jueves, 26 de enero de 2012

Escapar jugando


Guillermo Del Zotto
gdelzotto@elpopular.com.ar
“A veces es fácil, como hacer girar una llave que anda bien. Otras veces se complica y hay que pensar que Dios también puede pisar una cáscara de banana”. Así pensaba Esteban cada vez que le tocaba eludir algo, acción que según había averiguado en un buen diccionario significa “esquivar jugando”.
Esta vez se trataba de esquivar un último tramo de su vida que se le había convertido en un estrecho callejón mental. No era un drama exclusivo pero había logrado enquistarse. Decidió entonces unas vacaciones en soledad. Y el juego que se propuso fue no pensar.
¿De qué somos turistas cuando estamos en un lugar desconocido? Probablemente sólo de lo desconocido. Quizás por eso fue que a poco de andar, descubrió que la plataforma de comportamientos humanos tiene una variación muy limitada. Decidió entonces quedarse con la mirada del vendedor de playa como modelo. Una mirada que permite, al mismo tiempo, ver lo que se pisa mientras se registran los gestos de veinte caras a la redonda. Fue como vendedor de playa, tratando de dejar de a pedazos un dolor que ya estaba convirtiéndose en costumbre.
Esteban descubrió entonces que lo suyo era cansancio. Las expectativas de frivolidad que se había hecho fueron dando lugar a un aburrimiento más doloroso que el dolor a diluir.
Le quedaban algunos recursos aún: una peatonal con espectáculos deprimentes, gula moderada por los precios altos, leer el diario a orillas del mar deteniéndose con indignidad ante el hambre y la corrupción, crucigramas sin completar, un lugar en una larga cola que no se sabe para qué es.
Se dejó envolver por esas capas. Fue entonces como un personaje de una fábula de Perrault, pero invertido: como un príncipe buscando que le den el don de la idiotez. Y del anonimato para poder disfrutarla. Una estatua viviente ya no le pareció una burla milenaria sino el arte de una síntesis asombrosa.
Esteban disfrutó varios días de este último descubrimiento. Pero el dolor que había traído para abandonar en los médanos lo había esperado pacientemente en los pasillos de la terminal para subirse al bolso del regreso. Así volvió creyendo haber malgastado las vacaciones. Pero en realidad, su dolor no era el mismo. Era uno nuevo disfrazado, cuya misión es ahora distraer a Esteban de otra verdadera tragedia: descubrir que también hay cansancio en el no pensar.

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