sábado, 28 de enero de 2012

En busca del personaje perfecto



Dibujo: El Quijote, según Rep.
Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
Hay personajes universales cuya presencia en el imaginario es más fuerte aún que la de sus autores o incluso de las tramas que le dieron vida. Basta con mencionar a madame Bovary o al Quijote. Más de uno alguna vez hemos mencionado lo “quijotesco” para descifrar una situación, convencidos de que ese término es el que la define, a pesar de que no haber leído una sola línea de las desventuras del hidalgo caballero. Lo mismo ocurre con el término “bovarysmo” en boca de aquellos que nunca espiaron la vida de la femme creada por Flaubert.
Lo cierto es que sin recetas ni presagios, algunos héroes o antihéroes suelen salirse del camino de papel que tienen trazados y terminan sentándose a la mesa con más familiaridad que los seres de carne y hueso. En un principio se podría pensar en que el mérito sobreviene de la creación de una compleja trama novelística que los hace en tercera dimensión a costa del refinado estilo o de las miles de páginas que lo describen. Pero es probable, genialidad mediante, lograr esto en los pocos metros llanos que significan un cuento. Tomando por caso a Jorge Luis Borges y su Funes el memorioso o, mejor, “El proveedor de iniquidades Monk Eastman” que con sus pocas y geniales líneas le sirvió al mismísimo Martin Scorsese para la creación de uno de los protagonistas de “Pandillas de Nueva York”.
Pero ¿qué sucede con los escritores universales frente a los personajes creados por sus pares? Tomemos el ejemplo de Dostoievski y Shakespeare. El inmortal novelista ruso, mientras escribe “El idiota”, anota en su “Diario de un escritor”: “La idea fundamental es la representación de un hombre verdaderamente perfecto y bello. Y esto es más difícil que todo, especialmente hoy”. Dejando de lado a Cristo, una de las obsesiones de Dostoievski, lo que el autor admite luego es la búsqueda de perfección de la figura del Quijote: “Sólo quería decir que de cuantas figuras hay en la literatura, la de Don Quijote se me antoja la más perfecta. Pero Don Quijote sólo es bello por ser al mismo tiempo ridículo”. Con estas bases, comienza a delinear al príncipe Muichkine. El resultado, a pesar de que el autor lo toma como un “fiasco” en la primera edición, es una novela para amar toda la vida. Aunque obviamente el nombre del héroe se opaque si se lo compara con la popularidad del creado por Cervantes. Dostoievski no alcanzó a conocer al Barón rampante, ese entrañable niño llamado Cósimo creado por Italo Calivno. Construido quizás sin tantos recaudos como los dos anteriores, pero si tan logrado que no sería disparatado apuntar que es el exacto promedio de ambos.
La galería de personajes que se elevaron por encima de las cenizas de las hojas que le dieron vida es casi infinita. Muchos fueron buscados con la obcecación de un Frankestein. Otros tuvieron una mayor vida a pesar de los pronósticos reservados. Tampoco se trata de personajes con identificaciones filiales ajustadas. Allí está el caso, por ejemplo, de La Madre, de Máximo Gorki. Es muy difícil recordar que estamos hablando de Pelagia Vlasova. Es y será siempre “La madre, de Gorki”.

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