lunes, 7 de mayo de 2012

Correcciones bestiarias III

Guillermo Del Zotto gdelzotto@elpopular.com.ar Debemos a Mijail Bulgakov imaginar que Rusia, en 1925, estuvo a punto de sucumbir bajo un ejército de gallinas modificadas genéticamente y transformadas en poderosos reptiles. En la obra “Huevos fatales”, el estado soviético se salva por un final que al modo de los antiguos Bulgakov denominó “deus ex machina”. Esto es el frío intenso y prolongado de Moscú que mata a las criaturas amenazantes. Los análisis sociólogicos hablan de una parodia al régimen y una ironía sobre el pronunciado abdomen de la burocracia. Pero lo más cierto es que creó una sátira en el género ciencia ficción que se adelantó a todas las épocas. Del mismo modo Dostoievski utilizó el estómago vacío de un cocodrilo para sintetizar el estado aletargado de un funcionario público que allí adentro podía vivir cómodamente. Dino Buzzati le dio vida en “El perro que vio a Dios” a un ser tan conmovedor como revelador de toda la miseria humana que un pueblo chico puede albergar hasta límites insospechados. Pero en estos dos últimos casos, además del “personaje-herramienta”, también lo que más cuenta es la creación de una especie. La de los animales reveladores. Seres que superan las condiciones de su genealogía escapando del darwinismo (el original, no el paródico “social”). Hay reveladoras sospechas acerca de que estos seres (y otros tantos que sería largo citar: el cuervo de Poe, el gato de Chesire), existieron antes de que sus autores los imagen. Al estilo Pirandello, ellos eran los que estaban esperando al autor para ser revelados. Así como después de ser presentados en el bestiario medieval tuvieron que soportar luego la censura de ser definidos en las ediciones subsiguientes con descripciones más acorde al pensamiento racionalista, también hubo sub-especies que no se dejaron encasillar. Las mismas abejas, en algún momento hicieron huelga bajo el lema “¿cuál es el problema de creer que nosotras nacemos en el lomo del buey?” Pero la tecnocracia fue acabando con casi todas estas reivindicaciones aisladas. “Claro”- me dice por último la perdiz pelada y ya con sal que un amigo me trajo recién de un campo que está pasando Colonia Hinojo- “todo esto que te cuento no es para que te des aires vos. A ver si te crees capaz de ponerte a la altura de los demás autores usándome a mí”. “Por supuesto que no” – le contesto yo que soy un fracasado. Pero como todavía no sé en qué fracasé tengo la ventaja de guardar la esperanza de encontrar algo verdaderamente grande para luego decir que fue en eso que fracasé. Y a los vecinos del barrio no les quedará otra que anunciar que conocieron a ése que no dio pie con bola pero que casi fue…

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