miércoles, 16 de enero de 2008

El entierro de un payaso


La sangre de los cómicos de la legua como torrente de barrio diluvial. Y una mueca colorada colgada del cielo.
Sin paraguas y a pleno sol fue el entierro.
Aduaneros de seriedades que no sirven para nada dejaron de tener efecto.
A doña Muerte no le gustó nada ver llegar ese cortejo. Se le llenó de color su agujero maldito. Y la luz de una nariz colorada la hizo poner de ese mismo color. A ella, tan a gusto con cara de talco (ella es a su modo, un payaso a medio terminar).
Un atajo en la tierra. Un hueco para que descanse con su traje transpirado de genuina savia. La sabiduría es estar allá, riéndose.
Los sepulcros suspiran envidia en sus terrones enmohecidos. Y hay un grito sepulcral que se repite: "yo también quise vivir así. Pero sobre todo, quiero ahora estar muerto así".
Hay que pintarse encima de la tristeza.
Nadie ve en los corazones.
Hay que hacerse payaso al segundo de perder un amor. Ponerse el elástico encima de la herida reciente. Y saber que en la pista no sólo puede morir el trapecista.
Hay que salir a hacer la función sin nadie.
Y, en los casos de mucho público, tener siempre reservada una butaca al olvido.
Guardar al menos una cuerda para que al tocarla broten todas las canciones.
Un cansancio de siglos descansa en el ataúd. Que ahora los compañeros de ruta llevan extrañados por la levedad.
Pesamos lo mismo que hemos hecho. Y haber regalado al aire nuestra esencia no nos hace olvidables, sino etéreamente eternos.
Luego, es mejor llegar como recuerdos en imprevisibles y suaves brisas antes de golpear como martillo con nuestras absurdas acciones hechas a semejanza de nuestra propia salvación.
Hay una enorme fortuna en las risas que provocamos en bocas que nunca conoceremos.
Todas esas maravillas se abren al final con las fauces de la tierra.
La Muerte pasa de largo cuando depositan al payaso. El barro junta con la esencia de una peluca anaranjada. Se riega el planeta con un profeta que no tuvo discípulos.
Y todo lo que rodea al colorido cortejo y queda de este lado de las convenciones, envejece de patetismo.
(Publicado en diciembre de 2006 en el Subsuelo)

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