domingo, 2 de marzo de 2008

Los clásicos y el ahorro

A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o de páginas, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Los textos de esa íntima biblioteca no son forzosamente famosos. Jorge Luis Borges

Cuando no confundimos clásico con conocido y emprendemos la búsqueda de aquellos títulos majestuosos o autores imprescindibles, cualquier librería de viejo se transforma en una interminable casita de chocolate.
Los clásicos son la base de la fortuna de nuestra futura biblioteca.
Al ahorro lo provocan tanto en el bolsillo como en la cabeza. Primero porque siempre los encontramos en los anaqueles de ofertas, resistiendo al brillo engañoso de lo nuevo, con el esplendor opaco de las primeras ediciones.
Segundo, hay un ahorro de neuronas. Porque por cada clásico leído, uno deja de prescindir de infinidad de títulos mediocres, insulsos, plagiarios, pretensiosos, que sin esa vacuna previa podrían habernos engañado al punto de hacernos hablar maravillas de una obra que luego comprobamos insignificante.
¿Quién habrá inventado eso de poner la palabra aburrido al lado de clásico? Justamente, el universo vasto de las genialidades literarias es lo que nos permite enterarnos de que la navegación es infinita. Es imposible aburrirse buscando y también es imposible hacerlo mientras disfrutamos del tesoro hallado.
Los aburridos deben ser los que se cansan. Y los que se cansan, quizás debieran motivarse con otras cosas. Que las hay y muy valiosas.
Un clásico tampoco es un templo sagrado. Adentro de un clásico se puede gritar o incluso retirarse antes de que termine la ceremonia. De otro modo es imposible poder seguir descubriendo aquellos libros por los que hemos nacido con un gen lector.
No daremos nombres de fiascos o una lista blanca de los clásicos que más atraen. Sería la miseria más ridícula. Pero si podemos mencionar dos obras y dos autores que pueden ser una especie de guía para nuestra visita a la casa de chocolate. Con lo que el ahorro ya sería triple, porque ellos hablan desde su propio clasisismo de las obras que más les impactaron:
Uno de esos textos es "Los libros en mi vida", de Henry Miller (que deberá ser requerido a un amigo lector de los más dotados, porque hay dudas sobre su reedición). El otro es "La biblioteca personal de Jorge Luis Borges", donde con brevísimos prólogos, el más útil de los clásicos de estas pampas nos tiende una alfombra invalorable en el camino al placer de lo añejado atemporal.

(Publicado en EL SUBSUELO el 2/3/08)