miércoles, 16 de enero de 2008

Epifanio

He sentido pasar sobre mí el viento del ala de la imbecilidad. Charles Baudelaire.

El cerebro es una enfermedad reversible.
O al menos tiene paliativos.
En el Volcán que entrega palabras -si uno procura llegar a sus pies tomando los recaudos necesarios- puede encontrarse con las lágrimas de plata, aquellas que derivan de los labios de la sinceridad.
En el Monte en el que reina Epifanio, podemos redimir parte de nuestra mancha, sanar algo del barro del presente.
En la Cima de la Gran Pradera nos es concedida nuestra infancia, para una breve visita a lo que olvidamos ser.
Recuerdo es la palabra enemiga. La oposición, la que ensangrenta el significado de epifanía.
Re-cuerdo es una obscena reafirmación de que ahora estamos cuerdos.
Porque olvidamos que no hay mejor cuerda que la del cable delgado por el que pende nuestra fe, como una enorme araña (*).
Los juegos alucinatorios de nuestra edad temprana fueron descuidados. Quedaron al desamparo del viento de los años. Y toda la tarea desde entonces es el intento de recuperarlos a fuerza de sustancias.
Un poco de líquido amniótico debería quedarse rodeando nuestro cerebro. Las membranas que lo reemplazan no son suficientes.
Todo el empeño lo ponemos en prohibir lo que no podemos recuperar.
Por eso alguien alguna vez bajó del Gran Volcán con algo que no eran palabras. La música sí agujerea distancias. Distancias abismales como la que separa la mente del corazón.
La música es la cinta transportadora de la epifanía.
(*) Referencia al poema de Annie Sexton "Un cable delgado".
(Publicado en octubre de 2005 en El Subsuelo)

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