miércoles, 16 de enero de 2008

Oleo sobre arpillera

La realidad duerme sola. León Gieco.
Hay un paisaje que no se detiene nunca. Con los contornos del otoño atados a un azar de vendaval. Como a bordo de un tren desbocado y sin maquinista. Un tren que lleva, en un vagón de carga, enormes leños como explicación.
Nadie detiene a esos cuadros de felicidad a toda velocidad.
La estación del silencio se disuelve en líneas de un expresionismo incomprensible. Como pintada por un loco genial fuera de época.
El tiempo, pies de riel, lanza carcajadas que son pendientes. Sólo hay derecho al vértigo.
Hay un bosque de adioses, que a la pasada amenaza con un abrigo de abrazos.
Los que van recibiendo la noticia de lo que son, bajan amordazados de comodidad. Los que tienen al viento como padrino de lo no encontrado, siguen huyendo hasta que el horizonte haga su parpadeo final.
Todo tiene colores en una gama que no va más allá del brillo de un terracota, un gris plomo o un violeta desteñido hasta el olvido.
Las nubes desatornilladas giran sobre sí mismas.
Y hay un infierno adelante y atrás de la tela.
Han escapado: el loco que pintó, el público, la pared lógica donde colgarla, el dolor que hace falta para mirarla... Es una tela exiliada de toda interpretación.
Pintada en óleo sobre arpillera, la realidad enrarecida se despereza y apenas puede creer que alguien haya soñado con ella.
(Publicado en marzo de 2005 en El Subsuelo)

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