domingo, 1 de abril de 2012

Hasta la última nota



Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Hace cuatro que el sueño se transformó en el entierro de una ternura. Cuatro años de dormirte con el regusto a tierra negra en el paladar. Crees que ni 500 páginas de papel bíblico pueden contener a todos los personajes que fuiste desde entonces. Decido que uno de ellos quede como definitivo. Se trata de uno de los primeros, que había descartado, pero ahora vuelve para convencerme de que es mejor así.
Ahora recordás la última vez que viste el violín, en la valija, entre las ropas de ella. Lo cargó un tiempo durante el viaje. Luego lo arrojó al costado de las vías. Un pordiosero fantasma encontró la valija y te la trajo hasta tu ventana. Desde esa tarde no uso más el desgarro como patético llamado. Soy el sepulturero que molestó noche tras noche en el jardín. Ella y su instrumento, la ternura enterrada.
Has procurado convertirte en un ser maligno, pudiendo haber elegido cualquiera de los otros. Un poco porque sentís el desafío. Otro poco porque sí. Te resta la mitad de una vida para dedicarte a la tarea. Al pecado que, asumido, sentís que comienza a ser destino. Debo admitir que llego a esta decisión luego de estar en el lado opuesto.
Cuando ella se fue, retomaste inmediatamente las clases en el Conservatorio. Creías que la desesperación tiene dos posibilidades: convertirte en despojo o en fiera. Optaste por una permeabilidad tal que en poco tiempo lograste sentir en el aire el aliento de Bach y de Tchaikovski envidiándote. Alcanzaste a dirigir una orquesta y sentir que cada vez que elevabas la batuta ponías en orden al Universo. Que todo lo vivo giraba en el tempus que ordenabas. Entiendo ahora, por medio de un rayo semifuso, que el dolor estaba en las notas.
Con las mismas manos que lograste hacer llorar a los concertinos más transparentes, comenzaste la destrucción. Te valés de internet, de los museos, de coleccionistas de partituras originales, instrumentos, alumnos ingenuos y seguirás hasta el final. Hasta que no quede ni una miga de ese pan envenenado. Porque yo, querida mía, voy a matar a la música.

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