domingo, 31 de agosto de 2008

Arcabucero

Arcabucero era quien, evidentemente, estaba encargado de activar el arcabuz. Un arma del siglo XVI, de fuego y portátil, que seguramente se utilizó en el cuerpo represivo de Iván El Terrible en la Rusia de esa época. Ese grupo de tareas se conocía como la opríchnina. Y Vladimir Sorokin, el escritor más controvertido de la actualidad en su país, toma esa realidad para trasladarla a la Rusia de 2027. El resultado es una vertiginosa novela (recientemente publicada por Alfaguara) que mezcla ciencia ficción con denuncia. Hay que decir que el narrador aquí es el verdadero arcabucero, lanzando perdigonadas luminosas sobre un aspecto que nadie quiere revisar y que parece asomarse irremediablemente en la realidad de su país.
No en vano Sorokin se formó en la vanguardia rusa de los ochenta y más que nada ligado a las artes plásticas. Como un bello Frankenstein o un caprichoso patchwork, va armando un entramado que hace pasar al lector –con muy buena velocidad de navegación- por las sensaciones de "1984" de Orwell, "Un mundo feliz" de Huxley y también por "La naranja mecánica" de Burgess. Esta última sobre todo por la forma de dragonear que tiene el opríchnik protagonista y por la invención de un vocabulario propio que mezcla lo arcano con lo posmoderno. El arcabuz con los Mercedes.
Pero la construcción fragmentada de la novela, además de darle ritmo y actualidad blogista a la lectura, está hecha con logrados recursos. Reconocibles recursos. Tanto con frases cortas separadas por puntos seguidos como capítulos casi enteros realizados con frases largas, sin el uso de los signos de puntuación. O el uso de largos poemas bajo un formato tradicional.
No obstante, no hay un engorroso intento de ser vanguardista. Más bien de lo contrario: utiliza lo mejor de la tradición novelística para llevarnos por escenas totalmente emparentadas con la sensación de estar observando un film. La ruptura se da por escenas, en todo caso. Como las sucesivas quemas de libros de Dostoievski, Tolstoi y Chéjov en un evidente gesto de parricidio.
Como en una especie de Arca Rusa desenfadada, Sorokin también junta los siglos rusos. Sintetiza la historia con el Disturbio Rojo y el Disturbio Blanco. Mientras un tsunami cubre de agua al Kremlin hasta las cúpulas.

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