miércoles, 16 de enero de 2008

El arte de la espera

TEATRO DE BARRIO.
Cerca hubo un cementerio de tranvías,
La casa que fue fonda, la fábrica desierta.
Un día levantaron el telón:
no había nadie en la escena.
Raúl González Tuñón.


Hay tantas cosas esperando ser escritas, pintadas, filmadas. Pero se hace difícil la pesca.
Y no es tanto problema de la carnada como de los pescadores. De merecer la dignidad de la consulta.
El arte no se permite ser novio de la nada.
No hay que olvidar cuáles fueron los dedos que verdaderamente detuvieron por un instante las vueltas que el mundo da sobre el eje de lo obvio.
El amarillo de Van Gogh.
La corteza de la amígdala cerebral de Dostoievski.
Una bacteria en el hígado de Pessoa.
La nota no encontrada de Bach.
En el "Epitafio para la tumba del poeta desconocido", Tuñón escribe que "además de diálogo del hombre con su época, la poesía es un estado de ánimo".
Pero, a veces, también es ese estado de ánimo el que huye. Como el precario pensamiento del último dinosaurio.
Un electrón desnudo.
Una sensación vagabunda que no aterriza nunca. Salvo en el barro de un pedazo de tierra virgen. Desposeída de vida latente.
Cuántas cosas se agachan y esquivan el zarpazo del artista. Y quedan para la próxima. O para nunca.
(Publicado en mayo de 2005 en EL Subsuelo)

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