domingo, 18 de septiembre de 2011

Un día de decisiones


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Cuando Gregorio se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama con una réplica exacta de él mismo mirándolo fijamente. Cuerpo que se alejó lentamente para acomodarse en un sillón mientras lo reojeaba como quien abandona a un enfermo irremediable. Era una nueva decisión de Gregorio que tomaba forma propia.
Por la tarde quiso salir a comprar un libro, para cambiar de entretenimiento. Estaba mirando televisión y no podía levantarse. Una parte de su cerebro empezaba a insultarlo, pero siguió haciendo fuerza. Hasta lograr Salir. Como si fuese, otra vez, una serpiente cambiando de piel.
Abrió la puerta del departamento. Alcanzó a ver las dos vidas que dejaba: aquel que dormía ya se levantaba y miraba absorto al que, inmutable, clavaba sus ojos en los dibujos animados de la una de la tarde.
En la librería, de pronto, se dio cuenta de que discutía con alguien por un libro. Al mirar hacia un enorme espejo, seguramente puesto para que nadie robe libros (como si tratase de un delito), descubrió que discutía con él mismo, pero a su lado. Otra decisión había salido de su cuerpo tomando vida propia. En realidad, esta vez tenían varias cosas en común, pero ya era tarde para volver a coexistir. Por ese motivo determinaron acompañarse mutuamente durante la salida.
Al volver al departamento, se atropellaron en la puerta para entrar. Sin dudas eran las personalidades más egoístas de Gregorio. Pero una debía ser peor, seguramente.
Adentro, las otras dos vidas, no se dirigían la palabra. El televidente en realidad no dirigía ni la palabra, ni la mirada, había desaparecido literalmente dentro del aparato. Y el otro en su propio limbo.
Fue un día agotador. Muchas decisiones juntas. Gregorio no terminaba aún de cenar, cuando escuchó las llaves en la puerta. Entró otra vida más. La que se había ido a trabajar bien temprano. Antes aún del despertar que dio inicio a semejante jornada. ¿Cómo había surgido esa decisión a pesar de no nacer en la vigilia?
Lo cierto es que el mal humor fue evidente en su rostro. En el monoambiente había cuatro zánganos devorando las provisiones. El cuerpo más castigado, el del obrero, debía de ahora en más sostener a Gregorio y a dos desvelados oscuros de dudosa melancolía.
Luego de una semana de intentos fallidos para organizar un reglamento de convivencia, Gregorio fue sorprendido por el obrero en el vergonzoso acto de apoyar el caño del revólver en la rugosidad de su paladar, mirándose en el espejo del baño. El disparo, por el silenciador, fue sordo. Pero alcanzó para los dos.
Ahora estamos en silencio. En nuestras miradas se interponen, sobre la mesa, los papeles escritos con esta historia. Uno de los dos tiene que ser el peor.