulo 38, cuando todavía humean los restos de una descarnada realidad contada magistralmente.